Sebastián Lerdo de Tejada es, sin duda, uno de los liberales más destacados y su presidencia una de las más cuestionadas.
Educado por los jesuitas, muy cercano a la religión de joven, fue visto por los grupos afines a los católicos como un político que resolvería los conflictos entre la Iglesia y el Estado mexicano a favor de la primera. «Era irónico, porque Lerdo sería uno de los presidentes más jacobinos en la historia de la República», apunta Carlos Tello Díaz en su libro La Ambición, 1867–1884.
Diversos estudiosos del siglo XIX han reconocido su destacado papel como ministro juarista, al grado de otorgarle el calificativo de «eminencia gris de Don Benito». Dotado de una gran inteligencia, según Carlos Tello Díaz «una de las más notables del país», sus enemigos le reconocían también su valía como orador. Muchos de los éxitos del gobierno de Juárez en su relación con el Congreso de la Unión y los estados de la república se pueden anotar en su cuaderno.
Entre sus aciertos, su biógrafo Frank Knapp pone de relieve su defensa férrea del territorio nacional frente a los intentos de los norteamericanos por extender su territorio y quiere que no olvidemos que fue él quien inauguró el ferrocarril de la Ciudad de México a Veracruz el primero de enero de 1873, el arranque del desarrollo ferroviario que muchos abonan, de manera exclusiva, a Don Porfirio.
Dos conflictos se le atravesaron en su gestión presidencial (1872–1876): primero, la rebelión del líder indígena Lozada en Nayarit, y segundo, el problema religioso en Michoacán, Jalisco y Guanajuato, que alcanzó el grado de levantamiento armado, que a la postre se sumaría a la coalición de caudillos regionales que encabezara Porfirio Díaz con el Plan de Tuxtepec en 1876.
No sabemos si su proverbial soberbia le impidió ver que la avara amnistía que se otorgó a los caudillos regionales porfiristas que se habían inconformado con la rebelión de La Noria en 1871 crearía un polo opositor armado que frustraría su reelección, pero podemos asegurar que su gobierno se fue quedando solo, contra los liberales porfiristas y también contra los católicos del occidente mexicano. Sus partidarios iniciales también se voltearon contra él porque no los quiso incorporar a su gabinete.
Lerdo quiso aprovechar la popularidad que tenía a principios de 1873, luego de la puesta en marcha de la línea ferroviaria al puerto jarocho, para decretar la expulsión de los jesuitas, acusándolos de «extranjeros perniciosos», de conformidad con el artículo 33 constitucional, el 23 de mayo de ese año, luego de promover el apoyo del Congreso. Los presbíteros de la Compañía de Jesús se ampararon contra la medida presidencial y obtuvieron la protección de la justicia federal el 26 de julio con el juez primero de Distrito. Sin embargo, el Pleno de la Suprema Corte de Justicia revirtió esa decisión el 19 de agosto y tuvieron que dejar el país los señores Esteban Anticoli, Eduardo Sánchez, Pablo Greco, Gabriel Toelen, Kiliano Coll, José María Bordas, Vicente Manci, Vitaliano Lilla, Tomás Mac Crealy, José Anzorcua e Ignacio Velasco, de acuerdo con los estudios de Lucio Cabrera Acevedo sobre la Suprema Corte en la República restaurada.
La medida contra los jesuitas coincidió, según Carlos Tello Díaz, con la recepción que Lerdo de Tejada le hizo en Palacio Nacional a «un grupo de misioneros (protestantes) de los Estados Unidos, a los que les dio la bienvenida para residir y trabajar en el país».
A principios de 1875 la balanza ya no le era favorable a don Sebastián. «La expulsión de las hermanas de la Caridad —escribió Tello Díaz— que zarparon esas fechas a bordo del Lousiane acabó de envenenar las relaciones (de la Iglesia) con el presidente Lerdo.»
El odio a la Iglesia de Lerdo de Tejada no está, pensamos, en algún episodio juvenil o en algún tropiezo en su rectorado en el Colegio de San Ildefonso. Se encuentra, tal vez, en la creencia de que el país que pretendían fundar los liberales debería ser un lugar de emprendedores, con mística calvinista, imposible de fundar con la presencia de los curas y monjas católicos.
Lo que tal vez con Juárez iba a tardar más, porque don Benito medía más la correlación de fuerzas; Lerdo de Tejada pensó que lo tenía a tiro de piedra: una nación de pequeños propietarios con mentalidad capitalista, sin lastres que la retrasaran.
Por eso su ofensiva anticatólica fue de la mano con el acercamiento a misioneros protestantes norteamericanos, aquellos que podían cambiar el modo de pensar del pueblo mexicano con una mística diferente, la que pudiera permitir una lógica de acumulación capitalista.
¿En qué se sustentaba Lerdo de Tejada para creer que su apuesta a favor del protestantismo le iba a permitir llevar a cabo la transformación de México en un sentido capitalista?
A principios del siglo XX, tres décadas después del experimento de Sebastián Lerdo, Max Weber, el sociólogo e historiador alemán, publicó su famoso texto La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en el que planteó el papel del pensamiento calvinista en la formación de la mentalidad de los hombres para que se dedicaran a las actividades empresariales como parte de su compromiso espiritual, como la mejor manera de acercarse a su religión. Y fue la doctrina de Juan Calvino la que los ingleses trajeron a América cuando fundaron lo que sería la Unión Americana.
Seguramente para el presidente Lerdo no era ajeno ese pensamiento, así como las corrientes ideológicas europeas tan preciadas para los liberales mexicanos, versados en varios idiomas. Podría decirse entonces que don Sebastián fue quien mejor comprendió en México la relación entre la ética protestante y el desarrollo del capitalismo, y no lo dudamos por la gran inteligencia de la que estaba dotado.
En la obra mencionada de Max Weber (Alianza Editorial) el traductor Joaquín Abellán apunta, en su «estudio preliminar», que el el trabajo del afamado científico social alemán surgió de su viaje a los Estados Unidos de América en el segundo semestre de 1904, donde le impresionó el papel que tenían ya las sectas protestantes en la sociedad norteamericana.
Un discípulo suyo había probado, con datos estadísticos, que en un país con población protestante y católica los protestantes ocupan un nivel más alto en la dirección de las empresas y en la acumulación de capital, Y no se trataba, según Weber, únicamente de constatar diferencias patrimoniales, sino de comprobar una actitud diferente ante la técnica y ante las profesiones. De tal modo que observó que los católicos eligen una educación más humanista, mientras que los protestantes se inclinan por la técnica.
El sueño del presidente Lerdo de Tejada fue destruido por la rebelión tuxtepecana encabezada por Porfirio Díaz en 1876.
Un comentario
Son 150 años de lucha por la libertad religiosa en México. Y a casi 100 años del inicio de la guerra cristera en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Guadalajara, con la Suspensión de Cultos el 31 de Julio de 1926,
Para el estudio de Max Weber, agradezco al jesuita José Guadalupe Quezada, profesor en el Instituto Cultural Tampico en los años setenta del siglo XX, especialista en ensayos de sociología religiosa de la Pontificia Universidad Católica.