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El carnaval, una tradición vetusta  

El mes de febrero se anuncia con la promesa del carnaval, una fiesta legendaria que se realiza en el mundo occidental durante los días previos al inicio de la cuaresma. El día más representativo de esta celebración es el martes, justo 40 días antes del Domingo de Ramos. ¿En qué medida esta fiesta considerada pagana tiene un vínculo indiscutible con la cuaresma? ¿Cuál es la particularidad del carnaval? ¿Cuáles son las razones de su trascendencia en el mundo occidental? Para dar respuesta a estas interrogantes considero oportuno comenzar con una reflexión sobre la dimensión ritual y social de las fiestas para luego profundizar en los entretelones del carnaval. 

En su afamado libro Homo Ludens Johan Huizinga aborda la idea del juego como una ocupación esencial en la vida humana, tan esencial como el pensamiento o la habilidad para fabricar objetos. Los grandes momentos de convivencia están impregnados de juego, según expone Huizinga, “desde el lenguaje y la ciencia, hasta los mitos, la poesía, el derecho y el arte”. El juego representa un segundo mundo inventado, con él se escapa de la vida corriente a una esfera temporal de actividad que posee su propio ritmo. Al ser diversión y relajamiento, se convierte en función biológica para la persona y en función cultural para la comunidad “por su valor expresivo y por las conexiones espirituales y sociales que crea”, dice el autor. 

Es en el ámbito de lo lúdico donde se ubican las fiestas. En ellas, como en el juego, lo ordinario adquiere otras formas de ser interpretado. Las danzas, los disfraces, la música y toda clase de elementos festivos tienen una apariencia temporal que los hace ver como una interrupción de la cotidianidad, pero sus efectos trascienden la corta duración de las fiestas. Más allá de la alegría que provocan, “llevan al mundo imperfecto (…) a una perfección provisional”, escribe Huizinga. Las fiestas aparecen (y permanecen) en la dinámica de los pueblos porque además de fortalecer los lazos sociales y de perpetuar las tradiciones, representan un medio de expresión para los humanos en un intento por comprender su realidad. La teoría del Homo Ludens es reveladora para comprender el adn que contribuye a la permanencia de las fiestas en cualquier sociedad. 

Los primeros indicios de las festividades se dieron en el contexto de las culturas primitivas. Se trata de los cultos agrícolas en que se rendía homenaje a la tierra por su fertilidad, según explica George Foster. A la par del desarrollo de las sociedades surgieron celebraciones en honor de la lluvia, de la cosechas e incluso de la muerte. Las culturas antiguas (Grecia, Roma y Egipto) registran en su historia momentos dedicados para festejar la primavera, los ciclos agrícolas, la victoria en las batallas y la fuerza de los dioses. En la Edad Media las fiestas populares eran de gran importancia y se convertían en “la segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad , de la libertad, de la igualdad y de la abundancia”, dice el filósofo e historiador Mijail Bajtín. El ingrediente fundamental de esos periodos eran la risa y los actos cómicos que retaban al orden y la moral impuesta por la Iglesia y por las autoridades. 

Durante los siglos xii y xiii los clérigos europeos escribieron documentos que condenaban las diversiones populares por considerarlas “un gasto irrazonable del cuerpo y de los bienes”, de acuerdo con Roger Chartier en Sociedad y escritura en la Edad Moderna, pues en ellas “la efusividad surge sin control, el pudor pierde sus normas y los cuerpos se abandonan sin reverencia por el Creador”. A pesar de tales denuncias, las fiestas se arraigaron en la rutina de la gente. Prueba de ello es la sociedad española del siglo xvi, en la que “tres cuartas partes de las horas que un hombre pasaba despierto durante el año eran dedicadas al ocio antes que al trabajo”, escribe Enrique Kamen. Esta peculiar circunstancia era posible porque la economía se basaba en los productos del campo y las faenas eran de temporal, así que las personas dedicaban el tiempo libre a la diversión y al regocijo, sobre todo en esa época en que los libros eran escasos y en que la mayoría de los habitantes eran analfabetos. 

Enfoques teóricos 

  1. La visión catártica de las fiestas 

Los planteamientos teóricos que abordan el sentido de las fiestas populares analizan el fenómeno desde dos puntos de vista diferentes. Un grupo de estudiosos ve las fiestas como entidades cuyo objetivo se agota en la satisfacción de las necesidades del ser humano: la descarga de las preocupaciones (catarsis) o bien como la búsqueda del entretenimiento. Bajtín relata que en las fiestas populares que tenían lugar durante la Edad Media la gente establecía una forma particular de contacto libre que suprimía las barreras sociales. El mundo se convertía en un espacio sin reglas de conducta donde la risa y la alegría eran consideradas patrimonio del pueblo. 

Por su parte, en un estudio de Umberto Eco sobre el carnaval, destaca la importancia que adquiere la conducta cómica durante esos días, actitud que se convierte en una regla y permite a quienes participan “cometer cualquier pecado y permanecer inocentes”. En otra investigación, Las fiestas populares también se marchitan, Julio Caro Baroja plantea que “una fiesta popular es una forma de buscar el placer colectivo” y una manera de evadir la monotonía porque se rompe la rutina y las limitaciones no tienen cabida. 

  1. La corriente estructural de las fiestas 

Un segundo grupo de autores se distingue por su énfasis en destacar las características orgánicas de las fiestas en una sociedad determinada. En el escenario africano Clyde Mitchel desarrolló un estudio sobre “El Kalela Dance”, celebración anual que tiene lugar en la región de Rodesia (Zambia) y cuyo funcionamiento refleja la estructura social en la región. A través del seguimiento de la ceremonia (bailes, canciones, participantes), el autor se involucra en las redes sociales que componen la fiesta: las relaciones de jerarquía, las prácticas administrativas y el análisis de los ritos entre otros elementos. El “Kalela Dance” trasciende el carácter de celebración ocasional y se convierte en un símbolo identitario de la comunidad. 

El investigador español Pedro Gómez, en su artículo “Hipótesis sobre estructura y función de las fiestas”, estudió algunas celebraciones que se realizan en Granada (Los Palmitos, El Pucherito y Las Cruces) y constató que en esos eventos se combinan elementos sociales y económicos que exponen el funcionamiento cotidiano del pueblo que los reproduce: se intensifica la comunicación social, se evidencian los conflictos políticos, surgen o se renuevan las ideas, etcétera. En el ámbito económico florecen personajes cuyos recursos, dotes o influencias les otorgan un rango social elevado, confirmando así la jerarquización social. 

Desde la perspectiva de Chartier, las fiestas constituyen un momento especial en el que es posible captar las reglas del comportamiento social. Mas allá de la alegría que provocan, trascienden los límites de lo pintoresco para convertirse “en grandes reveladoras de las tensiones que atraviesa una sociedad”. 

Al estudiar el carnaval es posible identificar ambas corrientes: la fiesta como una catarsis y la fiesta como un reflejo estructural de la sociedad. En Río de Janeiro, en Venecia, en Santa Cruz de Tenerife, en Veracruz e incluso en Autlán, Jalisco, el homo ludens que tan bien describió Huzinga, crea un escenario pluriespacial donde se establecen privilegios, se reordenan las jerarquías, se crean lazos de poder y de complicidad, se rompen esquemas y se interrumpe la continuidad. 

Orígenes del carnaval 

El carnaval se realiza justo antes de la cuaresma y la fecha de su celebración es variable, ya que se fija 40 días antes de la fiesta cristiana del Domingo de Ramos. Para el cristianismo, este domingo es el anterior al Domingo de Pascua, que cae siempre entre el 22 de marzo y el 25 de abril, por lo que el martes de carnaval —el fin de la fiesta— será entre el 3 de febrero y el 9 de marzo (un día más tarde si cae en febrero y el año es bisiesto). 

Generalmente se consideran como punto de partida del carnaval las ceremonias antiguas como la Saturnalia (la cual se originó como un festival en el que los granjeros aclamaban el final de la temporada de cosecha de otoño), la Lupercalia (antigua fiesta pastoral, posiblemente prerromana, que se celebraba para evitar los malos espíritus y purificar la ciudad) y las fiestas dionisiacas que los griegos celebraban en honor al dios de la fertilidad y del vino. 

Los rituales mencionados se realizaban en febrero porque se creía “que era el mes de las purificaciones durante el cual (…) los muertos erraban en forma de llamas por la ciudad”, como escribe Claude Gaignebet en El carnaval. Ensayos de mitología popular. Además tenían un carácter orgiástico y estaban aderezados con procesiones, cantos, bailes y máscaras. En las lupercales, “completamente desnudos, los jóvenes provistos de azotes de piel de macho cabrío, golpean a las mujeres para hacerlas fecundas”. Tanto en la Saturnalia como en la Lupercalia los ritos se relacionan con los cultos agrarios y con la fertilidad (de la tierra y de los humanos). 

La palabra carnaval proviene del término “currus navilis”, nombre de un barco con ruedas utilizado para cargar la imagen de Dionisio en los cultos griegos. En su estudio sobre el carnaval Caro Baroja afirma que el barco también aparecía durante las fiestas romanas en honor a Isis. Sin embargo, el vocablo se empezó a interpretar “en función de la idea cristiana de la llegada del ayuno y de la entrada de la cuaresma”, porque su temporalidad estaba ligada al ciclo litúrgico de la Iglesia católica a pesar de ser catalogada como una fiesta pagana. 

Para nombrar al carnaval también se utilizó la voz “carnestolendas” (despedida de la carne) y “los escritores clásicos del Siglo de Oro [usaban] con más frecuencia el término Antruejo”, añade el autor. Durante la Edad Media la festividad representaba la ruptura de la cotidianidad, un periodo en el cual se trastocaban las reglas y el orden establecido. Desde la perspectiva de los renacentistas, el carnaval era la ocasión para emular la cultura antigua  “y revivir el paganismo” dice Baroja. 

Una de las tradiciones más constantes en España durante el siglo xv fue la representación de un espíritu de carnaval en forma de muñeco que era quemado o destruido al final de los festejos. El monigote era acusado de goloso, de borracho y de haber llevado la ociosidad al pueblo por unos días, por cuyas graves circunstancias “se le pedía la pena de muerte”, según Baroja. A tal usanza se le agregaba una infinidad de actividades que enriquecían el escenario festivo: corridas de toros, persecución de animales, arrojar harina y agua, corretear gallos, preparar comidas colectivas y quebrar huevos con confeti. 

En Bruselas se sacaban a pasear gigantes en todas las calles y se hacían desfiles con carros alegóricos mientras se lanzaban galletas de miel en forma de dados. En Barcelona, cuadrillas enmascaradas entraban libremente a las casas y se mezclaban en una serie de danzas. También los alemanes disfrutaban al organizar cortejos con carreras y barcos que precedían a las mascaradas y a las sátiras declamadas en las plazas públicas. En Buenos Aires y Montevideo los juegos consistían en llenar cascarones con agua para lanzarlos a las personas. 

Memorable es el carnaval de Venecia, pues las máscaras, plumas, colores y arlequines contrastan con la piedra y los puentes de la ciudad de los canales. En Nueva Orleans el Mardi Gras acoge cada año un crisol de gente de todas las edades que sale a la calle para celebrar la vida. Santa Cruz de Tenerife se convierte en una gran fiesta de disfraces, marchas satíricas y desfiles bohemios cuando llega el Carnaval, y en Niza la Batalla de Flores (Bataille de Fleurs) reúne por las calles innumerables caravanas desde las que se lanzan ramos. El que los atrape, según cuenta la tradición, tendrá suerte durante toda su vida (Office de Tourisme de Nice, 2020). 

En el continente americano Brasil se lleva las palmas por su exuberancia, sus bellas bailarinas y las escuelas de samba. El “mayor carnaval del mundo” dura cuatro días, y en el año 2013 logró reportar más de 665 millones de dólares de ganancias, según reportó la cadena de noticias cnn–Latinoamérica.   

En México destacan el carnaval de Mazatlán, el de Veracruz y también el de algunos municipios de Jalisco como Chapala, Ameca, Sayula y Autlán de Navarro. 

En Autlán la fiesta data del año 1831, fecha considerada oficial porque “el ayuntamiento concedió permiso a un vecino de apellido Mardueño para llevar a cabo diez corridas de toros con la condición expresa de que terminaran el Martes de Carnaval”, de acuerdo con Ernesto Medina Lima.  

Entre música, baile, comparsas, máscaras y disfraces, el carnaval se repite año tras año sin que se desgaste su esencia —preservar la memoria, generar espacios simbólicos de identidad, transmitir valores y gustos y promover la creatividad—. Es cierto que cada región tiene sus matices, pero todos los pueblos, sin distinción, se suman a esta fiesta con la ilusión de modificar la rutina apabullante que permea los espíritus y los entristece. La discontinuidad que representa el carnaval sirve para renovarse, para invertir los roles, para cometer excesos y para recrear “un mundo al revés”. 

Julio Caro Baroja afirma que el carnaval es fruto del cristianismo y que por ello no se puede soslayar la esencia de la cuaresma en esta fiesta. Carnaval y cuaresma simbolizan el bien y el mal, se confrontan y se complementan de la misma forma que lo hacen el pecado y la penitencia. En el bien y el —nociones antiquísimas— el ser humano se construye y a veces se diluye, se culpa y se perdona, intenta entender el mundo que lo rodea y comprenderse a sí mismo. En el arduo camino de la dualidad, los hombres y las mujeres, los niños, las niñas y todos aquellos seres sensibles transforman su realidad convirtiéndola en una fiesta. 

“Por obra del mito y de la fiesta —secular o religiosa— el hombre rompe su soledad y vuelve a ser uno con la  creación”.

Octavio Paz. 

¡Que viva el carnaval! 


Foto: Cathopic

Para profundizar la lectura: 

Bajtin, Mijail (1990). La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. México: Alianza Universidad. 

Caro Baroja, Julio (1965). El carnaval. Análisis histórico y cultural. Madrid: Taurus. 

Chartier, Roger (1995). Sociedad y escritura en la Edad Moderna. México: Instituto Mora (col. Itinerarios). 

Eco, Umberto et al. (1984). ¡Carnaval! México: Fondo de Cultura Económica. 

Foster, George M. (1962). Cultura y conquista: la herencia española en América. Jalapa: Universidad Veracruzana. 

Gaignebet, Claude (1984). El carnaval. Ensayos de mitología popular. Barcelona: Editorial Alfa Fulla. 

Gómez García, Pedro (1990). “Hipótesis sobre estructura y función de las fiestas”, en La fiesta, la ceremonia y el rito. Granada: Casa Velázquez/Universidad de Granada, pp. 51–62. 

Huizinga, Johan (1984). Homo Ludens. Madrid: Alianza/Emecé. 

Kamen, Enrique (1986). Vocabulario básico de la historia moderna. España y América 1450–1750. Barcelona: Crítica. 

Medina, Ernesto (1994). “El carnaval de Autlán. Pasado y presente”, en Estudios Jaliscienses, núm, 15. Zapopan: El Colegio de Jalisco, pp. 27–41. 

Mitchell, Clyde (1956), The Kalela Dance. Aspects of Social Relationships among Urban Africans in Northern Rhodesia. Manchester: University Press. 

2 comentarios

  1. Me gusto muchísimo esta explicación para llegar al origen del Carnaval. Y más al de nuestro querido AUTLAN de la Grana.
    Y desde luego le agradezco mucho a nuestra sobrina Patricia Núñez Gómez por este artículo de mucha importancia.
    Yo personalmente asistí a uno de los talleres que organizó en el Consulado Mexicano en el año 2021, aquí en Los Angeles, Ca.
    Paty muy orgullosa de ti y de tu trabajo que realizas (ya es tiempo de que regreses a Los Angeles para ofrecernos otros talleres de tanta importancia para los que vivimos acá)

    Mil felicitaciones por tan relevante artículo.
    Felicida

  2. De acuerdo con todo lo que señala y añado que en esa ruptura libertaria de la cotidianidad, en algunos Carnavales como el de Cádiz, a través de una modalidad creati- va y siempre novedosa , LAS CHIRIGOTAS, se permiten «denuncias» de injusticias, de desigualdades, políticas y sociales. que sólo son posibles de decir entre risas y bromas y así son admitidas sin castigos…

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