«Bendito sea el Señor. Aleluya»
ABRIL
Domingo 28
- Hech 9, 26–31
- Sal 21
- 1 Jn 3, 18-24
- Jn 15, 1–8
§ Hechos de los Apóstoles nos presenta a Pablo en Jerusalén, después de su irruptora conversión y de dar paso a su tenaz servicio a la fe en Jesucristo. De ser un feroz perseguidor de cristianos se volvió seguidor del Camino, dándolo todo por el Señor. La intervención de Bernabé, que lo presentó a los apóstoles dando razón de su conversión, fue el hecho que le dio paso a ser perdonado, quedando atrás el miedo que les producía como perseguidor. Pablo debió experimentar profundamente el ser perdonado por Dios y sus hermanos cristianos.
§ La Primera Carta de Juan nos recuerda que el amor es la realidad existencial a la que toda persona es llamada para ser y vivir plenamente consigo misma, con los demás y con Dios. El ser humano es creado en el amor de Dios. En este sentido, el precepto del amor es primordialmente un proto–principio y fundamento de toda creatura humana, que consiste en que es creada para ser amada. Esto la lleva, en consecuencia, a descubrir con gozo que su principio y fundamento es el amor concreto a Dios y a los hermanos y hermanas.
§ El Evangelio de Juan nos dice que la vitalidad de los sarmientos es debida a su unión con la vid, para, en consecuencia, dar fruto. Jesús es la Vid verdadera y nosotros los sarmientos. Nosotros en una profunda y verdadera unión con Él damos frutos. Esa unión se da en el amor concreto de unos con otros como Él nos amó; en el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
La unión vital de los sarmientos con la vid verdadera se mantiene y fortifica en la vida de oración y, de modo particular, en la celebración de la Eucaristía y el conjunto de la vida sacramental. Asimismo, esto sucede en el amor concreto a los hermanos, especialmente a los pobres (Mt 25, 31–46).