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Cuando la esperanza se convierte en un acto rebelde

Ante el actual escenario de crisis social, política, económica y ante los agravados síntomas de crueldad, discriminación, exclusión y violencia, considero fundamental reflexionar sobre la importancia política del entusiasmo como motor de la movilización y la lucha por un mundo más humano. Para ello, daré cuenta de la frágil frontera entre lo posible y lo imposible, así como de la «vitalidad popular» como elemento siempre ingobernable y excedente a cualquier intento de captura. Por su parte, el conflicto no violento como efecto de la diversidad de posturas que comparten un mundo será importante para asumir la no totalidad ni la perfección de ningún proyecto como de ningún triunfo o derrota. De este modo, ofreceré razones para demostrar que el pesimismo absoluto es un costoso lujo político, que está lejos de buscar vías tanto de transformación como de reconciliación porque pierde matices y porque sus presupuestos suelen partir de horizontes consumados y no de horizontes agrietados. Finalmente, para dar cuenta de aquello que promueve la acción contemplativa que desea transformar y reconciliar a través de la producción de nuevas maneras de relacionarnos entre los seres humanos, será fundamental repensar el momento profético que anuncia y promueve una imagen de un mundo deseado precipitándolo a través de su interpretación en el sentido de actuarlo o llevarlo a la práctica.

I

En algún momento de la escritura de Los cuadernos desde la cárcel el pensador y revolucionario Antonio Gramsci (1891–1937) escribió una frase constantemente repetida: «Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad». Esta frase provenía desde la derrota de su movimiento y desde el injusto encarcelamiento que el gobierno fascista de la época le imponía al político e intelectual italiano. A pesar de ello, el pensador no se entregaba al total pesimismo.

Una serie de razones podrían ofrecerse para comprender tal disposición afectiva. La primera tendría que reconocer los peculiares presupuestos del pensador. Se tratan de presupuestos teórico–prácticos que ya implican un posicionamiento político argumentado en el espectro de las disputas sociopolíticas. Para Gramsci la realidad efectiva «es un conjunto vivo de relaciones de fuerzas en permanente conflicto». Este conjunto de relaciones se presupone como la condición de posibilidad de cualquier política y de cualquier forma de organización social y, a la vez, como condición de imposibilidad de cualquier pretensión totalizante de la política y lo social. Desde ese punto de vista no hay discurso, proyecto o posicionamiento que no esté habitado de algún modo por el conflicto o por diferencias, es decir, por fracturas y crisis. Dicho de otra manera, la crisis nos habita y acecha a cada instante. Desde esa perspectiva uno podría afirmar que no hay triunfo ni derrota absoluta. Algo siempre escapa, excede, de manera que, como afirmaban los zapatistas, «otro mundo es posible», siempre.

Como se podrá observar, asumiendo el conflicto como punto de partida y de llegada, no solamente se relativiza la derrota, sino que, en términos contemporáneos, se podría afirmar que todo horizonte epocal está fisurado o permanentemente abierto a lo otro. No hay para un gramsciano, ni pueden existir, horizontes consumados ni triunfos totales, pero tampoco derrotas plenamente aplastantes.

Desde estos presupuestos ser pesimista sin matices es un lujo, signo de impotencia e, incluso, alimento para quienes han triunfado. Es un alimento para quienes triunfan porque se les magnifica y se nos regresa especularmente la imagen de la aplastante totalidad. En este sentido, ser absolutamente pesimistas, sin esperar y precipitar lo alternativo, no solamente es un lujo costoso, sino que implica asumir la mortalidad en vida como la de aquel «cadáver viviente» (concepto que usaba Arendt para comprender los efectos del totalitarismo y los campos de concentración) que olvida su ser posibilidad siempre abierta y que la muerte, Heidegger estará de acuerdo, es la única imposibilidad de toda posibilidad. De esta manera, la muerte política implica renunciar a la posibilidad de lo alternativo, a no ser que, por el contrario, se renuncie al pesimismo sin matices como un acto verdaderamente rebelde.

Ahora bien, para tal renuncia a la imposibilidad de cualquier posibilidad, es decir, para renunciar a la muerte política es importante asumir y reflexionar, al menos en principio, acerca del hecho de que los horizontes están agujereados y no angustiantemente impermeabilizados.

II

Como podrán observar, aquí las fronteras entre «lo posible y lo imposible» (Benjamín Arditi) no están tan claras. Y éste es otro presupuesto. Muchas veces lo imposible no es lo absolutamente imposible como tal, sino lo que se percibe como imposible en un horizonte dado. Es decir, aquí la pregunta sería ¿imposible para quién o desde qué contexto u horizonte dado, o en qué sentido?

La democracia como agenda de lucha, por ejemplo, o las cuestiones de género, eran imposibles para la política mexicana de los años cuarenta, pero no eran imposibles absolutamente. Desde luego que la democracia como imagen de lo deseable no es posible en plenitud, sino en algún sentido imposible si lo que se busca es que se cumpla tal cual y totalmente. Es decir, la democracia como ejemplo fue una agenda imposible para un horizonte dado, aunque sigue siendo imposible en otro sentido, es decir, en el sentido de buscar su plenitud sin conflicto y como horizonte consumado.

Con esto deseo demostrar que las fronteras entre lo posible y lo imposible, desde el presupuesto de un horizonte permanentemente agujereado y movilizado por la polémica, nunca es tan claro, y quizá es otra razón para activar cierto optimismo o bien renunciar a un pesimismo sin matices. El presupuesto de lo agujereado implica afirmar que siempre queda una brecha o salida, por terrible que se presente una situación. Aun en el caso de la enfermedad terminal, por ejemplo, afirmaba Jacques Derrida cuando le detectaron cáncer, que «muriendo se aprende a vivir», o se comienza a vivir de manera más intensa o diferente, parecido al dictum de Heidegger, según el cual, asumiendo nuestro ser para la muerte se nos invita a vivir con gran intensidad. Enunciado esto en un tono más ignaciano, podríamos afirmar que aun en la muerte literal y literaria, es decir, en tanto muerte biológica o como muerte metafórica, siempre se cifran signos vitales que el discernimiento nos posibilita percibir.

«Podríamos afirmar que aun en la muerte literal y literaria, es decir, en tanto muerte biológica o como muerte metafórica, siempre se cifran signos vitales que el discernimiento nos posibilita percibir». 

Sin embargo, para Gramsci, por su parte, había suficientes razones para ser inteligentemente pesimista. De igual manera, hoy en México, con sus altos índices de violencia, desigualdad, problemas medioambientales, racismo y discriminación, tenemos suficientes razones para ser pesimistas. No obstante, eso no siempre tiene que ser así desde el punto de vista de la voluntad, o de la capacidad de intervención, involucramiento y transformación comunitaria, sobre todo, si se parte de la premisa según la cual siempre queda alguna salida por delante.

Por otra parte, desde una perspectiva estrictamente política, un político profesional como Gramsci, que provenía de una comunidad campesina como Cerdeña y no del centro industrial y cultural de Italia, sabía de la existencia de lo que feministas como Verónica Gago han denominado «pragmática plebeya o vitalismo popular». Partiendo ahora del presupuesto y confianza en la capacidad de cualquier ser humano por interpretar, recibir y transformar las órdenes, mensajes o directrices de manera singular, existen suficientes motivos para dar cuenta de los excesos de multiplicidad de formas de vida que se entrelazan, transforman, desfiguran o configuran de maneras inéditas desde la base popular.

Esto explica, por ejemplo, que el populismo o el neoliberalismo no son tecnologías de gobierno que desde la cúspide gobiernen tal cual la base social. Esto último supondría no ser seres humanos con capacidad de agencia singular sino máquinas robóticas o instrumentos parlantes. Este último presupuesto no podría ser más aristocrático y pesimista, aun para quienes son críticos de la dominación.

III

No obstante, más allá de las anteriores razones, me parece que hay un elemento que es fundamental y que no necesariamente obedece al orden de la razón argumentativa sino de la imaginación que produce afectos, que suscita, moviliza y vivifica. Incluso, se trata de una dimensión constitutiva y posibilitadora de la movilización social (y de la dimensión racional).

Foto: © Stefan Wise LC, Cathopic

Para Benjamín Arditi, «nadie se involucra en una revuelta o insurgencia sin una importante dosis de entusiasmo». Esto explica el motivo por el cual alguien desplaza su cuerpo o desvía el curso de su vida rutinaria, precarizada y «normal», al momento alternativo de la lucha social. Es como si existiera una variable que nunca se deja de esperar (esperanza) y que por ello motiva este cambio vital. Para el mismo Arditi, el entusiasmo se explica gracias a aquellas imágenes que se retoman de la memoria colectiva y que se van fortaleciendo. Se tratan de imágenes, narrativas o leyendas de un mundo deseado colectivamente y que se sabe de algún modo que jamás se cumplirán a plenitud, pero que sirven para animar, impulsar o suscitar la intervención.

Por su parte y en ese sentido, para Ignacio Ellacuría lo que genera el entusiasmo es el profetismo que no solamente anuncia y enuncia un futuro deseable desde el presente, sino que contrasta críticamente eso deseado con lo actual, permitiendo caminar y luchar para intentar acercar al ideal con lo real.

Para Arditi, el profeta es aquél que, con su acción, precipita los acontecimientos, es decir, que anuncia precipitando o provocando los acontecimientos que anuncia.

Si gramscianamente puedo pensar en un profeta colectivo, así como Gramsci piensa en filósofos o intelectuales colectivos, el profeta sería aquel colectivo que anuncia y enuncia a través de una imagen de lo deseado, interpretándola en el sentido literal del término, es decir, actuándola teatralmente y asumiendo ese nuevo personaje. De esta manera, como afirma Arditi, el colectivo o las personas que se involucran en la lucha ya, de alguna manera, comienzan a vivir algún elemento de eso deseado.

Por otra parte, para Gramsci, efectuando una lectura democrática de Maquiavelo (véase el cuaderno 13), el Príncipe es un manifiesto político para la activación colectiva y una metáfora de la formación de una voluntad colectiva popular que lucha por la democracia. De igual manera, para él, el Príncipe es un mito entendido como un conjunto de representaciones o imágenes del futuro deseado que suscitan y motivan la organización popular para la lucha.

Lo interesante es que para Gramsci ese Príncipe, en tanto mito y en tanto libro–manifiesto, encuentra su razón de ser más profunda en su conclusión. En el libro 26 del Príncipe, titulado «Exhortación a liberar a Italia de los bárbaros», a decir de Gramsci, se encuentra un momento poético y profético en Maquiavelo que funciona como invitación ética a la conformación de un pueblo italiano que luche por la democracia y por no estar a merced de aventureros conquistadores que imposibilitan la vida colectiva.

Si nos damos cuenta, la llamada profética, que precipita porque suscita la acción, es un llamado a lo imposible en dos sentidos. A lo imposible en un mundo de pasiones tristes o de disposiciones cínicas que asumen que no hay alternativa alguna, e imposible en el sentido de que jamás se cumplirá plenamente, ni tiene por qué, pues siempre se convivirá con la diferencia de interpretaciones.

Por otra parte, se trata de una profecía o precipitación (porque precipita) que anuncia un tiempo alternativo, es decir, una suerte de futuro que aún no es, y que quizá nunca sea tal cual, pero eso no quita que nos motive a luchar por acercanos al ideal. De este modo, no solamente anuncia un tiempo otro sino que provoca una espacialidad otra. El desplazamiento de los cuerpos a las calles, colectivos, organizaciones populares, o en el desvío del cuerpo sometido al cuerpo que critica —que hace crisis— ya implica un rediseño de la espacialidad de un orden dado con sus repartos y posiciones originalmente asignados, como la de la madre, ama de casa, que se convierte en la madre activista social o en la habilidosa trabajadora para sostener a su familia en y a través de las dificultades.

De igual manera, la llamada y sus imágenes desnudan al poder dominante en la medida en que no alimentan más su imagen exagerada y sin agujeros, es decir, en la medida en que deslegitima al supuesto poder de dominación omniabarcante e insuperable con su normatividad, su espacialidad y su propia temporalidad (léase a Bruno Bosteels, La comuna mexicana, Akal, 2021).

Adicionalmente, las llamadas y las imágenes populares suelen rememorar en la medida en que se recuperan del pasado de algunos triunfos ejemplares, y en su actualización se proyectan al futuro.

La llamada y la imagen que irrumpen, perforan el horizonte supuestamente consumado de quienes policialmente harán hasta lo imposible por absorber demandas, reprimir o usar agendas antagónicas para que las cosas sigan como están o con mínimos cambios.

Y por último, como ya lo había afirmado con Arditi, la llamada profética y sus imágenes precipitan en la medida en que se interpretan, se actúan y se performan, es decir, se llevan a la práctica.

En el fondo, la producción imaginaria de la profecía, de las imágenes y de los mitos que ofrecen sentido profundo, es un índice de la ingobernabilidad permanente de la vida, de su apertura, plasticidad y de su siempre abierta posibilidad a lo diferente.

Ser absolutamente pesimistas sin matices es un costoso y doloroso lujo que clausura lo que, muchas veces, parece im–posible en la desgracia: el duelo como metamorfosis —que no negación— del dolor y la desgracia. Impide pues la metamorfosis como trabajo sobre los afectos y reflexiones, como, metafóricamente, la larva que se transforma en mariposa, o de aquél que se va transformando en diversos animales para no ser capturado totalmente por su depredador.

La promesa que se cifra en el llamado siempre estará diferida, en tanto que nunca llegará totalmente. Para Arditi, en el libro ya citado, presuponer la plenitud es uno de los criterios para distinguir entre una insurgencia emancipatoria y una reaccionaria. La reaccionaria, sea de izquierda o derecha, siempre luchará por la fantasía de cumplir plenamente su deseo.

Pero esa imposibilidad de plenitud la fortalece en dos sentidos: nunca muere sino que siempre provocará vitalidad, y, por otra parte, justo gracias a su imposibilidad plena, si se asume, motiva a la lucha, ayuda a contrastar críticamente el ideal con lo real, evita la prematura defección, queda abierta a la diferencia de interpretaciones e impide su fácil y rápida absorción o traducción a los aparatos de gestión.

La llamada es espacio–temporalmente tan alternativa al presente cerrado de las no alternativas (piénsese en Margaret Thatcher o en Javier Milei cuando anuncian que no hay alternativas), que es del orden de una violencia no violenta. Violencia para los horizontes que se desean sin fracturas, pero no violenta policialmente como la de aquéllos que se movilizan para regresar las cosas a la normalidad de la explotación, a la hegemonía del lucro, de la discriminación, de la desaparición y de la exclusión.

Finalmente, traigo a colación la «imposible precipitación en el desierto de lo real», que hace alusión a la profecía que precipita en tanto provoca y llama, pero también hace referencia a la lluvia inesperada que, si no es terrible tormenta, regala vida y reverdece. La lluvia tiene un sentido filosófico en Epicuro. Se trata de la lluvia de átomos que, por un desvío infinitesimal de algunos de ellos, produce un choque que crea mundos inesperados. La lluvia en el desierto latino de la precarización, la tristeza, la desesperación, es inesperada y desvía el paisaje de su curso normal. Y es im–posible en dos sentidos. En el desierto podría ser un acontecimiento inesperado, como el encuentro en el desierto del «Buen Samaritano», y es imposible en el sentido de que se supone su imposible y tormentosa plenitud. Y juego con lo im–posible, con lo posible y lo imposible porque la profecía y sus imágenes alternativas lo permiten. La lluvia también es siempre posible.

Recuérdese que renunciar al pesimismo del there is no alternative es un acto rebelde de aquél que interviene, se involucra y lucha por un mundo más humano, así como abierto a la diferencia vivificante.

El discernimiento agudo nos posibilita mensajes y llamadas inesperadas a escuchar y reproducir. De igual manera, nos posibilita una permanente apertura a maravillosos e inesperados encuentros, esos que, en varias ocasiones y no sin agonía, nos desvían alegremente la vida y nos convocan a luchar por un mundo mejor. 

Para saber más: 
Arditi, B. (2011). La política en los bordes del liberalismo. Diferencia, populismo, revolución, emancipación. Gedisa.

Ellacuría, I. Utopía y profetismo en América Latina. Revista Latinoamericana de Teología, No. 17, pp. 141–184. https://bit.ly/495lgfi

Richard, N. (2021). Zona de tumulto. Memoria, arte y feminismo. Clacso. https://bit.ly/3SGh4wD

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