América Latina y el Caribe, en particular México, son territorios atravesados por una crisis de violencia: desapariciones forzadas, feminicidios, ejecuciones arbitrarias, desplazamientos forzados internos, a lo que se suma una impunidad y desigualdad estructural que hiere la dignidad de los pueblos y comunidades. En este escenario, el derecho a la memoria es una demanda jurídica, y también es una necesidad colectiva, ética, política y espiritual. Recordar a las víctimas constituye un acto de resistencia frente al olvido impuesto por los poderes fácticos y estatales.
En este horizonte, la figura de Jesús de Nazaret se convierte en clave teológica: Él es memoria viva de la dignidad humana y, al mismo tiempo, un referente de espiritualidad crítica que confronta la injusticia. La fe cristiana, leída desde las luchas latinoamericanas y caribeñas, propone una memoria «peligrosa» —como la llamó Johann Baptist Metz— que incomoda a los poderosos y acompaña a las y los pobres de la tierra.
México vive una crisis de violencias y violaciones a derechos humanos que lo hermana con otras realidades de América Latina y el Caribe, donde la violencia estructural se alimenta de la desigualdad, la expansión del crimen organizado, la corrupción y la colusión de actores estatales y no estatales. Las más de 130 mil personas desaparecidas, los miles de feminicidios y el dolor de las familias de las víctimas, revelan que no estamos frente a hechos aislados, sino frente a un sistema de muerte.

Foto: cathopic
En este contexto, el derecho a la memoria se convierte en exigencia política: sin memoria de las víctimas no hay democracia real. Pero también se vuelve un reclamo espiritual: recordar a las y los ausentes es hacer presente su dignidad, impedir que el olvido les oculte y afirmar que sus vidas tienen valor.
Frente a esto, la experiencia de Jesús de Nazaret ilumina esta encrucijada. Él vivió en un contexto de dominación política (el imperio romano) y religiosa (las élites del Templo) que marginaba a las y los pobres y justificaba las violencias. Ante esto, Jesús construyó una comunidad que ejerce la memoria de forma crítica y con intención de fortalecer un proceso organizativo de las personas y comunidades con una espiritualidad liberadora.
Esto quiere decir que Él recordó al pueblo su vocación de justicia y misericordia, citando a los profetas frente a las autoridades. Se acercó a las personas más olvidadas, como signo de que la dignidad no depende de la ley impuesta por los poderosos. Asimismo, instituyó una memoria peligrosa, pidiendo «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19). No se trataba de un ritual vacío, sino de actualizar en cada generación la resistencia contra todo sistema que crucifica a las y los inocentes.
La memoria de Jesús, por tanto, no es neutra, es una memoria política y movilizadora, pues denuncia la injusticia; y es espiritual, pues abre camino a la esperanza de una vida plena. Desde la fe, la memoria de Jesús se conecta con la memoria de las víctimas de América Latina y el Caribe, por ejemplo, con los mártires de El Salvador, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina, las comunidades indígenas que defienden la tierra y el territorio; en México, con las madres y familias que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos con palas y cruces.
La cruz y la resurrección son categorías teológicas que se hacen políticas en este contexto. Las víctimas de la violencia son las, les y los nuevos crucificados de la historia; sus cuerpos desaparecidos, lastimados y golpeados son símbolos de un sistema que mata y oculta. La memoria de quienes están ausentes mantiene viva su dignidad y anuncia que la injusticia no tiene la última palabra. La resurrección no es evasión, sino horizonte de justicia que anima a las luchas sociales y comunitarias.
Así, una espiritualidad de la memoria en México se traduce en acompañar a las víctimas, denunciar la violencia estructural y sostener la esperanza de que la vida prevalece sobre la muerte y la injusticia. Lo anterior lo vemos en los esfuerzos de acompañamiento y trabajo que Iglesias y comunidades de fe hacen a favor de los colectivos de víctimas, especialmente de los colectivos de familiares de personas desaparecidas.
En América Latinay el Caribe, recordar es ya un acto político y teológico. El derecho a la memoria contenido en el derecho internacional de los derechos humanos, exige a los Estados y la sociedad trabajar por la verdad y justicia, pues sin esclarecer lo ocurrido, sin sancionar a responsables, se atenta contra la memoria que siempre tiene una fuerza transformadora.
Es necesaria también una reparación colectiva e integral para las víctimas, ya que no son sólo individuos aislados, sino comunidades heridas. La reparación implica recomponer el tejido social. En este sentido, este derecho implica también, de alguna manera una transformación espiritual, pues la Iglesia católica, las Iglesias y las comunidades de fe están llamadas a no ser cómplices del silencio, sino espacios de memoria viva, donde los nombres y vidas de las víctimas se pronuncien como sacramento de justicia.
En México, este derecho a la memoria se convierte en clamor teológico: la sangre derramada grita desde la tierra (Gn 4,10), y el Dios de Jesús escucha amorosamente ese grito.
El derecho a la memoria, leído desde Jesús de Nazaret y en clave Latinoamericana y del Caribe, es un desafío teológico-político urgente para México. Recordar no es solo tarea del Estado ni mero ejercicio académico, también es un acto espiritual que confronta la violencia y dignifica a las víctimas. La memoria se vuelve sacramento de esperanza en medio de la muerte, camino de justicia y signo del Reino de Dios que se abre paso en la historia. Jesús, crucificado y resucitado, nos enseña que el olvido es cómplice del poder, mientras que la memoria es camino de liberación. En la memoria de las y los desaparecidos y las y los asesinados de México late hoy la voz del Evangelio: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos» (Mc 12,27).







3 respuestas
Gracias por tan hermosa reflexión!
Así es Dios vivo acompaña y camina con nosotros
La muerte y el sistema no tienen la última palabra
Me han quitado a mi Amado hijo, mi hogar soy desplazada,perdi mi trabajo
Pero no han podido con el Amor inmenso a mi hijo que me moviliza a buscarle exigir justicia!
Acompañar a otras familias
Tejiendo redes de apoyo
Para que ya no se repita
El Amor poderoso mi bandera de lucha
La Cruz nos acompaña en las búsquedas se aparece en medio de la basura
Como símbolo de un Dios vivo que nos guía acompaña
Me encantó, comparar la injusticia qué hubo con Jesús fue y sigue siendo doloroso, el mundo vive día a día estas injusticias, pero Jesús dejó un legado de vida eterna, de la que aún en esta mundo de maldad, crueldad, nos garantiza una vida eterna, aceptando todos los días su muerte inocente en la cruz del calvario, ese ejemplo se perdón, nos ayuda a vivir aún en el dolor.. Muy bonita reflexión, lo felecito por este gran trabajo de reflexión, gracias por compartir.
Amén Amén Amén
Jesús de nazareth nos acompañe en esre camino de búsqueda