Dilexi te, la primera exhortación apostólica del papa León XIV, sobre el amor hacia los pobres, recibida en parte, en herencia de su «amado predecesor», es publicada proponiendo una expresa y contundente ratificación a la opción preferencial de la Iglesia por y con los pobres, con el deseo que todos los cristianos «puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamado a acercarnos a los pobres».
De una primera lectura surge la fuerte convicción de León XIV de poner en ejecución el sueño de Francisco, de ser una Iglesia pobre para los pobres.
La decisión de insistir desde el Magisterio pontificio en una propuesta nacida, como fruto del Concilio Vaticano II y de la reflexión en Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida, transforma la Iglesia latinoamericana en una fuente de orientación de la misión de la Iglesia universal. La mención explícita de Aparecida en el modo de cumplimiento de esta mision en el párrafo 104 parece confirmarlo.

Imagen: Paola Rossinelli-Cathopic
El documento desarrolla un detallado fundamento de esta decisión citando todos los pasajes del antiguo y nuevo testamento, de la experiencia de las primeras comunidades cristianas, de los Padres de la Iglesia y de todos los santos y comunidades que a lo cargo de veinte siglos asumieron esta identificación de Jesús con los más pequeños y que, con su amor y entrega, muestra la dignidad de cada ser humano, sobre todo cuando es más débil, miserable y sufriente y nos hace fuertes para participar en su obra de liberación.
Es destacable la mención a los Movimientos Populares en los puntos 81 y 82, en quienes reconoce su «saber que la solidaridad también es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero…»
Confirmando lo que resultaba previsible por la elección de su nombre, León dedica el capítulo cuarto a la vigencia y actualidad de la Doctrina Social de la Iglesia. En el mismo expresa una aseveración que no había sido dicha con tanta claridad. Es el reconocimiento de que las luchas populares por la dignidad de los trabajadores y en general por la de todos los marginados ha sido la raíz popular que no debe olvidarse en el avance del Magisterio social de la Iglesia. Afirma que sería inimaginable la relectura de la revelación cristiana en las modernas circunstancias sociales, laborales, económicas y culturales sin los laicos cristianos lidiando con los desafíos de su tiempo.
Respecto de la acción pastoral todo el documento apunta a dar la mayor importancia a la ateción espiritual de los pobres considerando su falta como la peor discriminación que sufren. Formula en el punto 101 un «agradecimiento a los que han escogido vivir entre los pobres» y aclara «aquellos que no van a visitarlos de vez en cuando, sino que viven con ellos y como ellos». Y agrega en el párrafo siguiente: «En esta perspectiva aparece claramente la necesidad de que todos nos dejemos evangelizar por los pobres y que todos reconozcamos la misteriosa sabiduría que Dios quiere e comunicarnos a través de ellos».
Califica de mundanidad aquellas opiniones que prefieren elegir la pastoral de las élites, y argumentan que en lugar de perder el tiempo con los pobres es mejor ocuparse de los ricos y poderosos para que, por medio de ellos, se puedan encontrar soluciones más eficaces.
La exhortación parece dejar en claro la voluntad de continuar con la conversión del pontificado propuesta por Francisco y desde el punto de vista de las relaciones de poder mundial, la Iglesia se siga apartando del lugar que se le ofrece en la mesa de decisiones de los poderosos y les anuncie que concentrará sus esfuerzos en asumir la defensa de los pobres del mundo y su compromiso de colaborar a transformar las estructuras de pecado que dominan sobre la humanidad. Explícitamente lo dice en el punto 12 «No debemos bajar la guardia respecto de la pobreza» porque como afirma en el punto 104, el cristiano no puede considerar a los pobres sólo como un problema social; ellos son una «cuestión de familia, son de los nuestros».
Definitivamente la Iglesia reasume ante los poderes de la tierra, con el documento de León XIV la repuesta del diacono Lorenzo ante el Imperio Romano cuando, obligado a presentar los tesoros de la Iglesia acompañado de los pobres de su comunidad manifestó: «Estos son los tesoros de la Iglesia».