«La muerte no vencerá sobre la Iglesia, porque la Iglesia es de Cristo».
Junio
- Hech 12, 1–11
- Sal 33;
- 2 Tim 4, 6–8
- Mt 16, 13–19
§ Las lecturas de hoy nos hacen recordar a los apóstoles Pedro y Pablo, que entregaron su vida para continuar con la misión de Jesús–Cristo. Los dos, por consecuencia de tomar la cruz de Cristo, fueron llevados a prisión. Dios escucha las oraciones de la comunidad y libera a Pedro, así como Dios había liberado a Israel de Egipto. Asimismo, Dios conforta a Pablo dándole la certeza de que había hecho lo que tenía que hacer, de que había corrido y que estaba cerca de la meta; es por eso que desde la prisión se siente libre y escribe lleno gratitud y esperanza para la comunidad, para confortarlos.
§ El actuar de Pedro nos recuerda la responsabilidad institucional, que ayuda en la unidad de la Iglesia y a cuidar nuestra fe. El actuar de Pablo nos recuerda la creatividad misionera que, frente a la realidad y desde la experiencia del Dios–Trino, la iglesia se va abriendo a los confines de la tierra para llevar a Cristo y descubrir la presencia de Dios en el mundo. Estos dos carismas no son contrarios, sino complementarios. Hay muchos carismas, pero el Espíritu es el mismo. Desde ese presupuesto no hablamos de la Iglesia de Pedro o de Pablo, o la de cualquier otro, sino de la Iglesia de Cristo.
§ Hoy, delante de tomar conciencia de la diversidad y de la necesaria complementariedad para la misión de Cristo, tal vez podamos sentirnos invitados a poner al servicio de Dios los carismas que tenemos y a reconocernos como complementarios y que somos un solo cuerpo.
Oremos por la unidad, para que seamos una Iglesia creativa, en salida, que sepa llevar y encontrar a Dios en el mundo. Que seamos peregrinos de la esperanza. La muerte no vencerá sobre la Iglesia, porque la Iglesia es de Cristo.
