Acompañar a un joven en su camino de vida es una tarea llena de matices. No se trata sólo de estar presente físicamente, sino de compartir algo más profundo: la esencia de la vida misma.
La palabra «acompañar» deriva del latín ad–com–panis, que significa «el que comparte su pan». Este origen etimológico refleja más de lo que creemos, pues el pan es más que sólo un alimento. En las antiguas culturas griegas el pan tenía un significado divino, era visto como un regalo de los dioses. Más tarde, se convirtió en un símbolo universal de vida, de sustento, de comunidad. Así, compartir el pan es compartir un trozo de vida, una parte de nuestra propia existencia. Acompañar es, en ese sentido, un acto profundo de entrega.
Los jóvenes buscamos alguien que camine junto a nosotros, no alguien que nos empuje, sino alguien que esté a nuestro lado sin importar lo que pase. El libro, Pero… al fin y al cabo: ¿qué es acompañar? describe el acto de acompañar como un caminar juntos, donde ambos utilizan sus propias piernas. Este concepto de igualdad es importante, pues acompañar no implica dominio sobre la otra persona, sino un trayecto en el que hay reciprocidad. En este proceso, ambos se sostienen mutuamente desde sus diferencias, pero siempre desde el respeto por la dignidad y la libertad del otro, al final, cada uno camina con sus propias piernas.
¿Qué necesitan los jóvenes de sus acompañantes?
Los jóvenes no siempre buscamos palabras, consejos o instrucciones. Muchas veces lo que más necesitamos es una presencia silenciosa pero firme. Para acompañar no son necesarias las palabras, sino la disposición de estar y compartir. Esa simple acción de estar ahí, sin intentar arreglar o corregir, es lo que da espacio para el crecimiento y el desarrollo. En este sentido, acompañar es el arte de saber estar y compartir el pan de la vida sin expectativas.
Otra de las habilidades fundamentales de un buen acompañante es la capacidad de escuchar. Pero escuchar no solamente significa oír las palabras que el otro dice, sino también ser capaz de reconocernos y reflejarnos en las experiencias del otro. Este acto de escucha va más allá de lo verbal, implica una conexión empática en la que nos permitimos sentir junto al otro, entender su mundo sin tratar de imponer el nuestro.
Acompañar en la incertidumbre
Acompañar a un joven también significa estar con nosotros en los momentos de incertidumbre, cuando el futuro es tan impredecible como el mar. En una metáfora que alguna vez escribí mencioné: «Una vez que tienes conciencia, el barco en el que navegabas se hunde, y no existe nada más que la incertidumbre de la marea». Este mar es impredecible, como la vida misma, las certezas que alguna vez tuvimos se desvanecen. A veces, encontraremos montículos de arena donde podemos descansar, otras veces, habrá troncos que floten donde podemos apoyarnos, pero la marea todo se lo lleva.
Para nosotros un acompañante es como una de esas rocas o troncos flotantes que aparecen en momentos de necesidad. No pueden detener la marea, pero pueden ofrecer un pequeño refugio temporal. No es necesario que el acompañante sea una fuente constante de respuestas, sino una presencia que brinde apoyo cuando las aguas se vuelven agitadas, aprendiendo a flotar juntos.
El mar es grande y, aunque nos encontremos en el mismo lugar, nunca estaremos rodeados de la misma agua. Esta imagen evoca la naturaleza cambiante de la vida y las relaciones. Un acompañante no puede ofrecer permanencia ni seguridad absoluta, pero sí puede ofrecer su presencia constante, como el sol que siempre vuelve a salir, o la luna que inevitablemente ilumina las noches más oscuras. Para los jóvenes, esta promesa de que «mañana saldrá el sol» es a menudo suficiente para continuar flotando, incluso cuando los brazos comienzan a cansarse y las fuerzas parecen agotarse.
La esencia del acompañamiento
Acompañar se trata, como bien lo sugiere el origen de la palabra, de compartir un trozo de vida, de estar ahí sin imponer ni dirigir. El acompañante camina junto al joven, con sus propias piernas, pero siempre al mismo ritmo, respetando la libertad del otro. Escucha sin juzgar, está presente sin necesidad de hablar, y en los momentos más inciertos, ofrece un apoyo que no promete respuestas, pero sí la seguridad de que el sol volverá a salir mañana.
Finalmente, el acompañamiento es aceptar que la vida, como el mar, está llena de incertidumbres y que, tarde o temprano, todos nos hundiremos. Pero mientras tanto, el acto de acompañar es compartir ese viaje, sostenerse mutuamente en las tormentas, y encontrar en esa compañía un refugio en medio de las aguas agitadas. Los jóvenes no piden mucho más que esto: que alguien esté ahí, compartiendo el pan de la vida, apoyándonos cuando ya no podamos caminar y enseñándonos a construir un nuevo bote cada que el nuestro se destruya.
Para saber más:
Hna. Manuela Rodríguez (2011). Pero… al fin y al cabo: ¿qué es acompañar? Piñeres Oblatas do Santísimo Redentor São Paulo Brasil. Recuperado de: https://www.hermanasoblatas.org/wp-content/uploads/2017/04/PERO-AL-FIN-Y-AL-CABO-QUE-ES-ACOMPAN%C3%83%C6%92R.pdf
C. Fernández (s.f.). “Historia del pan”. Raimundo Fernández Villaverde, nº 61, 5ª Plta.
28003, Madrid. Recuperado de: https://www.ceoppan.es/historia.html