El legado de Gustavo Gutiérrez (1928–2024) 

“Caminar para llegar a los dolores que nos hermanan”.

La persona profeta no camina para huir, se pone en marcha para llegar ahí donde hace más falta. Hace un año partió de este camino el profeta Gustavo Gutiérrez, impulsor de la teología de la liberación. Sin embargo, un profeta nunca se va del todo; su modo de caminar se convierte en semilla en la tierra que pisamos los y las que nos quedamos. Su teología no fue una cuestión que invita a replantearnos ideas novedosas, sino una brújula interna para peregrinar en los desiertos de la inhumanidad.

Caminar hacia el dolor, no huir de él. Esto es lo que Gustavo Gutiérrez nos mostró cuando indicaba que el Dios de la Vida no se revela en la comodidad de templos seguros y blindados de cualquier violencia, sino en el grito de las personas descartadas. Ahí, precisamente, donde todo parece negar el amor, donde pareciera que no hay nada que hacer, más que huir, sin dejarnos tocar por la realidad doliente, Dios se encarna, se hace presente en esos espacios, nos invita junto con él, a acompañar a las personas lastimadas, tocar su dolor, levantar la mirada de los y las olvidadas buscando horizontes y posibilidades de vida digna, abrazando con compasión y brindando esperanza.

Esta fe, lejos de ser un consuelo pasivo para no sentirnos culpables ante la desgracia de la otra persona, se convierte en un testimonio activo que interpela, que incomoda, que alza la voz, clama justicia y esperanza donde parece no haber ninguna. Tal como nos mostró Gustavo Gutiérrez en la construcción de una teología que libera, que se encarna en acciones concretas que busca desenmascarar toda idolatría y comodidad, de quienes muestran a un Cristo domesticado para el beneficio de las élites.

Gustavo Gutiérrez comprendió que el camino de la liberación es un «Caminar para llegar», así lo nombra en el epílogo que realizó en 1992 para el libro Espiritualidad de la Liberación, de Pedro Casaldáliga y María Vigil. En ese libro Gustavo plantea que, para poder llegar al gozo pascual que propone San Juan de la Cruz, necesitamos pasar forzosamente por el desierto. Cuando uno toma el riesgo de caminar en esos caminos áridos, desolatorios, que desgarran la vida, uno descubre que es en el encuentro con esas realidades dolientes donde podemos encontrar una amistad sincera y plena con Dios y con la humanidad.

El legado de Gustavo Gutiérrez y su testimonio nos invita a dejar los mapas viejos de interpretación de cómo encontrar a Dios y nos anima a confiar y lanzarnos a lo inhóspito, para poder sentir cómo Dios acompaña de forma misteriosa en donde nadie espera nada, cuando somos testigos de ello; se nos abren los ojos, se rompen esquemas arraigados y nos desinstala de esos ídolos que nos fabricamos.

Cuando nos dejamos tocar por la mirada llena de dolor de la persona descartada se desvanece el ídolo de una justicia abstracta o la idealización del pobre. Es en ese encuentro cuando nos purifica nuestra mirada y nos enseña a caminar despacio, al ritmo del espíritu, es en ese momento como podemos entender que «solo Dios basta».

Gustavo Gutiérrez- Imagen generada con IA

Esta propuesta no es algo sencillo, sabemos bien que la huida quizá sería nuestra primera reacción. Nadie está preparado para vivir la violencia extrema, la brutalidad de un secuestro, la desaparición de un ser querido, la muerte impune. El primer impulso que nos nace es escapar, resguardar a la gente que amamos, proteger lo propio y levantar muros para no tocar esa realidad.

Sin embargo, caminar, como él insistía, no es vagar sin rumbo. La vida no se improvisa. Hay que aprender a «caminar para llegar». Pero nuestro horizonte no es un lugar geográfico, sino un encuentro necesario: la plena amistad con Dios. Y solamente la podemos experimentar cuando vamos al encuentro con nuestras hermanas y hermanos crucificadas y crucificados.

En ese encuentro duele tocar la realidad, pero, ahí donde duele nuestro corazón, también están nuestras urgencias, nuestras prioridades, nuestras necesidades. Gustavo Gutiérrez señala que es importante discernir esos dolores en nuestro corazón. Es decir, hay ciertos dolores que uno puede reconocer que no vienen nada más de nosotros, sino que brotan de esto que Dios ha puesto en nuestro corazón y que nos hace sentirnos capaces de dolernos con otras personas. Nos hace sensibles ante los demás. Nos hacen comprender que su dolor y su sufrimiento es algo que no debería pasar, y también nos invita a rebelarnos contra ese dolor y ese sufrimiento.

Hay dolores que nos traen a la memoria a nuestros hermanos y hermanas que sufren. Hay dolores que traen a la memoria a personas que están deseando otro mundo. Hay dolores que te traen a la memoria a personas que están luchando y trabajando por ese mundo que desean. Que nos contagian, nos encienden nuestro corazón y nos impulsan a dar lo mejor de nosotros. Esos dolores abren nuestro corazón y nuestro entendimiento, nos unen a Dios y nos unen a los hermanos y hermanas.

La gran esperanza pascual de la que habla Gustavo Gutiérrez tiene que ver con un seguimiento a Jesús con el que podamos consolar las lágrimas que se han venido derramando por tanta violencia, por tanta oscuridad, por tantas tinieblas que, quizá, también a veces, hemos construido entre nosotros.

El gran legado de Gustavo Gutiérrez es poder identificar esos dolores que nos hermanan y nos hacen estar viviendo en comunión con Dios. A un año de su partida podemos comprender que vivir el evangelio es aprender a ser buena noticia para esas personas que pasan injusticias, que podamos reconocer qué cosas podemos transformar para que ese dolor encuentre consuelo y encuentre también una oportunidad, para deshacerse todo tipo de sufrimiento y convertirlo en solidaridad, en esperanza, en compasión, en trabajo compartido, en una búsqueda común.

Para saber más

Casaldáliga, Pedro, y Vigil, José María. Espiritualidad de liberación. Santander: Sal Terrae, 1992.Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación. Perspectivas. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1972.

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