Los Ejercicios Espirituales (EE) llegaron a mi vida como un rayo de sol en medio de una tormenta, justo en un momento cuando la imagen que tenía de Dios estaba distorsionada por el dolor, el odio y el miedo. Llegaron como una simple coincidencia en redes sociales y un versículo bíblico que siempre guardo en el corazón: «Te llevaré al desierto y allí haré que te vuelvas a enamorar de mí» (Os 2, 16). Llegar a los EE con el corazón roto y con experiencias de duelo, que habían marcado un antes y un después en mi vida, fue inicialmente todo un reto; el ruido interior con el que mi corazón venía se mostraba como una barrera que no me permitía salir de mí misma y de mi dolor, para escuchar a Dios, para entender, para sanar.
Ciertamente esa cita bíblica que aquel día me atrajo y que me llamó a vivir los EE fue una promesa cumplida por Dios en mi vida, porque pude conocer profundamente su rostro; un rostro amoroso, que mira a los ojos y se conmueve con mi tristeza, que me busca y me abraza, y a la vez me permitió experimentarme profundamente amada, cuidada y consolada por ese Dios. Éste ha sido el mayor regalo que he recibido.
El silencio me ha enseñado, poco a poco, a ser más sensible a su voz, una voz muy sutil que nunca cesa cuando quiere decirme algo; una voz que se mantiene en lo profundo de mi ser esperando acallar el ruido para escucharla. Esa voz me ayudó a reafirmar que Él siempre estuvo, está y estará para mí, que como suave brisa le habla a lo más profundo del corazón y que escuché con mucho amor y en total libertad.
Es difícil explicarlo con palabras, pero el estado de consolación y felicidad profunda que he experimentado en los EE sólo me hace confirmar que Dios me ama incomparablemente, que yo lo amo a Él, y que no podría ser nunca de otra manera.
Después de esa primera experiencia, años después los Ejercicios Espirituales se han convertido en mi forma más personal e íntima de bajarle al ruido y de conectar con mi mejor amigo, con mi compañero de camino, y, por añadidura, de estar más atenta, de sentirme, de verme y escucharme. Pero, por sobre todo eso, de experimentarle, de sentirle, de escucharle, de amarle y de sentirme profundamente amada por Él. Siempre de forma distinta, nueva, pero de una forma que solamente Él y yo tenemos, de una forma muy nuestra, muy personal, muy íntima.
A ti, que lees esto, sólo puedo decirte que Dios siempre tiene algo que decirnos, algo que reconfortar en nuestro corazón, algo que reconfirmar en nuestra fe, y una manera muy tierna y cariñosa de llamarnos la atención. Ahora no puedo estar más agradecida, y quiero decirle con todo el corazón: ¡Gracias amigo! por no guardar silencio, por no ser indiferente, por buscarme y encontrarme siempre.
¡Somos enamorados del amor, del Hacedor del amor!
Imagen de portada: Manuel González Asturias, S.J. -Cathopic
Un comentario
Estor de acuerdo…Dios nos ama siempre de forma distinta, muchas veces sorpresiva, según nuestra realidad concreta, porque su AMOR no es rutina, sino creatividad permanente..