Después de una larga convalecencia, el papa Francisco muere por un derrame cerebral. Poco más de un mes de enfermedades se reveló la débil condición del papa y preparó a laicos, religiosos y clérigos para el final de doce años de pontificado.
El entonces arzobispo primado de Argentina, Jorge Mario Bergoglio, fue elegido papa en un contexto difícil. El Cónclave tuvo que responder al problema insólito de la renuncia de Benedicto XVI. El papa alemán terminó su gobierno pontificio con una razón completamente inesperada: “el declive de sus capacidades físicas y mentales”. La decisión estaba justificada razonablemente, pues vino tras el escándalo mediático por los cientos de casos de pederastia clerical y el revuelo provocado por las filtraciones de documentos confidenciales sobre las luchas de poder en el interior de la jerarquía vaticana.
Francisco respondió a esta controversia con un pontificado con un giro pastoral. Colocó en el centro de su ministerio la acción de una iglesia en salida: más misionera, cercana, misericordiosa. Una Iglesia menos aduana y más hospital de campaña; antes accidentada que encerrada en la aparente seguridad de la autoreferencialidad. Una Iglesia que no se encierra en estructuras rígidas, sino que sale al encuentro de los excluidos y descartados en las periferias geográficas y existenciales.
La primera parte del papado quedó marcada por la puesta en marcha de tres objetivos: (1) La Reforma de la Curia Romana orientada a dotarla de una mayor transparencia y crear nuevas instancias para dar certidumbre a la gestión económica de papado. (2) La respuesta definitiva a los casos de pederastia eclesial, mediante una comisión vaticana de expertos y representantes de las víctimas. (3) El fundamento pastoral del pontificado a partir de dos documentos doctrinales clave: Evangelii Gaudium, de la relación del hombre con Dios y Laudato si de su relación con la creación.
La segunda parte del pontificado reveló lo hondas que eran las zanjas en el interior de la Iglesia entre progresistas y conservadores y tradicionalistas. Los primeros se desesperaron frente a la lentitud y superficialidad de los cambios en materia de moral sexual, de inclusión del colectivo lgbtq+, de la aceptación del sacerdocio femenino, de cero tolerancia en el abuso de menores de parte de clérigos. Los conservadores y tradicionalistas, ya de por sí alarmados por un latinoamericano en el solio pontificio, repudiaron la apertura con los divorciados de Amoris Laetitia (2016). Esto derivó en los Dubia (preguntas formales hechas al papa por algunos cardenales), que implicaban desviaciones doctrinales.
Se convocó el Sínodo de la Amazonía para promover el diálogo entre la Iglesia y los pueblos indígenas desde la pastoral y la ecología. para abordar los desafíos y oportunidades de la región. Ni los progresistas ni los tradicionalistas quedaron satisfechos. Los primeros acusaron al documento final como tibio, los últimos repudiaron de herética esta convocatoria por la Pachamama que se exhibió en los medios.
En esos años de polarización, se impulsó la iniciativa de la Pontificia Comisión para América Latina para abrir un diálogo entre la Iglesia y las mujeres. Ni siquiera llegó a plantearse el sacerdocio femenino. No obstante, sí hubo acciones concretas sobre las dimensiones de la exclusión de la mujer en la Iglesia en el contexto de una cultura clerical, machista y patriarcal: la más conocida fue el nombramiento de mujeres en cargos importantes del Vaticano. Fue algo positivo, pero dista un largo camino para generalizarlo en toda la Iglesia.
La pandemia y los miles de muertos que dejó mostraron los testimonios heroicos de miembros de una Iglesia que sirve para servir. La imagen poderosa de un papa solitario, haciendo oración ante una cruz, en la desierta Plaza de San Pedro sin duda pasará a la historia.
La última parte del pontificado corresponde a los conflictos bélicos en Ucrania tras la invasión rusa y en la franja de Gaza tras la toma de rehenes israelíes por Hamás y las represalias del gobierno de Netanyahu. Un momento de crisis humanitaria sin precedentes.
En este periodo, se decreta la Carta Apostólica Traditionis Custodes (2021), que restringió la misa en latín anterior al Concilio Vaticano II. Los tradicionalistas interpretaron esto como una afrenta directa, ya que el Papa Benedicto XVI lo había permitido y facilitado. Francisco justificó la decisión diciendo que la misa tridentina en latín se estaba usando para crear divisiones en la Iglesia.
En 2023 tuvo lugar una segunda dubia presentada al papa mostrando firme y radical oposición ante la promulgación de la Carta Apostólica Fiducia supplicans que permite a los sacerdotes en discreción, bendecir a parejas no casadas incluyendo parejas del mismo sexo, lo que consideraron una herejía. La declaración enfatiza que la bendición es un acto pastoral no una aprobación de la unión.
Otro tema controvertido fue el Acuerdo entre la Santa Sede y la República Popular de China. Se firmó un acuerdo provisional en 2018 renovado en 2020, 2022 y 2024 sobre el nombramiento de Roma de obispos en China con el objetivo de superar la división entre la Iglesia oficial y la clandestina. Se estableció un mecanismo de diálogo entre Roma y Pekín para el nombramiento de obispos. El gobierno chino puede proponer candidatos, pero el papa se reserva la última palabra en los nombramientos que anteriormente los decidía la Asociación Patriótica Católica de China controlada por el Estado. La Santa Sede llegó incluso a ratificar obispos nombrados por el Estado. El artífice del acuerdo, Pietro Parolin, secretario de Estado y papable en el próximo cónclave ha defendido el acuerdo que implica un paso importante hacia la normalización Iglesia-Estado. Los católicos chinos, fieles a su fe en las catacumbas resintieron la decisión. El cardenal Zen de Hong Kon se pronunció sobre el caso: “Roma ha cedido demasiado ante un régimen autoritario”.
En estos últimos años se publicó la encíclica Fratelli tutti. Se dedica a la relación de Dios con los hermanos. El mensaje es decisivo para la participación de los laicos en la Iglesia, a la invitación del diálogo social, diversas instancias de construcción de paz y para el anuncio y la denuncia de Francisco, de las guerras, desapariciones forzadas, condiciones de vida inhumanas. Quizás el fruto más acabado en términos pastorales es el Sínodo de la Sinodalidad. Con él, se puso en acto la reflexión, la escucha, la oración y el diálogo en esta Iglesia. El discernimiento esel eje de la espiritualidad ignaciana en la que se inscribe el papa en cuanto jesuita, hijo de Ignacio de Loyola.
En octubre de 2024 se publica su última encíclica Dilexit nos, sobre la devoción al Sagrado Corazón, testamento espiritual de Francisco: “Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tener lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos de la casa común».
Mi balance provisional como creyente, personalísimo, del pontificado de Francisco es el siguiente.
Hizo creíble y deseable vivir el cristianismo en pleno siglo XXI. Acercó a los lejanos. Es sorprendente encontrar adeptos suyos en el mundo secular y en la juventud hambrienta de sentido.
Sacudió la pesada estructura de la Iglesia, de sudarios e imposturas. Abrió la puerta a la posibilidad de una Iglesia más evangélica.
Miró al mundo con la mirada de Dios, como en el Concilio Vaticano II, que en todos sus documentos no hay un solo anatema. Nos enseñó a abrazar al mundo como es y desde ahí sanarlo, que la semilla del verbo se encarna en la historia. Puso a los pobres y excluidos en el centro de la misión de la Iglesia para el mundo. Eso es el Evangelio.
Es cierto que incurría a menudo en contradicciones. Era un Papa de prontos, profundamente humano, lo que desacraliza la institución burocrática y deja a Dios ser Dios.
Vendrán, creo, la profundización en reformas fundamentales, la revisión y los matices en asuntos doctrinales, mayor racionalidad y argumentación en temas clave. Pero el estilo Francisco creo que permanecerá.
En este año jubilar de la esperanza me parece que Francisco da razones para creer a los que creen. A pesar de todo, la muerte no tiene la última palabra.
Un comentario
Creo en una iglesia santa, católica, apostólica, romana y pecadora. El papá Francisco sin duda es el rostro del amor y de la misericordia del Dios vivo que ama y acompaña esta iglesia que construimos y formamos todos los bautizados, con nuestros límites.