Acompañar a otras personas desde hace 50 años es algo que identifica al Centro Polanco del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara. Un espacio seguro donde estudiantes y profesores ofrecen atención psicológica y social a quien más lo necesita. Instalado en la colonia Lomas de Polanco, en el municipio de Guadalajara, éste surge como parte de las Orientaciones Fundamentales del ITESO. Por ello, conversamos con su directora, María de Lourdes Centeno, «Luli», para conocer un poco más sobre su historia.
Luli Centeno comenta que, desde niña, cuando estudiaba en el Colegio Guadalajara, su fe la acompañó. Estar rodeada de monjas y aprender de ellas marcó su vida y la llevó a involucrarse en labores sociales. «Orar fue como un lugar seguro para mí», relata en conversación con Pedro Reyes Linares, S.J., director de CHRISTUS.
Sin embargo, algo que le cambió la vida por completo fue el Diplomado en Espiritualidad Ignaciana de Casa Loyola, que cursó por recomendación de sus amigas: «Estaba pasando por un momento de desolación muy grande, entonces decidí ir». Fue en la entrevista de ingreso al diplomado que descubrió la palabra «desolación», término que reflejaba su ruptura con la fe en ese momento: «Llegué a ese diplomado sin creer en Dios ni en nada», confiesa Luli.
Cerca de la comunidad
A pesar de las diferentes transformaciones del ITESO, Luli recuerda los inicios del Centro Polanco como una «Central de Servicios». El director del Departamento de Psicología, en conjunto con tres estudiantes, fueron los primeros en sumarse al proyecto y, mediante una investigación, reconocieron el lugar ideal para asentarlo.
Uno de los requisitos que debía cumplir la colonia era la organización de sus habitantes, además de la experiencia. En un principio se consideró la Ferrocarril, en Guadalajara, pero finalmente se optó por Lomas de Polanco, donde la Compañía de Jesús trabajaba con Comunidades Eclesiales de Base. En ese entonces la Central de Servicios sólo brindaba atención psicológica, pero las personas no conocían este tipo de servicios ni estaban acostumbradas a utilizarlos. Hay que situarse en los años setenta del siglo pasado, cuando el concepto de salud mental apenas comenzaba a difundirse.
«Para hacer promoción de la atención psicológica, integrantes de la Central de Servicios fueron a las escuelas. A los profesores se les iluminaban los ojos y nos decían: “¡Wow! Hay psicólogos en la colonia. Tenemos un montón de niños que tienen problemas de aprendizaje”, así que empezaron a mandarlos. Por esa razón el centro tuvo que abrir una línea en educación psicoeducativa», cuenta Luli.
Desde hace 25 años este espacio se especializa en la atención clínica psicológica, pero en 2005 la universidad decidió expandirse a otros servicios. Por esas fechas se integró al equipo Luli Centeno, cuando ya se había establecido con el nombre de «Centro Polanco». Ella recuerda algunos de sus logros y enfatiza en que no son producto únicamente del Centro, sino de los estudiantes, de los profesores y de la misma comunidad de la colonia.
«En su momento se acercaron unos niños porque había un parque y querían recuperarlo. Entonces, en conjunto con ellos, hicimos un proyecto de restauración. Además, con la ayuda del municipio, logramos limpiarlo y mejorarlo», platica orgullosa, recordando a la perfección cada uno de estos momentos. «También en aquel entonces la zona presentaba problemas de escrituración, por lo que logramos regularizar cerca de tres manzanas. La comunidad fue clave porque fueron ellos quienes se encargaron de los trámites, mientras que los estudiantes y profesores los acompañamos».
Polos opuestos
Luli comenta que trabajar en el Centro Polanco es lo mejor que le ha pasado porque ha aprendido mucho. Sin embargo, no deja de ser un trabajo muy duro, ya que conoce en carne viva los problemas que la sociedad presenta, especialmente la violencia familiar en los niños: «No sólo yo, también estudiantes han comentado lo fuerte que es trabajar aquí. Es un lugar increíble, pero te toca ver su contraste, “su polo opuesto”».
Quienes han encabezado este proyecto son en su mayoría mujeres, incluso se integran alumnas mediante los Proyectos de Aplicación Profesional (PAP). Su presencia es muy importante. «Esto me hace preguntarme ¿en dónde están los alumnos varones? ¿A qué proyectos se van?», reflexiona Luli.
En contraste con estas experiencias, Centeno relata cómo quienes integran el centro impactan para bien la vida de aquéllos que requieren algún tipo de atención. «Han llegado personas que buscan a alguna alumna, pidiendo información para localizarla y agradecerle, pues cuando eran pequeños fueron ellas quienes, además de brindar atención, les ayudaron emocionalmente. Es muy bello ver cómo regresan con agradecimiento».
En el Centro Polanco se trabaja de manera colaborativa con las principales agentes de este espacio: madres y líderes comunitarias que unen sus esfuerzos y vinculan las necesidades de la comunidad con las capacidades de la universidad.
La metodología del Centro Polanco se basa en fomentar la autonomía, el pensamiento crítico y la horizontalidad. Se busca que las personas tengan agencia sobre sus vidas, por lo que se enfatiza a los estudiantes que su papel no es llegar como expertos para solucionar problemas, sino escuchar y trabajar.
«Lo ideal es involucrar a la comunidad, aunque no siempre es posible porque la gente también tiene sus propios trabajos. Sin embargo, intentamos encontrar maneras de acompañarlos. Contamos con el apoyo de los PAP de la universidad, lo que facilita la participación de estudiantes y profesores en proyectos concretos», afirma la actual directora del Centro Polanco.
Un lugar para la esperanza
Recientemente el Centro Polanco cumplió 50 años de servicio. Entre las actividades de celebración se recabaron las impresiones de estudiantes, profesores y miembros de la comunidad sobre lo que significa el centro para ellos. Luli nos cuenta que muchos lo describieron como «un lugar seguro», «un espacio de esperanza donde siempre encuentran apoyo».
La colaboración y la empatía son conceptos clave para resolver los conflictos educativos en la niñez. Por lo tanto, el centro les proporciona las herramientas necesarias para que las mismas personas de la comunidad sean quienes construyan la respuesta más adecuada. «Este proceso busca fomentar la capacidad de analizar la realidad», explica Luli.
«Muchos de los niños nos llegan con comentarios de madres, padres y maestros que dicen que “ese niño tiene problemas de aprendizaje”, a lo que yo respondo que no, porque en realidad lo que enfrenta es un problema de enseñanza». En ese sentido, Luli recomienda entender las condiciones sociales presentes en la comunidad.
«Ahora estamos tratando de impulsar nuevos proyectos, que llamamos “callejeros”, que se integran en la vida cotidiana de las personas. Lo importante es tener una escucha activa y responder a sus necesidades reales», comparte.
La desolación que en su momento vivió Luli la llevó a acompañarse a sí misma y a entender que también puede estar para los demás.
El Centro Polanco tiene un largo historial en la labor social y, a 50 años de su creación, es reconocido por ello, más allá de ser una instalación del ITESO. Es un espacio que influye en la formación de los estudiantes universitarios al vincularse con la sociedad.