Ecosofía: caminando entre montañas, trances y símbolos

Por Jorge del Valle* 

Desde mi niñez, cada vez que subo montañas o me interno en espacios con poca intervención humana siempre me acompañan dos sensaciones: por un lado, la de asombro ante la majestuosidad y la belleza de la naturaleza, y, por otro, la de ser muy pequeño y vulnerable ante la inmensidad que me rodea. Esta mezcla afila mi atención y me carga de vitalidad. En esos momentos mi vulnerabilidad no me atemoriza, sino que me hace sentirme profundamente conectado con mi entorno. Me lleva a un estado de paz y felicidad.

A lo largo de los años he ido comprendiendo que ese estado de vitalidad, paz y felicidad está directamente relacionado con mi dimensión espiritual. Spíritus en latín, pneuma en griego o ruaj en hebreo: palabras que refieren al mismo concepto, el aliento de la vida. Esa fuerza que compartimos todos los seres vivos, que nos impulsa a vivir, desarrollarnos y expresarnos. Esa energía vital nos hermana con todo ser vivo y nos conecta con la fuerza primigenia del universo.

Hoy, como padre y adulto, soy más consciente que nunca del caos en el que vivimos. Cada día confirmo que formo parte de una sociedad urgida de respuestas para transitar estos tiempos, y ahora estoy plenamente convencido de que para encontrar estas respuestas hay que volver al origen, al Espíritu que todo lo anima. Y qué mejor forma de hacerlo que abriéndonos a aprender de la vida misma. Este aprendizaje no debe darse solamente desde la razón, también debe integrar la intuición. Debemos transitar desde la ecología, el estudio del hogar, hacia la ecosofía, la sabiduría del hogar.

Para pasar de la «–logía» a la «–sofía» es importante abrirnos a aprender desde la intuición, por supuesto, sin dejar de lado la razón. Debemos sentir con todo nuestro ser ese vínculo que nos permite comunicarnos con la naturaleza y tomar consciencia de cómo estamos inextricablemente conectados con ella. ¿Cómo tomar consciencia de esta conexión? Un camino es salir a sentir la naturaleza en su cruda belleza, aunque ese contacto se vuelve mucho más fructífero cuando se combina con un nivel de consciencia pulido por la meditación.

¿Qué es meditar?

Según lo que la historia nos muestra, la meditación se ha practicado desde hace milenios, con diversas técnicas y enfoques, y en muchas culturas distintas. A pesar de esta pluralidad de prácticas, todas coinciden en algo: la meditación implica el cultivo de la atención y, con esto, la apertura de la consciencia, el darse cuenta.

Meditar no es necesariamente dejar la mente en blanco, sino entrenarla para observar con claridad y sin juicio. Puede hacerse enfocando la atención en la respiración, un objeto, un mantra, etc., o bien dirigiendo la imaginación como medio para percibir. Con el tiempo, esta práctica desarrolla la capacidad de dirigir y sostener la atención, y de regresar a ella cuando la mente divaga.

Desarrollar nuestra capacidad de atención es fundamental en cualquier área de nuestra vida. Quien no está atento simplemente no percibe la realidad y, por lo tanto, no la goza ni la sufre; de alguna forma, no vive. El problema no termina ahí: quien no percibe la realidad no puede responder con consciencia a ella, convirtiéndose en un autómata esclavo de sus reacciones inconscientes, sin rumbo. Quien así vive tarde o temprano se dará cuenta de que la vida que construye no le satisface, algo lamentablemente muy común en nuestros tiempos.

La atención nos permite tomar decisiones acertadas, pero en un primer nivel nos podemos quedar en un plano racional, y el problema es que la complejidad de la vida suele superar nuestra capacidad de razonar, dejándonos con un profundo sentimiento de incertidumbre. La meditación no solamente afila esta atención «común», también nos permite acceder a una atención más sofisticada, y esta segunda atención es la que permite percibir desde nuestra intuición y abre la puerta a una percepción más profunda.

Jorge Manzano S.J. describe el estado meditativo como un trance suave, una alteración de la conciencia que permite percibir aspectos más sutiles de la realidad (Manzano 2011). En este estado de consciencia no sólo podemos revelar áreas ocultas de nuestro ser, sino que también nos permite percibir y conectar con nuestro entorno. Durante el trance meditativo no solamente se comprende con la razón, sino con todo el ser; es como una sensación que viene acompañada de una certeza absoluta, y con entrenamiento esta percepción se puede manifestar con un lenguaje simbólico a través de la imaginación.

En mi recorrido como estudiante y maestro de meditación pragmática (un conjunto de técnicas aplicables a la vida cotidiana que se derivan de la integración de diferentes tradiciones espirituales) he aprendido sobre el poder de la imaginación dirigida. Al entrar en estados de atención acrecentada la imaginación traduce lo percibido en imágenes, y éstas nos revelan lo que permanece oculto en nuestro estado de consciencia ordinario. Puede una persona, por ejemplo, entrar a una cueva imaginaria y pronto darse cuenta de que uno no controla en su totalidad el aspecto de esta cueva, que ésta empieza a tomar rasgos que, de forma simbólica, dan mensajes claros al meditador. Que tal túnel o río imaginario representa un aspecto de la vida y nos brinda información valiosa.

Carl Gustav Jung exploró a fondo el uso de la imaginación como espacio para contactar con lo trascendental, con el reino de los arquetipos. Para Jung, la imaginación y los sueños son el espacio en donde se accede a aquellos símbolos comunes a toda la humanidad, que nos hablan del inconsciente personal y colectivo. También exploró cómo, a través de una imaginación atenta, podemos interactuar con estos símbolos para sanarnos, conectar y armonizarnos con lo que nos rodea. Es como si fuéramos una radio: recibimos las ondas emitidas por aquello en donde enfocamos nuestra atención, y nuestra mente las traduce en imágenes con un significado claro.

Foto: Cathopic

El uso de la imaginación para contactar con lo trascendental está muy presente en la espiritualidad ignaciana. Para san Ignacio, la imaginación es un canal para la oración, es decir, para entrar en comunicación con Dios. En sus Ejercicios Espirituales propone una diversidad de contemplaciones sobre la vida de Jesús. En estas contemplaciones invita a recrear con la imaginación ciertos pasajes del Evangelio, buscando percibirlos con todos los sentidos y aprender de la experiencia, dejando que la imaginación tome su propio rumbo y comunique al que ora lo que requiere. Estas contemplaciones suelen incluir, al final, un coloquio personal con Jesús, en el que se escucha y recibe su guía.

Quienes hemos vivido los Ejercicios Espirituales con verdadera intención de crecimiento sabemos que estos momentos de oración son particularmente enriquecedores, convirtiéndose muchas veces en experiencias fundantes. El estado de atención acrecentado por el silencio y la soledad permite, a través de la imaginación, contactar con lo divino.

Ahora bien, ¿qué pasa si combinamos el contacto con la naturaleza con estados de atención acrecentada?

Somos naturaleza y en la naturaleza nos sentimos en paz. Cualquier persona medianamente consciente que salga de la ciudad lo sabe. El contacto con la naturaleza nos conecta con nuestro ser. Incluso estamos diseñados, creo yo, para disfrutar las incomodidades que surgen al salir del entorno urbano; cuando las aceptamos, nos llenan de vida y energía. Y aquí aprovecho para dejar una anotación personal: al huir de la incomodidad en nuestro día a día nos podemos perder de la mejor parte de la vida.

La naturaleza siempre tenderá a compartirnos su sabiduría, es una maestra sapientísima, a veces suave, a veces muy dura, pero que siempre buscará nuestra plenitud. Al abrirnos a ella en estados de atención acrecentada entramos en el plano de la ecosofía, trascendemos la pura razón y comenzamos a conectar con la realidad profunda, haciendo uso de todo nuestro ser: físico, mental y espiritual.

Si, por ejemplo, subimos una montaña, nos internamos en sus bosques y nos permitimos entrar en este trance suave que es la meditación, podemos usar nuestra imaginación para dialogar con el ecosistema. La energía que emite será captada por nuestra atención y traducida en imágenes por nuestra imaginación, y de alguna forma entablaremos un diálogo que, en mi experiencia, siempre será fructífero, porque nos conectará con nuestra verdadera naturaleza, con nuestro Principio y Fundamento.

Creo que Teilhard de Chardin S.J. desarrolló de forma admirable esta capacidad de abrirse a la ecosofía al disponerse a percibir la naturaleza en toda su maravillosa crudeza. Esta conexión lo guió en un viaje maravilloso de aprendizaje y crecimiento, del cual podemos leer fragmentos en su Himno del Universo, en el que comparte lo que la naturaleza le comunica:

«Me has llamado; heme aquí. Arrojado por el Espíritu fuera de los caminos seguidos por la caravana humana, has tenido el valor de la soledad virgen. Cansado de las abstracciones, de las atenuaciones, del verbalismo de la vida social, has querido medirte con la Realidad entera y salvaje.

Tenías necesidad de mí para crecer, y yo te esperaba para que me santificases.

Desde siempre me deseabas sin saberlo, y yo te atraía.

Ahora estoy sobre ti para la vida y para la muerte. Ya te es imposible volver atrás; volver a las satisfacciones comunes y a la adoración tranquila. Quien me ha visto una vez no puede olvidarme: se condena conmigo o me salva consigo.

¿Vienes?»

A final, el Creador siempre hablará a través de su creación, y en este diálogo puede esconderse aquello que nos ayudará a retomar nuestra plenitud como seres humanos. ¿Estamos dispuestos a escucharlo?


Para saber más

Chardin, Pierre Teilhard de. Himno del Universo. Valladolid: Editorial Trotta, 2000.

Jung, Carl Gustav. El Libro Rojo. Buenos Aires: El Hilo de Ariadna, 2012.

Loyola, San Ignacio de. Ejercicios Espirituales. Magthas Ediciones, 2020.

Manzano, Jorge. El ámbito de lo preternatural. Ciudad de México: Buena Prensa, 2011.

*Académico del Centro Universitario Ignaciano del ITESO

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