Con los olores de los tamales y el ponche, símbolo de los alimentos y frutos de la tierra; entre el aroma de las hojas de pino y musgo de los árboles, símbolo de la naturaleza y del entorno en que nos encontramos, y el perfume del incienso, símbolo de la representación de los que han partido hacia la otra vida, abuelas–abuelos, los ancestros… acontece el recuerdo de la celebración de la natividad de Nuestro Señor Jesucristo, en el contexto del pueblo maya–tz’utujil de San Pedro La Laguna.
Toda la dinámica que constituye la navidad, empezando con “las posadas”, se hacen en torno a la lengua propia, tz’utujil, es decir que, en la mayoría de cantos, rezos, reflexiones y compartir entre la misma gente se expresan en el idioma tz’utujil.
El respeto y la reverencia es un aporte que la cultura misma da a estas celebraciones. Reconocer–lo como sagrado. Un respeto a “quien nos da posada”, de la familia que nos acoge y que nos brinda un espacio para poder compartir como hijas e hijos de la Creación.
Lo sagrado, entonces, es la familia, el hogar, las personas, el compartir. La reunión familiar es uno de los pilares de la celebración navideña en las familias maya–tz’utujiles (guatemaltecas). Lo destacado es reunirse en la casa de las abuelas y los abuelos para celebrar el Nacimiento de Jesús.
Un nacimiento visto desde la cosmovisión maya–tz’utujil, escuchando los consejos y las experiencias de los abuelos. En otras palabras, es “nacer” nuevamente bajo la “iluminación” de los que han vivido y han “visto la Luz” (dar a luz = nacimiento), para seguir creciendo como seres humanos y como parte de la Creación.
Dicho de otro modo, la celebración navideña familiar es con base y es en torno a la sabiduría ancestral. Y así, cada año “nace” un nuevo conocimiento para quien está naciendo para la vida.
Todas las familias esperan la llegada de la medianoche, un esperar comunitario: nadie duerme sino pasada la celebración culmen: la medianoche. Mientras se llega al momento, todas las personas conversan de lo que les ha pasado, tanto en el día como durante el año, tanto sus logros como sus caídas. No hay distinción de credos, solamente existe una familia, una gran famialia: el pueblo. Lo que le da sentido a la celebración comunitaria (pueblo) es lo que antecede a la medianoche.
El conocer más de mi hermana–hermano, quien vive cerca de mí, y a quien veo casi todos los días. Después de las celebraciones religiosas (misa o culto protestante) todos se saludan, se preguntan y se hablan. La celebración del pueblo es comunitaria, familiar y fraternal.