Esta es una serie de ocho cuentos que se irán publicando cada dos meses cuyo hilo conductor es Filo, un personaje originario de un barrio bravo de Tijuana: cholo, converso, y buscador, quien eventualmente llegará a vivir a un país musulmán. A través de Filo podremos sumergirnos en un personaje que trae dentro de sí una manera fronteriza de ser y entender la vida, la cual le irá facilitando transitar con cierta soltura entre tradiciones culturales diversas y experiencias espirituales diferentes. Llevando más a fondo sus experiencias, Filo nos enseñará que el llamado divino puede surgir en cualquier lugar y que la dimensión social de los sacramentos -de la que mucho nos habla el teólogo Victor Codina, S.J. en sus libros- puede revelarse a través de gestos cotidianos en un contexto marcadamente musulmán, haciendo coincidir lo que aparentemente no debería de coincidir.
«No hay nada profano para el que sabe ver», Teilhar de Chardin, S.J.
Aquel día el sol se asomaba, derritiendo los techos de lámina del barrio en la Tijuana profunda. Filo, vestido al estilo cholo, con su camiseta de vato loco, sus pantalones Dickies y los ojos pasmados por el humo, estaba sentado sobre la banqueta, recargado contra la pared de la casa de su tía Chayo. Había prendido un churro desde temprano, porque siempre decía que no era bueno andar en ayunas.
Mirando al horizonte urbano, Filo le dio jalón profundo al porro. Mientras tanto, en la radio del vecino, a todo volumen, sonaba la canción «Mi fantasía» de Los Bukis. En el jalón, sintió que el humo le apretaba los pulmones… pero no como siempre. Era distinto, como si la hierba lo elevara a los planos más altos de la existencia.
De pronto sus oidos comenzaban a registrar voces de otro tipo. En pleno trance, Filo sintió como si en la calle algun ser trascendental tomara la voz del mismísimo Marco Antonio Solís para comenzar a cantarle en voz baja: «Te sigo esperando, te estoy extrañando» hasta que de pronto el ser trascendental invisible, pero ya con voz clara y tono directo le dijo:
¡Ya estuvo Filo. Cámbiale. Esta vida ya no es para ti!
El cholo se quedó quieto. El churro se le cayó de la mano. Parpadeó. Miró toda la calle, luego al cielo, como buscando de dónde venía esa voz que le hablaba. Pero no. Era otra cosa. No era la primera vez que se sentía raro después de fumar, pero eso… eso fue distinto. Era algo que lo hacía sospechar que algo nuevo iba a comenzar.
Se levantó. Se sacudió la camiseta. Y mientras se comía un gansito para bajar avión, se puso a caminar entre casas, esquinas y calles sin pavimento, sin tener un rumbo preciso.
Sin saber cómo, llegó hasta la casa de Don Lupe, el sabio del barrio. Un veterano de otros tiempos, un cholo de la vieja escuela, que tenía tatuado un rosario en el cuello. Decían que Don Lupe había dejado las balaceras para fundar una iglesia nueva: La Iglesia Misionera de los Cholos Guadalupanos Para el Mundo. Nadie sabía si era broma o milagro.
Tocó tres veces. Nada. A la cuarta, abrió una morra que cargaba a un niño en la cintura.
––¿Buscas al don?
Filo solo asintió.
Don Lupe estaba sentado, debajo de un altar de la Virgen que tenía luces navideñas y veladoras. Se veía tranquilo, lleno del espíritu de paz.
––Te estaba esperando mijo, dijo sin mirarlo. Ya me habían dicho que ibas a llegar.
Filo se quedó tieso. ¿Quién? ¿Qué?
Don Lupe le puso una Tecate roja en la mano y le ofreció una silla rota. Sin palabras rimbombantes le contó de la iglesia de los cholos guadalupanos. De cómo habían crecido en Tijuana y más allá de la línea. Que ahora había una comunidad en Los Ángeles, donde un grupo de hommies habían dejado la vida anterior y, para salir adelante, habian montado una panadería. Que en Buckingham, Inglaterra, un cholo (hijo de un mexicano con una duquesa) se había convertido en predicador, y ahora los punks ingleses traían escapularios y tatuajes guadalupanos. Que en Moscú, un rapero con sangre sinaloense y rusa le cantaba a la Virgen en español y en cirílico. Y que justo la semana pasada, les había llegado un mensaje desde Vietnam de un grupo de cholos neófitos, quienes habían conocido el movimiento East LA y con la intension de compartir esa experiencia habian decidio regresarse a vivir Hanoi para formar una comunidad cholo guadalupana en la peninsula indochina.
Necesitamos cholos que vayan para allá, dijo Don Lupe. Estamos en expansión, carnal. Pero esto no es franquicia. Aquí hay que rifarse. Tú tienes algo. Me di cuenta desde aquel día cuando estabas grafiteando el muro del Oxxo de la vuelta y empezaste a mirar al cielo con ojos arrebatados.
Filo tragó saliva.
––¿Y qué tengo que hacer?
Empezar, mijo. Rifate con fe. Aquí no hay sermon dominguero ni reflector. Hay calle, hay polvo, hay barrio, hay raza. Pero sobre todo, hay hermandad.
En ese momento, Filo entendió. No todo, pero lo suficiente.
Allí sintió que algo le calaba dentro; era algo distinto, con otra intensidad. Era la llamita guadalupana que ya se le había encendido en el mero corazón.
Y así, sin ruido, empezó el nuevo Filo. El mismo barrio, la misma camiseta de vato loco, los mismos pantalones Dickies; pero con otra mirada… una que buscaba la paz y el aliviane para todos.

Imagen generada con IA realiza por el artista Daniel Vargas, con base a bocetos propios.







Un comentario
Aquí no hay sermon dominguero ni reflector. Hay calle, hay polvo, hay barrio, hay raza. Pero sobre todo, hay hermandad.