«Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo»
SEPTIEMBRE
Domingo 24
- Is 55, 6–9.
- Salmo 144.
- Fil 1, 20c–24.27.
- Mt 20, 1–16.
§ Conviene detenerse en la sorpresa del dueño del campo cuando, al final de la tarde, mira a esos hombres sin trabajo. Detenerse también en su reacción cuando le dicen «nadie nos ha contratado», sintiendo cómo su corazón se mueve a compasión. Mirándolo, también nuestro corazón puede reconocer su camino auténtico: el de la hermandad, el del cuidado mutuo y el trabajo y su fruto compartidos.
§ Regresan por el camino después de la jornada. Llevan el denario prometido, con el que podrán traer pan y esperanza a su familia. Alguien los contrató y están contentos. Mañana podría repetirse también el milagro de convertir su cuerpo y su trabajo en esperanza, en alegría, en presencia vida del buen Dios.
§ Habrá que aprender a considerar esa alegría y dejarse convertir por ella. Habrá que pedir gracia para no dejarnos llevar por la costumbre de la competencia y de la falsa justicia, que no se mide por la necesidad, sino por el privilegio de haber sido encontrados antes por el dueño del campo. Habrá que pedir un corazón bueno como el de quien no puede dejar en la plaza, abandonado, a quien no tuvo quién lo contratara, a quien fue expulsado de otros campos, a quien no ha podido todavía trabajar a tu lado y soñar, mientras mete la mano en la tierra, en la alegría que podrá compartir, un poco más tarde, con su familia.
La paga que el dueño promete a los trabajadores de todas las horas es la alegría que pueden compartir con su familia. Su trabajo habrá dado fruto y con él podrán dar paz y esperanza a los suyos. Y el dueño quiere invitarlos a que sea esa alegría, lejos de toda ambición y competencia, la que llene y consuele su corazón. Surge la tentación de la competencia acostumbrada, de la supuesta justicia que pide más paga cuando la verdad es que sólo se ha tenido la oportunidad de empezar antes por la suerte de haberse encontrado primero con el dueño del campo. Habrá que pedir a Dios que convierta de esa costumbre nuestro corazón. Habrá que pedirle que nos deje convertirnos a la alegría compartida porque hoy hemos visto la bondad y el cuidado cariñoso de Dios.