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Ecoteología, ecoespiritualidad y filosofía de la complejidad

Ecoteología/ecoespiritualidad y complejidad son palabras difíciles que pueden echar para atrás a algún posible lector de estas páginas. Pero, antes de que se quede en el título y abandone la lectura, comienzo diciéndole que estas palabras expresan una visión de la realidad completamente actual, necesaria y en perspectiva de futuro.

La dificultad de las primeras es ser palabras compuestas (eco–teología/eco–espiritualidad), cultas y específicas de un ámbito del pensamiento. Una teo–logía que no es sólo reflexión sobre las cosas de Dios sino, más aún, pensar el Mundo desde el Misterio, desde la relación con ese Misterio/Dios; y una espiritualidad que va más allá del logos de la teología, para llegar a la contemplación sin palabras. Una teología y una espiritualidad elaboradas desde la ecología, el saber de la tierra y el cuidado de la casa común. Ésta es uno de los retos más importantes de una teología para hoy; porque los cristianos y las cristianas del siglo XXI, o somos ecopacifistas y buscamos una ecoteología/ecoespiritualidad, o no podremos ser buenos discípulos de Jesús de Nazaret: buscar la justicia, la paz y la comunión con toda la creación, estableciendo relaciones justas con los hermanos, con la Tierra y con el cosmos, pues «somos parte de la tierra y ella es parte nuestra», como decía el jefe Seattle.

La dificultad de la segunda (complejidad) viene de ser una palabra que se presta a malentendido. La complejidad a la que aquí nos referimos, lejos de un significado popular como algo raro, extraño, retorcido… es una palabra que viene del latín complexus; es «el tejido sin costuras de la Realidad», como expresó genialmente el pensador francés Bruno Latour.

Superficialidad e inconsciencia versus consciencia de la Realidad no–dual

¡De lo irreal, llévame a lo real!
¡De la oscuridad, llévame a la luz! 

Upanishads

Hay fundamentalmente dos maneras de situarse en el mundo. O bien de una manera superficial, banal, de manera egoísta y material, pensando exclusivamente en los propios intereses, indiferente a las alegrías y las penas de los hombres y mujeres que me rodean, indiferente a la naturaleza y a todo lo que es. O bien en profundidad, ahondando en lo que es mi realidad más profunda, en esa Realidad  de la que formo parte inseparable, constitutiva, con la que estoy íntimamente en relación; sabiendo que el otro, lo otro y el Otro forman parte de mí: estar abierto al Misterio. Por eso, Raimon Panikkar gustaba repetir: «La epidemia más grande de nuestro mundo es la superficialidad». La banalidad y superficialidad de miles y miles de personas es la causa de la desgracia de este mundo que estamos destruyendo, empezando por la indiferencia ante el dolor de nuestros hermanos y hermanas más débiles, víctimas de nuestro egoísmo depredador. La superficialidad es un atentado contra lo que es verdaderamente ser humano; es la negación real de lo ético y lo espiritual, aunque esto esté cubierto de unas capas de moral y religiosidad que lo ocultan como verdaderas superestructuras alienantes. Se trata de vivir o de manera inconsciente o de manera realmente consciente de lo que la Realidad es.  Superficialidad es vivir en la inconsciencia; no ser conscientes de lo que realmente somos: relación con todo. Somos tierra y espíritu, somos consciencia; si vivimos en la inconsciencia, no somos.

La esencia del cristianismo es que Dios es amor, y sólo conocemos de verdad si amamos realmente. Y el buddhismo enseña que en la comprensión y el conocimiento está la esencia del amor; por eso dice Thích Nhâ’t Hanh: «Con la plena consciencia, vemos que la otra persona sufre, y es justamente esto lo que nos motiva a hacer algo para que no sufra». De esta manera, el conocimiento en profundidad «es la esencia misma del amor». «Sin comprensión no es posible el amor» (Bouddha et Jésus sont des frères). Por eso, sin una espiritualidad religiosa o laica no podemos ser plenamente humanos.

«La espiritualidad es el único lugar en el que podemos encontrarnos los creyentes de todas las religiones y las personas no religiosas que buscan vivir con profundidad, intensidad, veneración y honestidad su existencia». 

La espiritualidad es el único lugar en el que podemos encontrarnos los creyentes de todas las religiones y las personas no religiosas que buscan vivir con profundidad, intensidad, veneración y honestidad su existencia. Ese lugar es el camino de la salvación o liberación cristiana, pero también el de la iluminación oriental y la realización occidental/secular. Por eso, escribe Raimon Panikkar: «La historia de la espiritualidad coincide con la historia misma del ser humano. En el fondo, es la dimensión más real y efectiva de la historia humana, puesto que el verdadero quehacer humano no es tanto hacer guerras, naciones o culturas, como hacerse a sí mismo y llevar a cabo su salvación» (Espiritualidad hindú. Sanātana dharma).

La mística busca una experiencia integral de la Realidad, una vida en plenitud; es la consciencia de comunión profunda con toda la Realidad. Raimon Panikkar la define como «experiencia plena de la vida», a la que está llamado todo ser humano. Es la visión integral del ser humano y de la Realidad, más que experiencias extáticas o elucubraciones conceptuales (De la mística. Experiencia plena de la vida). Es la mirada profunda y atenta a la Realidad; vivir con plenitud es vivir de modo consciente, con atención plena; abrir los ojos y despertar a la Realidad. No se trata de renunciar a la razón, sino de relativizarla, para llegar a lo transracional. Por eso, la experiencia mística supone tener muy despiertos no sólo los ojos de la cara, sino los «tres ojos del conocimiento»: el ojo sensible/empírico, el ojo racional/filosófico y el ojo espiritual/contemplativo («tercer ojo»).

La superficialidad tiene mucho que ver no sólo con la banalidad, la moral y la espiritualidad, sino también con una perspectiva fragmentaria de ver la Realidad, frente a la visión de su Unidad y su a–dualidad: sólo existe la Unidad en la diferencia que apreciamos a cada instante. Desde la superficialidad yo me veo como individuo aislado del resto de la Realidad, considerando ésta a mi servicio: verme como sujeto y a todo lo demás como objeto que está ahí para mi disfrute. La perspectiva del self–made man americano, el hombre que cree que se ha hecho a sí mismo, sin la ayuda de otros. La grandeza de nuestra existencia es reconocer cómo todos estamos/somos interrelacionados, vamos interactuando y tejiendo redes y urdimbres. El mismo Einstein decía en una conocida frase: «Nuestra separación de los demás es una ilusión óptica de la consciencia». La superficialidad fragmentaria es lo contrario de la unidad y armonía de la Realidad. Y esto nos lo muestra tanto la nueva física cuántica y la teoría de la complejidad, como la nueva filosofía de la complejidad, la nueva teología y la nueva, y al mismo tiempo antigua espiritualidad (A. Huxley, La filosofía perenne). Así lo he intentado mostrar en mi último libro, del que diré unas palabras a continuación.

En fin, la superficialidad es lo contrario de ver la Realidad como el tejido sin costuras que es: una Realidad relacional en la que todo está absolutamente interrelacionado/interconectado. El mismo papa Francisco habla así de la Realidad en su encíclica Laudato si’; una encíclica revolucionaria en la que su más novedosa aportación está no solamente en la denuncia del atentado ecológico y sus propuestas ecologistas, sino en ser la primera vez que un papa se atreve a hablar de la cosmovisión nueva y vieja que manifiesta que todo está interrelacionado. Y lo hace con las expresiones más repetidas a lo largo del texto, después de ecología y medio ambiente: «todo está conectado», «todo está relacionado», «todo está entrelazado», «estamos interpenetrados», etcétera (nn. 9, 11, 16, 70, 79, 86, 88, 98, 92, 117, 138, 142, 240…).

Una ecoteología y una ecoespiritualidad a–dual

La cuestión vital del cristianismo hoy está en saber qué actitud adoptarán los creyentes ante la preocupación por el Todo. ¿Le abrirán su corazón o lo rechazarán como un espíritu malo?
Teilhard de Chardin, Panteísmo y Cristianismo

Esta perspectiva relacional de toda la Realidad, de todo lo que es, incluido el Misterio que fundamenta todo, Dios para los cristianos, es lo que busca una ecoteología y una ecoespiritualidad.  Una ecoteología que sepa que decir «Dios es amor» —como enseñó Jesús de Nazaret, el Cristo–Palabra del Padre— es manifestar que Dios es comunión, íntima relación trinitaria ad intra (Padre/Madre–Hijo–Espíritu) y ad extra (Dios–Ser humano–Cosmos). Una ecoteología ecosófica que sepa manifestar que el ser humano y toda la creación están llamados a la cristificación, a la plenitud de la vida en el Amor; indisolublemente unidos en el camino del Amor.

Foto: © Jakov Pleše, Cathopic

Se trata de elaborar una concepción teológica nueva y actual, a la altura del mundo presente y de la evolución del pensamiento y la ciencia de hoy, acorde con los aspectos de la nueva ciencia y filosofía de la complejidad. En esta nueva concepción, se tratará de pasar del Dios separado del mundo y dominador, que gobierna desde las alturas como un monarca absoluto, al Dios Relación trinitaria/Comunión solidaria. Dios como Trinidad es hablar de Dios como pura relacionalidad, de la que ya habían hablado los Santos Padres griegos y latinos; sobre todo los tres Padres Capadocios y los teólogos de la Edad Media, especialmente Ricardo de San Víctor, y luego Buenaventura y Tomás de Aquino. Para Ricardo de San Víctor el Dios cristiano es esencialmente misterio de amor, encuentro interpersonal de amor y misterio de comunión trinitaria: si no hubiera alteridad no se podría hablar de amor en Dios.

Pero también hablar de Dios como Compañero, Padre–Madre, Amante y Amigo. Y de un Dios cuyo Sacramento es el mundo: el Mundo como Cuerpo de Dios yDios como Espíritu del Mundo. Un Dios ligado indisolublemente a su creación, que no es algo extraño frente a él, sino que es expresión de su Ser. Todo para poder ver el tejido sin costuras que forma la Realidad entera.

Ésta es la perspectiva cosmoteándrica/te–antropo–cósmica de la Realidad que manifiesta Raimon Panikkar; en ella, Dios–Ser Humano–Cosmos aparecen totalmente relacionados e implicados: «Lo que cuenta es la Realidad entera, la materia tanto como el espíritu, el bien tanto como el mal, la ciencia tanto como el misticismo, el alma tanto como el cuerpo… Sin negar las diferencias y hasta reconociendo un orden jerárquico dentro de las tres dimensiones, el principio cosmoteándrico acentúa su relación intrínseca» (La nueva inocencia). Dios está en íntima relación con el ser humano y el cosmos; es la dimensión abisal, trascendente e inmanente a un tiempo, más allá y más acá del mundo y de los seres humanos; el principio constitutivo de todos los seres.

La ecoteología deberá ocupar un lugar primordial en la teología y el pensamiento; más aún, no puede ser simplemente un elemento más de la teología, sino vertebradora de toda ella, como dimensión constitutiva de la fe y de la vida. Debe ser una perspectiva que acabe con siglos de concepción antropocéntrica/eurocéntrica, despectiva de «los otros» y de la vida no humana, para alumbrar una nueva imagen de Dios y la Realidad, marcada por la relacionalidad radical de todo lo que es. Más aún, la ecoteología debe estar íntimamente unida al diálogo interreligioso como vertebradoras de la teología. Ambas perspectivas están íntimamente relacionadas, pues manifiestan que la realidad es una y plural a un tiempo, no–dual (advaita). Todas las religiones forman parte de la misma búsqueda humana de Dios, pues Dios/la Divinidad/el Misterio es uno; pero todas son caminos diferentes y complementarios hacia la única meta. Como titulaba uno de mis libros, en el diálogo ecuménico e interreligioso se trata de La búsqueda de la armonía en la diversidad.

Esta ecoteología debe estar íntimamente unida a una ecoespiritualidad–mística; la vuelta hacia el propio centro unificado, hacia la propia consciencia, que forma parte de la Consciencia de comunión profunda con toda la Realidad. Frente a la constante salida de sí, el extrañamiento y la alienación del centro, se trata de buscar la unión. Se trata de un ensimismamiento no narcisista, que es lo contrario del egocentrismo. Se trata de entrar en el Silencio exterior e interior; silencio contemplativo, místico.

Es lo que han hecho nuestros grandes místicos, cristianos y de todas las grandes religiones. Por eso, los místicos han sido llamados «esos empedernidos buscadores de lo Real»; hombres y mujeres que han sabido llegar al «fondo oculto que yace en el corazón de las personas y las cosas; una profundidad y una espaciosidad que, de vez en cuando, se iluminan» (Javier Melloni, Voces de la mística, vol. I). La experiencia mística exige tener muy abiertos los tres ojos del conocimiento, de los que hemos hablado antes. Particularmente los han tenido tres de los más grandes: Francisco de Asís, Juan de la Cruz, Teilhard de Chardin, de los que aprendemos una ecoespiritualidad/mística ecológica.

Hacia una ecoteología

Éste es el título de mi último libro. Su clave es que toda la Realidad es relación: materia y espíritu, humanos y todo lo que es, Dios mismo. Nada tiene existencia si no es en relación. Por eso, habla de ecología/ecosofía, pero también de complejidad, término nacido en la ciencia más avanzada, la física cuántica, y que se está abriendo camino en una filosofía aún incipiente, iniciada por el gran pensador francés Edgard Morin.

Por eso, el libro habla de ciencia, filosofía, teología y espiritualidad; de los humanos y la Tierra, de las culturas y las religiones, para concluir con la mística. Parte de la ciencia de la complejidad y llega a la concepción de la Realidad que expresan los místicos. Va desde la materia hasta el espíritu, desde lo empírico hasta lo espiritual, en actitud de aprender a ver la Realidad desde distintas perspectivas del conocimiento y distintas culturas, sabiendo que todas nos acercan más a la Verdad. Ésta es la perspectiva ontonómica, que Raimon Panikkar contraponía tanto a la heteronomía (sumisión de unas esferas del conocimiento a otras) como a la autonomía (independencia de un conocimiento particular, prescindiendo del que aportan ostras esferas del conocimiento).

Un libro que va de abajo arriba y de arriba abajo, en un movimiento incesante, con el objetivo de llegar a una espiritualidad nueva y a un tiempo antigua, como enseña la philophia perennis. Habla de una espiritualidad que quiere ser respuesta a la crisis actual debida a la actividad humana depredadora y autodestructiva, desconectada con la Fuente, con lo que es el ser humano: adamá (tierra), y nous (espíritu), en perspectiva profundamente unitaria, a–dual.

El libro está distribuido en cinco capítulos. Tras la Introducción («Complejidad y ecosofía. La realidad como un tejido sin costuras frente a una perspectiva fragmentaria»), viene el  capítulo dos («Ciencia y Filosofía de la complejidad»); aquí, tras acercarme a la nueva ciencia de la complejidad versus vieja ciencia reduccionista–mecanicista (Eddington, Heisenberg, Prigogine…), me acerco a la filosofía de la complejidad/relacionalidad (desde Husserl a Whitehead y Van Potter, o los españoles Amor Ruibal y Zubiri) dedicándole el espacio más amplio a Edgard Morin y Raimon Panikkar, dos genios del siglo XX que he tenido el regalo de conocer y tratar. El capítulo tres trata de «Ecologismo e interrelacionalidad en la Biblia y en las otras religiones y culturas». Y el capítulo cuatro de «La fe cristiana verde traicionada. La teología y las iglesias ante el desafío ecológico. El papa Francisco y la encíclica Laudato si’». Finalmente, el capítulo cinco, el más extenso, va a las claves más importantes del libro: «Hacia una ecoteología y una ecoespiritualidad»; en una perspectiva que quiere aprender de tres grandes místicos: Francisco de Asís, Juan de la Cruz y Pierre Teilhard de Chardin.

Breve conclusión

Conocer es amar; amor y conocimiento forman un verdadero matrimonio sagrado. Una ecoteología/ecoespiritualidad desde la complejidad supone conocimiento y amor, para saber situarnos en la Realidad como lo que es, un tejido sin costuras, y como lo que somos, pura relación–amor de unidad a–dual. La ecología, el diálogo interreligioso y el compromiso con los más débiles deben ser vertebradores de una teología para el siglo XXI. 

Para saber más: 
Huxley, A. (1977). La filosofía perenne. Sudamericana.

Melloni, J. (2010). Voces de la mística, vol. I. Herder.

Panikkar, R. (2004). Espiritualidad hindú. Sanātana Dharma, Kairós.

Panikkar, R. (1993). La nueva inocencia. Verbo Divino.

De la mística. Experiencia plena de la vida. (2005). Herder.

Pérez Prieto, V. (2014). La búsqueda de la armonía en la diversidad. Verbo Divino.

Pérez Prieto, V. (2023). Hacia una ecoteología. Fragmenta.

Thích Nhâ’t Hanh. (2001). Bouddha et Jésus sont des frères, Reliés.

Un comentario

  1. Dos comentarios: 1la buena nueva de Jesús,seguiremos llamándola» religión entre otras religiones?.Creo que Jesús no fundó ninguna , pues tenía la suya. Criticó a sus correligionarios. Marcó, me atrevería a decir, el fin de las religiones. 2 Echo de menos las aportaciones de Teresa de Jesús Ety Ilesun… Mujeres…etc. el libro me encantará.

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