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Lecturas dominicales abril a junio de 2022

Juan Pablo Gil, S.J.

ENERO

Domingo 3

V Domingo de Cuaresma

«El Señor ha estado grande con nosotros»

  • Is 43, 16-21
  • Sal 125
  • Flp 3, 8-14
  • Jn 8, 1-11

El profeta Isaías comunica la Palabra del Señor que llama al Pueblo de Israel, en el tiempo del exilio marcado por el sufrimiento, a ver y notar lo nuevo que realiza en medio de ellos y todo lo que hace brotar. Ahora se avecina el nuevo éxodo con obras aún más maravillosas que aquellas del pasado, cuando Dios los liberó de la opresión de Egipto. El Señor invita hoy a estar atentos y notar todo el don que comienza a brotar.

San Pablo expresa su unión con Cristo con palabras únicas, pues son fuego que tocan profundamente el corazón. Exclama que esa total unión no se debe a los méritos realizados, sino que es don de Dios: «no con mi propia justicia basada en la ley, sino con aquella que nace de la fe en Cristo». Así, asumiendo su fragilidad, se reconoce en camino y en la esperanza del encuentro definitivo con Aquel que lo alcanzó primero. 

El Evangelio de Juan nos conduce, a través de la narración de la mujer adúltera, a reconocernos pecadores y a la vez, llamados a la compasión y al perdón. Asimismo, nos invita a abrirnos a la misericordia de Dios que libera. 

El Evangelio de Juan comienza con un primer momento, cargado de las siniestras intenciones de los letrados y fariseos, en que una mujer sorprendida en adulterio es puesta en el centro, con la violencia que eso conlleva, para, usándola como medio, poner a prueba a Jesús y tener de qué acusarlo. Ellos instrumentalizan la ley en favor de sus perversos planes, aniquilando la vida de los más vulnerables, o para espiar, juzgar y condenar a los otros. La acción salvadora de Jesús alcanza su culmen en un segundo momento cuando todos se han ido y la mujer permanece allí en el centro, pero no es más un centro espacial, sino que es el nuevo centro en que Jesús mismo la coloca a través de su misericordia y perdón que la lanzan a la vida.

Domingo 10

Domingo de Ramos

«Fuerza mía, ven pronto a socorrerme»

  • Is 43, 16-21
  • Sal 125
  • Flp 3, 8-14
  • Jn 8, 1-11

El tercer Cántico del Siervo de Dios, que nos habla a la vez de Cristo en su sufrimiento y en la confianza en el Padre, revela al discípulo fiel que sigue, con total disponibilidad al Señor. Dios le ha dado la palabra que consuela al abatido; Dios le abrió el oído y no se resistió, ni mucho menos vaciló, porque confía que el Señor lo ayuda y que no lo defraudará, incluso en la hostilidad y agresión física. 

La Carta a los Filipenses canta efusivamente, como un himno de adoración a Jesucristo, la grandeza única del misterio de la redención. El vaciamiento, en que el Hijo se encarna y toma la condición humana, y la exaltación, manifestada en la resurrección/glorificación, revelan el sobreabundante amor de Dios por la humanidad. Asimismo, la verdadera adoración a Jesucristo se realiza en el amor a Dios y al prójimo, que es contrario a un culto vacío y enajenante.

El Evangelio según Lucas, que narra la Pasión y muerte de Jesús en la cruz, nos conduce primero a la última cena Pascual que celebra con los discípulos. En esta cena pascual, donde se celebra el memorial de la liberación del Pueblo (Ex 12), el Señor instaura un nuevo tiempo, una nueva Pascua, de salvación para todos los hombres y mujeres.

El cristiano, apasionado por el Señor Jesús, no es indiferente a la confusión y dolor que provocan la contemplación y meditación de los misterios de su pasión y muerte. Estos nos revelan el amor desbordante de Dios por todos y todas. Los seguidores de Jesús, en cada Eucaristía, somos transportados con los pies de la fe, a aquella última cena Pascual de Jesús con sus discípulos, para participar de esta realidad salvífica de gracia, portando y presentando al Señor las alegrías y angustias, las esperanzas y tristezas de toda la humanidad.

Domingo 17 

La Resurrección del Señor

«Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya» 

  • Hch 10, 34a. 37-43
  • Sal 117
  • Col 3, 1-4
  • Jn 20, 1-9

En casa de Cornelio, el apóstol Pedro, después de una visión en que Dios lo libera de los prejuicios, discriminaciones y tabúes, toma la palabra y anuncia a Jesús, quien después de padecer, Dios lo resucitó. Pedro vive una conversión, como don del Espíritu Santo en el Resucitado, y reconoce: «que los que creen en él, en su nombre reciben el perdón de los pecados», ya que Dios no hace diferencias entre «paganos y judíos», ya que la justicia en Jesucristo se basa en el amor a Dios y al prójimo.

San Pablo nos hace ver que, si estamos unidos a Cristo, que ha vencido la muerte, él nos libera de nuestros temores y angustias. Así, habiendo «resucitado con Cristo», estamos llamados a pensar «en las cosas del cielo», no para renunciar a nuestras tareas cotidianas, sino para conformarnos auténticamente como cristianos en la vivencia del amor al prójimo, garantía del amor a Dios, mientras caminamos a su encuentro glorioso.

El primer día de la semana, cuando María Magdalena encuentra la piedra del sepulcro removida, corre angustiada en busca de los discípulos, pensando que se habían llevado al Señor. Ella aún lo busca entre los muertos. Ese momento en que Pedro entra al sepulcro vacío, y tras de él, el discípulo predilecto, que vio y creyó es uno de los mayores de la humanidad. Desde ese día, el Resucitado conduce
a buscarlo entre los vivos.

La victoria de Dios sobre el pecado, sobre todo mal, alcanza en Jesús resucitado su máxima revelación. La unión a Jesús en la fe, creer en Dios Trinidad en la mediación eclesial, es experimentarse salvados, sanados, y se trata de una salvación que escapa, muchas veces, a las palabras que buscan nombrarla. 

Domingo 23 

III domingo del Tiempo ordinario

«Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna».

  • Neh 8, 2-4. 5-6. 8-10
  • Sal 18
  • 1 Cor 12, 12-30
  • Lc 1, 1-4; 4, 14-21

En la primera lectura encontramos a una comunidad que quiere configurar su vida conforme a los decretos de Dios. Esta comunidad desea acercarse más a la Palabra y entenderla. Este deseo los lleva a vivir consolados, a derramar lágrimas, a purificarse. El fruto de este deseo es vivir como una comunidad fortalecida desde los decretos de Dios.

La comunidad cristiana se caracteriza por la unidad que todos formamos en Cristo. De este modo conformamos un cuerpo mayor donde cada uno es parte importante del todo. En palabras más actualizadas podríamos hablar de una sinergia. Por ello, cada parte, por minúscula que sea, es de gran valor para el resultado final que este cuerpo, en Cristo, quiere cometer. Y este resultado que pretendemos es el amor.

El evangelio de hoy, escrito por Lucas, nos habla de la importancia de la transmisión de la fe. Esta fe, por supuesto, está cimentada en Jesús, que se encamina a su vida pública con una misión muy concreta: hacer visible el Reino de Dios. Este Reino no es algo inalcanzable, sino que precisa de nuestra apertura de mente, ojos y oídos para hacernos presentes en él hoy. 

Las palabras de vida eterna sólo salen de la boca de Dios. En este sentido, la comunidad del Antiguo Testamento que escuchaba la Palabra por medio de los preceptos desde un libro, ahora escucha la Palabra que sale de la boca de Dios, en su Hijo Jesús. Esta Palabra se manifiesta en Buena Noticia a los pobres, en libertad a los esclavos, en vista a los que tienen los ojos nublados. De esta manera se manifiesta el amor de Dios a la comunidad y a la humanidad.

Domingo 30 

IV domingo del Tiempo Ordinario 

«Señor, tú eres mi esperanza». 

  • Jer 1, 4-5. 17-19
  • Sal 70
  • 1 Cor 12, 31 – 13, 13
  • Lc 4, 21-30

Jeremías, en la primera lectura, nos comparte lo más profundo que hay en su corazón, lo que más lo emociona y lo impulsa a amar a Dios y a los demás. Esto que Jeremías lleva dentro de sí es lo que conocemos como vocación. A partir de ella, Jeremías encuentra el sentido de su vida, que es ser voz del mensaje de Dios.

El cuerpo unido en Cristo sólo tiene sentido cuando vive en el amor. Lo más importante, pues, es amar como Dios ama. Si los talentos particulares no nos llevan a este amor, de nada sirven. Por ello, el don más valioso es el de poner toda nuestra esperanza en el Señor. Él nos impulsará a amar.

El mensaje de Jesús es interpelante. Su palabra nos desajusta y, muchas veces, nos incomoda. Para vivir el Reino de Dios necesitamos modificar estructuras mentales y sociales, aceptar que otros también están llamados a vivir el mensaje de Jesús y a no querer retenerlo sólo como cosa nuestra. 

La vocación cristiana es siempre una vocación al amor. Este amor se despliega en matices, como lo es la compasión, el servicio, la alegría, la justicia, el desprendimiento, la generosidad. La Palabra de Dios este domingo nos coloca delante de tres hombres que han encontrado su vocación al amor: Jeremías como profeta, Pablo como apóstol y Jesús como Salvador que trae la Buena Noticia del amor del Padre. Que a partir de Él podamos, como cuerpo eclesial, abrazar nuestro llamado al amor y al servicio para llevar esperanza a otros que lo necesitan.

Ilustración: © bernardojbp (Bernardo Ramonfaur), Depositphotos

FEBRERO

Domingo 6

V domingo del Tiempo Ordinario

«Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste» 

  • Is 6, 1-2. 3-8
  • Sal 137
  • 1 Cor 15, 1-11
  • Lc 5, 1-11

El profeta presenta su testimonio de respuesta al llamado de Dios. Él, desde su condición de hombre vulnerable y pecador, perdonado por la misericordia de Dios, responde a la pregunta del Señor con presteza y diligencia. Él ahora será enviado para dar el mensaje que Yahvé tiene preparado para su pueblo. 

San Pablo se reconoce como parte de una tradición de apóstoles del Señor que cuidan y transmiten el mensaje de Jesús. Así mismo, el apóstol de los gentiles también reconoce en él su pequeñez, que está sostenida por la gracia de Dios. Todo lo que él ha hecho en favor del mensaje de salvación ha dependido de la fuerza del Espíritu que lo ha movido a amar y servir. 

La tragedia más grande para los pescadores está en no haber pescado nada. Su trabajo no remunera el esfuerzo que realizan; ellos están sumidos en el fracaso. Pero Jesús les da un nuevo sentido de vida, hace nuevas las cosas para ellos, al grado de que experimentan su pequeñez y el hundimiento de su vida pasada, para resurgir en una nueva vida: la de anunciar el Reino de Dios.

Dios libera de sus angustias a aquellos que lo invocan. La experiencia de los personajes bíblicos es la experiencia de quien se siente limitado o débil, pero por la gracia de Dios que los rescata, son llevados a realizar grandes obras en favor de Dios y de sus hermanos y hermanas. Este es el testimonio de Isaías, Pablo, Pedro y los discípulos, que son rescatados de sus abismos para salir a la luz del mensaje de salvación. Ellos, como pecadores perdonados, son animados a liberar a otros de sus angustias.

Domingo 13

VI domingo del Tiempo Ordinario

«Dichoso el hombre que confía en el Señor»

  • Jer 17, 5-8
  • Sal 1
  • 1 Cor 15, 12. 16-20
  • Lc 6, 17. 20-26

Jeremías advierte que el corazón del hombre, si se aparta de Dios para confiarse a los mínimos de la vida, sufrirá mucho. En cambio, quien se mantiene atento al Señor, aunque atraviese por dificultades, siempre saldrá bien librado. 

Nuestra fe está fundamentada en el Kyrios, el Señor que ha resucitado. Por ello san Pablo alerta a la comunidad de Corinto a creer en la resurrección, pues ella anima a las comunidades a dar testimonio de su fe. Lo verdaderamente importante es tener nuestra esperanza en Cristo, que nos perdona y otorga la salvación.

Jesús anuncia una renovación en la sociedad. Ésta incluirá a aquéllos que se sienten pobres y abandonados, a los que padecen sufrimiento, a los que están entristecidos o llorando. Sus males se convertirán en alegría, esperanza, paz. Y los que hicieron sufrir a éstos, tendrán que arrepentirse del daño que han hecho.

¿Cómo vivo mi fe? ¿De qué manera la cultivo? ¿Acudo a los sacramentos y a la caridad con frecuencia? ¿Cómo está mi vida de oración? Estas y otras preguntas nos pueden ayudar a vivir las bienaventuranzas que anuncia Jesús, el Señor Resucitado. Las respuestas que demos, cuanto más desde nuestro corazón salgan, nos pondrán del lado del Señor que nos invita a no apartarnos de su presencia.

Domingo 20 

VII domingo del Tiempo Ordinario 

«El Señor es compasivo y misericordioso»

  • 1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23
  • Sal 102
  • 1 Cor 15, 45-49
  • Lc 6, 27-38

El primer libro de Samuel nos narra un conflicto cuasi familiar que es resuelto favorablemente por la intervención misericordiosa de Dios. David reconoce en Saúl al ungido de Dios, por eso respeta su vida, pero también desea que su vida sea respetada. Es en la bondad y la valentía donde Dios se hace presente, por medio del corazón de esos hombres.

San Pablo, en su carta a los corintios, parece recordarnos que el ser humano es un terreno donde se fragua un combate. Cuando éste es bien llevado, el hombre es depositario de una unidad que lo hace ser la maravilla que es: terrenal y celestial. Es Jesús, como desde el origen en la creación, quien nos da su aliento para generarnos vida.

Jesús, en el evangelio de Lucas, habla de la regla de oro, es decir, tratar a los otros como nos gustaría ser tratados. Este trato personal y comunitario implica estar adheridos a una imagen compasiva de Dios y a una revisión profunda de nuestra antropología. El creyente que Jesús está moldeando es un ser amoroso, desapegado, justo y compasivo inclusive en la adversidad.

Jesús anuncia el Reino de Dios, y este anuncio es tan ambicioso como la creación narrada en el libro del Génesis, pues pretende ordenar y proyectar la sociedad hacia un buen fin, que es la justicia. El Reino, pues, es ajustar lo que está desajustado. Esta justicia necesita del corazón del hombre, por ello Jesús es un maestro que enseña pacientemente la convivencia en el amor. 

Domingo 27 

VIII domingo del Tiempo Ordinario

«¡Qué bueno es darte gracias, Señor!»

  • Sir 27, 5-8
  • Sal 91
  • 1 Cor 15, 54-58
  • Lc 6, 39-45

Los pensamientos del hombre dan cuenta de lo que hay en el interior de las personas, nos dice el libro del Sirácide. Podemos conocer la cualidad de los pensamientos de una persona cuando éstos se convierten en palabras. Por ello, la invitación es a razonar según la voluntad de Dios.

Muchas veces los frutos por los que trabajamos, y que tanto deseamos, no llegan. Es un ejercicio de humildad y de confianza en la gracia de Dios el permanecer firmes en las decisiones que hemos tomado delante del Señor.

El evangelio de Lucas nos hace una invitación a vivir en la coherencia. Ésta debe tener como eje fundamental la persona de Jesús. Él es el maestro, él nos libra de nuestra miopía, él nos ayuda a dar frutos buenos. Él saca lo mejor que hay en nuestro corazón. La verdadera coherencia es vivir siguiendo a Jesús. 

Una Iglesia que sale a curar las heridas de los migrantes, a educar a los niños sin escuelas, a animar a las personas sin trabajo, a compartir el pan de cada día tiene en el centro de su corazón a Jesús, el Hijo de Dios. Los pensamientos que brotan de un corazón cristificado se convierten en palabras y acciones que construyen y hacen visible el Reino de Dios. 

MARZO

Domingo 6 

I domingo de Cuaresma

«Tú eres mi Dios y en ti confío»

  • Deut 26, 4-10
  • Sal 90
  • Rom 10, 8-13
  • Lc 4, 1-13

El libro del Deuteronomio nos dice que el Señor escucha a su pueblo. Esto nos confirma que cuando Él pide que lo escuchemos, debemos tener en cuenta que Él nos ha escuchado antes. Así mismo, siempre hacer memoria del paso de Dios por nuestra vida, en las angustias y alegrías, para dar gracias de todo corazón por todo el bien que nos ha hecho. 

La centralidad de nuestra fe es Jesús Resucitado. Esta afirmación cala hondamente en nuestra vida, pues nos impulsa como a los discípulos a anunciar que Jesús vive y da su vida por nosotros. La salvación es vivir una vida plena, en comunión con Dios, con la naturaleza y con nuestros hermanos. 

El evangelio de Lucas nos recuerda que la humanidad de Jesús es puesta a prueba. Las tentaciones radican en que Jesús proceda desde una parcialidad, la divina, y relegando su parte más vulnerable, la humana. Por ello lo incita a hacer milagros, a orar o a dejarse cuidar por los ángeles. Pero Jesús triunfa al no renegar de su ser completo, hombre y Dios.

¿Cuáles son nuestras tentaciones? ¿Cómo caigo en ellas? ¿Dónde comienzan? ¿Cómo me hacen sentir después de haberlas vivido? La mayor tentación es la de rechazar a las personas que más nos necesitan, comenzando con nuestros seres queridos más cercanos. Dejémonos guiar por nuestra fe en Cristo Resucitado, para anunciar, de la misma manera que lo han hecho tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia, que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios.

Domingo 13 

II domingo de Cuaresma 

«El Señor es mi luz y mi salvación»

  • Gen 15, 5-12. 17-18
  • Sal 26
  • Flp 3, 17 – 4, 1
  • Lc 9, 28-36

Abraham cree en aquello que parecía imposible porque cree en la gracia que viene de Dios. Dios le muestra la abundancia de su gracia y lo anima a vivir con esperanza. Abraham, quien confía en el Señor, lo espera todo Él. Este creer de Abraham no es ilusorio, sino que se enraíza en la historia, en haber salido de una tierra para obtener otra. Eso mismo acontecerá con su descendencia. 

El apóstol Pablo, en su carta a los filipenses, tiene la certeza de invitar a la comunidad a que sigan su ejemplo. Él lo hace así no por egolatría, sino por su confianza en la amistad que tiene con Jesús. A final de cuentas, lo más importante no es el mismo Pablo, sino la alegría que da la fidelidad a Jesús. 

El imperativo para Israel en el Antiguo Testamento era el de escuchar. Esta escucha sigue estando presente en el evangelio de Lucas, cuando nos recuerda que el Padre presenta a su Hijo a la comunidad de discípulos más cercana. A ellos les pide que lo escuchen. En Jesús se integra la vida verdadera, desde Moisés y Elías hasta su paso por la cruz, para después ser resucitado por el Padre.

En este segundo domingo de cuaresma tengamos presentes que el faro o la brújula de nuestra vida es el Señor. Sólo al escucharlo a Él podremos vivir una vida llena de alegría y fidelidad, como la vive Abraham y Pablo, testigos del amor de Dios. No nos desanimemos ante las oscuridades de la vida, pues el Señor es nuestra luz que nos salva, nos cuida y nos lleva a puerto seguro para, desde ahí, seguir anunciando el Reino de Dios.

Domingo 20

III domingo de Cuaresma

«El Señor es compasivo y misericordioso»

  • Ex 3, 1-8. 13-15
  • Sal 102
  • 1 Cor 10, 1-6. 10-12
  • Lc 13, 1-9

Moisés realizaba sus tareas ordinarias, el trabajo con el que se ganaba su sustento familiar. Dentro de esa vida rutinaria, Dios llama la atención de Moisés por medio de algo extraordinario: un arbusto que arde pero que no se consume. Esta manifestación de Dios jamás habría dado resultado si Moisés no coloca de su parte para dejarse interpelar por Dios, esto es, el acercarse con curiosidad o deseo de entender. Dios va a defender a su pueblo.

San Pablo, en su primera carta a los corintios, le recuerda a la comunidad que Cristo siempre ha estado presente en medio de ellos. Por ello, es importante hacer memoria de lo que vivieron los antepasados, que fueron sostenidos por Cristo, la roca, y alimentados por Él, que es el Pan de Vida. 

El mal que sufren los hombres no es porque Dios así lo desee, dice Jesús, sino por la injusticia, corrupción e impunidad. Todos debemos cambiar nuestra mente, con la gracia de Dios, para procurar al Señor Jesús que nos sostiene e impulsa a dar buenos frutos.

Dios actúa en lo más ordinario y rutinario de la vida. Como Moisés, estamos invitados a acercarnos a Él para dejarnos interpelar por su dolor, que es el dolor de los que más sufren. Todos tenemos un llamado a colaborar en la redención que Cristo nos trae, por ello es bueno colaborar dando frutos de vida eterna. Esto lo lograremos únicamente en íntima relación con Él, que es la Roca que nos sostiene.

Domingo 27 

IV domingo de Cuaresma

«Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor»

  • Jos 5, 9. 10-12
  • Sal 33
  • 2 Cor 5, 17-21
  • Lc 15, 1-3. 11-32

El libro de Josué nos presenta a una comunidad que celebra la pascua judía, el recuerdo del paso del Señor en medio de ellos. La comunidad se siente agradecida por la liberación que Dios les ha dado, ya no cargan el yugo que les cargaron los egipcios.  

Pablo invita a la comunidad de Corinto a vivir en reconciliación por medio de Cristo. Quien vive adherido a Cristo es una mujer o varón nuevo, pues lo hace parte de una nueva humanidad. Quien vive de esta manera, es capaz de llevar el testimonio de Cristo a otras personas para que también ellas formen parte de la comunidad.

La parábola del Hijo Pródigo ha inspirado los corazones de muchas personas, creyentes o no creyentes, pues es una historia de amor desbordante de un padre por sus hijos. Esto lo vemos reflejado en la historia del arte, la literatura o la religión. Jesús, en el evangelio de Lucas, le dice a la comunidad que Dios es un Padre Misericordioso, que perdona nuestros pecados y renueva nuestra persona.

¿Me comporto como el hijo menor? ¿He recapacitado y regresado a casa de mi Padre? ¿Sigo envuelto en mis dinámicas de pecado? ¿Mantengo una actitud farisaica como la del hermano mayor? ¿He considerado que estoy llamado a vivir como el padre de la parábola? 

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