La noche del 22 de octubre de 2024 Gustavo Gutiérrez pasó a la casa del Padre. Estoy seguro de que a él le incomodarían estas palabras porque para él «volver a la casa del Padre» era una expresión inadecuada, como mencionó de paso en una de las vastas conversaciones públicas que tuvo en torno al problema de Dios; decía a manera de broma que, si una persona fallecía y decían «ha vuelto a la casa del Padre», pues ¿dónde vivió toda su vida? Algo así como para recordarle a la gente que en realidad el mundo también es Casa del Padre, enfatizando en lo sagrado de la creación y la presencia misteriosa de Dios en su creación.
Para quienes conocieron poco de él, fue un sacerdote de Perú, dominico, teólogo en las décadas de las dictaduras en Latinoamérica que, a raíz de la violencia, la represión del Estado y la grave desigualdad, propuso una perspectiva que trajo al centro de esta ciencia la vida del pueblo latinoamericano; un pueblo que vive un estado inhumano e injusto de opresión sistémica. Es aquí cuando surge la teología de la liberación, del proceso histórico–político que ya llevan los pueblos, el lugar teológico donde se hace vida, comunidad e historia y, como momento secundario, una reflexión orientadora para que esa praxis siga siendo liberadora. Don Gustavo nos enseñó que la historia de la salvación es en realidad la historia de la humanidad. Sólo hay una historia, y se va dando en la medida en que tomamos posesión de nuestro quehacer ético y nuestra condición humana en pro de la paz, la justicia, el amor, el perdón y la misericordia; es así como la salvación es también un proceso de liberación histórica.
También nos enseñó que la espiritualidad no brota de una supuesta teología que debe ser aplicada en contextos particulares para la evangelización del mundo, sino que más bien la espiritualidad brota de una experiencia concreta en el encuentro con Dios y su amor salvífico; una espiritualidad que une y que nos lleva a ligarnos (o re–ligarnos) con la vida, las personas y en especial con la comunidad que camina como en «tierra extraña», subsumida por la opresión de las élites y sus máximas odas a la economía y el progreso. La espiritualidad reconfigura nuestros intereses para colocarnos en un Kairós, en un tiempo oportuno para ser y hacernos solidarios con los pueblos que hacen vida donde sólo ellos saben hacerlo con toda humildad, apertura y servicio. Un enfoque así no se queda en las cuatro paredes del seminario o de la casa de formación en lo abstracto, en la comodidad del escritorio y del libro, sino que nos reconecta con la vida y la historia, a raíz de experiencias y encuentros con Jesús Resucitado desde y con las personas que encarnan su Espíritu.
Muchas personas que se suscriben al pensamiento de Gustavo Gutiérrez lo califican como «Teólogo», así, con «T» mayúscula, porque su vida, su opción preferencial por los pobres y su pensamiento fue eso, mayúsculo. Tan así que su libro Teología de la Liberación: Perspectivas fue un hito significativo en la producción crítica y teológica de Latinoamérica, al grado de incomodar a la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida en aquel entonces por Joseph Ratzinger, la cual publicó algunas consideraciones en torno a ello, pues advertía que el marxismo, al ser tomado como elemento importante en el análisis de la realidad incurría en una desviación al mensaje del Evangelio y su sentido trascendental, convirtiendo a la teología en una mera herramienta libertaria de las estructuras políticas y económicas sin más. Juan Pablo II también dejó sus notas al pie de página en cierta inconformidad en el asunto.
Y es que en la vida dentro de la Iglesia la teología de la liberación ha estado siempre manchada por una narrativa que contiene una concepción errónea del marxismo, llegando a satanizar el tema de manera absurda. Si se escarba en esta teología, veremos que, en el fondo, no es más que justicia y doctrina social de la misma Iglesia que criticó a su Teólogo, y que el marxismo aquí es tomado como un apoyo o pilar teórico para enriquecer y enfatizar los procesos materiales como indispensables para una adecuada encarnación del Evangelio en la vida de las personas en particular y en la sociedad en general, sin soslayar el carácter escatológico de la Palabra de Dios. En otras palabras, para Don Gustavo era inaceptable hablar del amor de Dios y de un porvenir mesiánico sin antes compartir el pan al hermano hambriento, pues ¿cómo pensar en ideas mayores y en contemplación cuando la persona no completa siquiera para la canasta básica? Es hasta irresponsable y ofensivo llegar con la vida más resuelta que la persona en situación de pobreza y decirle: «¡Ánimo, Dios te ama!» y darle unas palmadas y seguir con la vida.
Don Gustavo fue un gran contribuidor en un movimiento liberador del pueblo que ya se estaba gestando. La dislocación que logró de una teología en la ortodoxia tradicional a una praxis y procesos liberadores del pueblo particular inspiraron a un sinfín de teólogos a orientar los esfuerzos epistémicos y la producción de conocimiento en torno a la vida de la gente más sencilla, el lugar teológico donde la cruz del Resucitado y su proyecto cobran mayor realidad y sentido. Otros también contribuyeron en esta realidad histórica desde distintas trincheras: Ignacio Ellacuría, S.J., desde la búsqueda de una filosofía de la liberación, tratando de hallar respuestas en torno a la cuestión de cómo hablar de libertad en un pueblo esclavizado por la pobreza; Enrique Dussel con el decolonialismo; Leonardo Boff desde la eclesiología junto con su hermano Clodovis desde una adecuada metodología liberadora; Ignacio Martín–Baró buscando nuevos caminos en la psicología social; Monseñor Romero desde la pastoral y como obispo en El Salvador; Jon Sobrino y muchos otros más en el quehacer científico, pero siempre empapados de realidad, con una labor cirinea y un acompañamiento al estilo de María a las comunidades de base. Incluso en el arte ya se expresaban motivaciones y alternativas de alivio y libertad, así como también en la educación con Paulo Freire, quien buscó una pedagogía que vinculara el aula con la realidad histórica del pueblo brasileño, dislocando así también el enfoque de la pedagogía tradicional y llevándolo a la realidad.
Hoy en día hay gente que cree que la teología de la liberación es algo del pasado, que es un movimiento ya caduco y que ha muerto. Yo creo lo contrario. Los pensadores latinoamericanos pueden retirarse, pero su inspiración, su fe y sus convicciones trascienden en muchos colectivos populares que actualmente siguen buscando justicia y la reconstrucción de la dignidad humana que ha sido gravemente fracturada por negligencias, corrupciones, violencias del crimen organizado e intereses sistémicos del gobierno. Los grandes pensadores iberoamericanos ya hicieron su labor y nos han pasado la estafeta tanto a religiosos como a laicos para poder seguir analizando y transformando la realidad: teologías afroamericanas, teologías del sur, teología feminista, movimientos de búsqueda de desaparecidos, sindicatos populares, comunidades de base, grupos laicos, entre otros tantos más mantienen vivo el espíritu de Don Gustavo y el ímpetu por un Reino de Dios que de veras se haga vida y realidad en la cotidianeidad de la comunidad, en una historia desgarrada por la ambición al ídolo poder–dinero, pero cosiéndose y tejiéndose con misericordia por tantas personas esperanzadas en otro mundo posible. En este sentido, Don Gustavo Gutiérrez no muere, sino que, como su hermano Romero, ha resucitado en el pueblo latinoamericano.
Para saber más:
Gutiérrez, G. (1983). Beber en su propio pozo. Revista Páginas; mensaje No 316, enero–febrero.
Gutiérrez, G. (2022). Teología de la Liberación. Ediciones Sígueme.
Congregación para la Doctrina de la Fe. (1984). Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación. Librería Editorial Vaticana. Recuperade de: https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19840806_theology-liberation_sp.html
Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido (Trad. de Jorge Mellado). Siglo XXI Editores. Recuperado de: https://www.servicioskoinonia.org/biblioteca/general/FreirePedagogiadelOprimido.pdf
Ellacuría, I. (1975). Función Liberadora de la Filosofía. Estudios Centroamericanos (ECA). Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. San Salvador, República de El Salvador.
4 respuestas
Gracias por ayudarnos a ponernos en la piel de este compañero, testigo de Dios en nuestra realidad latinoamericana tan lastimada y luchona
Uno de más grandes ella Teologia Larinoamericana.
Uno de los más Grandes en la Teologia Latinoamericana…….
Gracias por compartir en este artículo, la esencia de la Teología de la liberación que sigue siendo necesaria y vital en esta Sociedad latinoamericana.
Irma Garza