Fragmentos de la homilía pronunciada en la Basílica de Notre Dame en Quebec el 28 de julio de 2022
«La secularización, que desde hace tiempo ha transformado el estilo de vida de las mujeres y de los hombres de hoy, ha dejado a Dios casi en el trasfondo, como desaparecido del horizonte. Pareciera que su Palabra ya no es una brújula de orientación para la vida, para las opciones fundamentales, para las relaciones humanas y sociales. Pero debemos hacer una aclaración: cuando observamos la cultura en la que estamos inmersos, sus lenguajes y sus símbolos, es necesario estar atentos a no quedar prisioneros del pesimismo, no quedar prisioneros del resentimiento, dejándonos llevar por juicios negativos o nostalgias inútiles. Hay, en efecto, dos miradas posibles respecto al mundo en que vivimos: una la llamaría ‘mirada negativa’ y la otra ‘mirada que discierne’».
«La primera, la mirada negativa, nace con frecuencia de una fe que, sintiéndose atacada, se concibe como una especie de ‘armadura’ para defenderse del mundo. Acusa la realidad con amargura, diciendo: ‘El mundo es malo, reina el pecado’, y así corre el peligro de revestirse de un ‘espíritu de cruzada’. Prestemos atención a esto, porque no es cristiano; de hecho, no es el modo de obrar de Dios, el cual —nos recuerda el Evangelio— «amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3, 16). El Señor, que detesta la mundanidad, tiene una mirada buena sobre el mundo, detesta la mundanidad y tiene una mirada buena sobre el mundo. Él bendice nuestra vida, se encarna en las situaciones de la historia no para condenar, sino para hacer brotar la semilla del Reino precisamente ahí donde parecería que triunfan las tinieblas. Si nos detenemos en una mirada negativa, por el contrario, acabaremos por negar la encarnación porque, más que encarnarnos en la realidad, huiremos de ella. Nos cerraremos en nosotros mismos, lloraremos nuestras pérdidas, nos lamentaremos continuamente y caeremos en la tristeza y en el pesimismo. La tristeza y el pesimismo nunca vienen de Dios. En cambio, estamos llamados a tener una mirada semejante a la de Dios, que sabe distinguir el bien y se obstina en buscarlo, en verlo y en alimentarlo. No es una mirada ingenua, sino una mirada que discierne la realidad».
«El problema de la secularización, para nosotros cristianos, no debe ser la relevancia social de la Iglesia o la pérdida de riquezas materiales y privilegios; más bien, ésta nos pide que reflexionemos sobre los cambios de la sociedad, que han influido en el modo en el que las personas piensan y organizan la vida. Si nos detenemos en este aspecto, nos damos cuenta de que no es la fe la que está en crisis, sino ciertas formas y modos con los que la anunciamos. Por eso, la secularización es un desafío para nuestra imaginación pastoral, es la oportunidad para recomponer la vida espiritual en nuevas formas y también para nuevas maneras de existir. De este modo, mientras la mirada que discierne nos hace ver las dificultades que tenemos en transmitir la alegría de la fe, a la vez nos estimula a volver a encontrar una nueva pasión por la evangelización, a buscar nuevos lenguajes, a cambiar algunas prioridades pastorales, a ir a lo esencial».