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Ejercicios Espirituales a distancia

Durante esta pandemia miles de personas, gracias a los medios de comunicación, pudieron hacer versiones abreviadas de los Ejercicios Espirituales (EE) con gran fruto. Ha sido una experiencia tan reciente y extendida que apenas empezamos a reflexionar sobre sus luces y sombras, aunque encontramos por ahora más de las primeras que de las segundas. Es mi parecer que aún no es tiempo para ponderarla en su totalidad.

Lo que sí se ha ido aclarando son algunos de los aprendizajes que hemos tenido los centros de Espiritualidad Ignaciana, con los directores y acompañantes que han participado en esta forma de pastoral de la espiritualidad. El texto que a continuación presento es el fruto del trabajo de muchas personas, que no solo han dado su tiempo y recursos organizando, dirigiendo y acompañando EE, sino que también han discernido y compartido sus resultados.

Lo que tengo te doy

Cuando Pedro se encuentra con un paralítico pidiendo limosna en Jerusalén, le dice: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy, y lo levantó en el nombre de Jesús» (Hch 3,1-10). A diferencia de san Pedro, nosotros no pudimos curar a tantos enfermos, pero como él, dimos lo que teníamos: los EE de san Ignacio. Lo hicimos con los medios virtuales que teníamos disponibles y con nuestra incipiente capacidad para usarlos.

Debemos reconocer que fue el confinamiento el que nos llevó a superar la falta de costumbre para usar la virtualidad como medio de comunicación en los EE. Cuando la pandemia movió nuestra compasión, nos llevó a preguntarnos ¿qué podemos hacer para ayudar a tantas personas encerradas, con miedo, pero con deseos de acercarse más a Dios y enfrentar mejor la situación? Respondimos compartiendo versiones breves de los EE, utilizando guías de oración en formato electrónico con sus respectivas explicaciones en video. Ambas eran enviadas a través de YouTube. Los acompañantes espirituales se reunían con sus acompañados por medio de diversas plataformas, desde llamadas de celular (mensajes de audio y de texto) hasta videoconferencias de varios tipos.

Los primeros EE a distancia, que al principio estaban pensados para 100 personas, terminaron siendo ofrecidos a 600 gracias al apoyo de numerosos acompañantes espirituales y la colaboración de varios centros. Con más centros de espiritualidad y acompañantes involucrados se multiplicaron diferentes versiones de los EE a distancia y otros recursos ignacianos. Al cabo de dos años de pandemia, se ha atendido a decenas de miles de personas de forma remota.

Foto: © Horacio Radillo Salinas

Por supuesto, no eran los «mejores» Ejercicios. No teníamos ni los mejores micrófonos ni las mejores o cámaras, ni las mejores plataformas digitales, ni un gran entrenamiento en el uso de ellas (¡ni siquiera sabíamos que había tantas plataformas!). Incluso, no contábamos con la mejor señal de wifi o de celular. Sin embargo, la necesidad nos hizo usar las tecnologías lo mejor que pudimos, con tal de ayudar a las personas a unirse con Dios.

A pesar de mis sospechas, los resultados comenzaron a notarse. Empezaron con los testimonios de quienes, ni siquiera antes de la pandemia, habían podido tener un espacio de acercamiento a Dios y para fortalecer su seguimiento, al no contar con los medios adecuados. Por ejemplo, una chica que hacía un voluntariado en un lugar con poca señal de celular, subía diariamente a la torre de su pueblo para captar la señal de datos en su celular y descargar las guías y los videos del director. Cada tercer día subía a dejar un mensaje de audio a su acompañante espiritual, quien más tarde respondía. A pesar de lo precario de la comunicación, la presencia de Dios se hizo evidente y pudo realizar unos buenos EE, con efecto muy benéfico en su apostolado. Otra persona nos confesaba que había dejado de ir a ejercicios espirituales por el costo y la distancia que la separaba del lugar donde había empezado a vivirlos cada año.

De estas experiencias aprendemos que necesitamos vencer la tentación de creer que es mejor no dar nada cuando no podemos dar lo mejor. Esta mala interpretación del magis ignaciano nos hubiera paralizado. En el fondo no se trata de dar lo mejor que existe, sino lo mejor que tenemos y podemos. Algunos quizá nos sentimos un poco culpables por no poder dar los EE como deben de ser (sea lo que sea que eso signifique), pero nos permitió dejarnos mover por la humildad ante nuestras limitaciones, y por la compasión ante la necesidad de muchas personas, y no por un magis mal entendido.

No se trata de tomar una decisión definitiva entre la opción a distancia o la presencial. Lo importante es que nos dejemos mover por la compasión y nos mantengamos preguntando: ¿qué tenemos para dar a nuestras hermanas y hermanos? Creo que esta es la pregunta fundamental de quienes son llamados al servicio de acompañar EE. La eficacia viene de esta pregunta, pues es ésta la que nos une a Dios desde la compasión por los otros. Como Pedro, digamos: lo que tengo te doy.

El confinamiento nos desconfinó

Al ser perseguidos, los primeros cristianos se vieron forzados a salir de Jerusalén y de los confines de Israel, donde también fueron perseguidos. Sin embargo, al huir, el Espíritu convirtió la dificultad en una oportunidad. Los caminos imperiales, la lengua griega, el pergamino y la escritura, posibles signos de la opresión imperial que los perseguiría, se convirtieron en medios de evangelización. Las nuevas tecnologías de la época unieron a los cristianos con mujeres y hombres hasta entonces alejados de ellos.

Eso pasó con nosotros: el confinamiento nos desconfinó. Al abrirnos a la necesidad de muchos y el deseo de ayudarlos con los medios con los que contábamos, el confinamiento nos forzó a usar los medios electrónicos. Estos se convirtieron en caminos para servir a miles de personas y que de otro modo no hubiéramos alcanzado. Podría decir que los espacios digitales se hicieron tierra de misión. Ya no se trataba de ir a otro continente, o a otra tierra, sino de navegar en el espacio abierto por las tecnologías y encontrarnos ahí con muchas y muchos que antes no alcanzábamos.

Un grupo de religiosas en África caminaban cada tercer día al poblado vecino a entrevistarse, vía telefónica con su acompañante espiritual, que estaba al otro lado del océano; luego imprimían las guías de oración y veían los videos que las explicaban. Durante los quince días que duraron los EE, este medio permitió que tuvieran más cercanía con Dios.

Se pudo acompañar, también en EE breves, a una joven mamá/estudiante, y escucharla mientras se sentaba en medio de su cocina, rodeada de los sonidos propios de la casa, entre ellos el llanto y la risa de su pequeño: reflejos de una vida esforzada, la de alguien que sabía que era prioritario volver a encontrarse con Dios. Ella, de otro modo, no hubiera podido vivir los EE.

Una persona enferma de covid-19 pudo hacer los EE en su recámara, gracias a las nuevas tecnologías, su cuarto de convalecencia se convirtió en una casa de retiro, donde, como hace siglos san Ignacio, pudo encontrarse con Dios y discernir lo que deseaba para su vida.

¿Cuántas veces, desde hace cuántos años, los centros de Espiritualidad nos hemos preguntado cómo alcanzar y servir a más personas? El encierro nos forzó a salir y las tecnologías facilitaron el encuentro.

Humanidad compartida

Los medios digitales se convirtieron en espacios compartidos que nos permitieron acompañar de un modo más cercano y fraterno. Cuando acompañados y acompañantes nos encontrábamos en nuestros propios espacios, encerrados ambos, compartíamos una misma realidad y quizá eso hizo más fácil la compasión y la empatía. No era ya el ejercitante quien acudía a la oficina de su acompañante, como comúnmente se hace, sino que ambos habitaban el espacio del otro: podían ver el vaso con leche a medio terminar en la mesa del fondo, los libros que aún seguían sin ordenarse en el librero, o escuchar el ruido de los automóviles y vendedores afuera de casa.

Foto: © Barcenas, Cathopic

Compartíamos además nuestras propias carencias tecnológicas: al tener qué apagar el video para que el ancho de banda alcanzara mejor, al tener que pedir ayuda a alguien para poder encontrar el botón correcto que parecía esconderse de forma caprichosa en el celular o computadora y también al recibir ayuda de los acompañados para resolver estos problemas, la distancia se acortó, así compartimos nuestras limitaciones, todos con todos. Espero que los ejercitantes se hayan sabido más queridos por sus acompañantes al verlos sufrir los inconvenientes de los medios de comunicación. Lo hicieron con cariño, no cabe duda.

Trigo y cizaña

La parábola del trigo y la cizaña (Mat 13) nos puede ayudar a caminar al ritmo del Espíritu. En este texto, Jesús nos invita a dejar que el trigo y la cizaña crezcan juntos, aun arriesgando un porcentaje de la cosecha, con tal de no arrancar las nuevas plantitas de trigo.

Ante esta nueva realidad, no todo ha sido claro. Ha habido signos de mucha esperanza y optimismo, y también ha habido voces que previenen contra los defectos o consecuencias negativas que pueden tener los medios cibernéticos. Así como nos enseña Jesús en el relato del trigo y la cizaña, habrá un momento en que, nosotros o quienes nos releven, podremos distinguir cuáles cosas ha inspirado el Espíritu y cuáles han sido engaños, cizaña sembrada en medio de estos medios que apenas comenzamos a explotar para estos fines.

Aunque habremos de hacer esta evaluación, quizá aún no sea el momento más apropiado, no sea que al sacar la cizaña arranquemos también el trigo. Además, quizá éste no sea aún tiempo para discernir, ya que ni siquiera seamos capaces de hacerlo. Estamos tan agradecidos por los medios digitales que quizá no podríamos descubrir los errores cometidos ni las amenazas que subyacen en estos nuevos modos de compartir nuestra espiritualidad. Seamos pacientes con nosotros mismos y dejemos correr la gratitud.

Por otro lado, también es necesario que seamos humildes ante aquellos que experimentan desconfianza ante el uso de las tecnologías de comunicación en los EE, pues esa desconfianza podría ser necesaria: nos recuerda que solo Dios es Dios, y las tecnologías son solo eso: tecnologías, medios para que Dios trabaje, o no, a su antojo, y que habrán de pasar por el tamiz del discernimiento si queremos aportar a la iglesia lo que san Ignacio nos ha legado. 

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