Tejiendo historias para el buen convivir
El Centro de Investigación y Acción Social por la Paz (CIAS por la Paz) es una obra social de la Compañía de Jesús en México, fundada en agosto de 2015 a partir de las preocupaciones y estrategias planteadas en el curso de la Planeación Apostólica 2011–2020 de la Provincia Mexicana. Bajo el liderazgo del jesuita Jorge Atilano González Candia y el sociólogo Gabriel Mendoza Zárate, el CIAS nació como respuesta al clamor de un país herido por múltiples violencias, con la convicción de que la paz se construye desde abajo, en diálogo con las comunidades y desde la fuerza de los vínculos.
En estos diez años celebramos la realización de un sueño que se ha hecho camino: junto con más de 75 mil personas que apuestan por reconstruir la esperanza, hemos acompañado decenas de comunidades en 62 municipios de 20 estados del país. Hemos generado más de 20 publicaciones que recogen experiencias, metodologías, aprendizajes y propuestas para el Buen Convivir, y hemos impulsado procesos educativos que fortalecen a líderes locales, organizaciones e instituciones comprometidas con la paz.
Este aniversario es también un momento de profundo agradecimiento. Agradecemos a las cientos de personas que han colaborado, asesorado y acompañado al CIAS por la Paz, especialmente a quienes han servido desde sus profesiones: mujeres y hombres jóvenes, así como personas con una larga trayectoria y camino recorrido, que han compartido con generosidad su saber y experiencia. Y agradecemos también, con el mismo corazón, a los pueblos, comunidades e instituciones que nos han permitido caminar con ellas, confiándonos sus historias, sus dolores y sus sueños.
Esta alegría se suma a la de resistir desde la construcción de paz, de sabernos parte de una Iglesia y de una sociedad que no renuncia a la posibilidad de vivir con dignidad. No presumimos resultados; los celebramos dignamente, como fruto de un camino compartido.
En este número de CHRISTUS compartimos los aprendizajes acumulados y los desafíos por venir: comprender las violencias como ruptura de vínculos, reconstruir el tejido social como praxis política, asumir el Buen Convivir como utopía operativa y desplegar una pedagogía que sana, revincula y renueva las comunidades.
1. Comprender las violencias como ruptura de los vínculos
Hablar de paz en nuestro tiempo es confrontar el dolor de la ruptura que atraviesa nuestras relaciones más profundas. Para el CIAS por la Paz la violencia no es simplemente un dato estadístico ni un fenómeno criminal; es, ante todo, una herida en el tejido social, un quiebre en los vínculos que nos constituyen como personas y comunidades. Desde nuestras primeras investigaciones y experiencias de acompañamiento comprendimos que las violencias emergen en procesos de desvinculación: pérdida del sentido de pertenencia, fractura de la confianza y debilitamiento de la institucionalidad local. En palabras del papa Francisco en Laudato si’: «La paz interior de las personas está muy relacionada con el cuidado de la ecología y del bien común porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida». Esta certeza nos ofrece una brújula ética: reconstruir el tejido social exige restaurar las relaciones con nosotros mismos, con los otros, con el entorno y con Dios.
Cuando hablamos de reconstrucción, coincidimos con el sentido que John Paul Lederach atribuye a este concepto dentro de su propuesta de construcción de paz. Para nosotros reconstruir no implica nostalgia ni simple reparación de lo roto; se trata de un ejercicio de resignificación que, con lo mejor del pasado y lo más valioso del presente, genera nuevas síntesis para el futuro. Desde esta mirada, reconstruir es también construir de nuevo: volver a tejer sentido, actualizar nuestras narrativas colectivas y generar condiciones para la vida digna.
El tejido social, entendido como la configuración de vínculos comunitarios, institucionales y estructurales que hacen posible el buen convivir, se fortalece cuando las familias, las escuelas, las economías locales, los gobiernos y las comunidades de fe dialogan y acuerdan horizontes comunes. Allí, la identidad, los vínculos de cuidado y los acuerdos colectivos son configurantes que sostienen la vida compartida.
Este enfoque se vuelve especialmente urgente ante lo que Jenny Pearce denomina «violencia crónica», aquélla que habita las esferas íntimas y cotidianas, naturalizada en la vida familiar, comunitaria y social. Comprender estas lógicas de las violencias nos ha permitido diseñar procesos de reconstrucción del tejido social que abordan no sólo los síntomas visibles, sino también las raíces culturales, afectivas y relacionales de las violencias, creando así condiciones profundas para la construcción de paz.
No obstante, este enfoque no pretende reducir la transformación social a un intimismo cómodo ni a la consigna tramposa de que «el cambio empieza por uno mismo». Estamos convencidos de que las posibilidades reales de construir paz comienzan con el diálogo, no siempre terso ni libre de tensiones, pero sí orientado a la disposición de los espacios donde las personas puedan encontrarse. Tal como sugiere el esquema de John Burton (1990) del triángulo de posiciones, intereses y necesidades, el diálogo bien conducido permite identificar los puntos de encuentro, discernir nuestras necesidades compartidas y, en consecuencia, reconocer los intereses comunes que sostienen el bien común.
Estos procesos no son únicamente individuales: la reconstrucción del tejido social requiere que tanto el dolor como la esperanza se tramiten comunitariamente, integrando el enfoque de sanación del trauma individual y colectivo, de modo que la transformación personal se ancle en horizontes comunitarios más amplios. Este tránsito del conflicto hacia el encuentro es, en sí mismo, un acto de construcción de paz.
Metodológicamente, este camino ha sido participativo y reflexivo, combinando el quehacer académico con la experiencia del acompañamiento junto con quienes viven —vivimos— entre la fragilidad y la esperanza. Cada proceso nos recuerda que no existen recetas prefabricadas: es necesaria la inmersión, la escucha y el discernimiento comunitario, animados por una visión ignaciana que busca encontrar a Dios en todas las cosas.
Reconstruir el tejido social no es sólo reparar lo roto: es tejer de nuevo el sentido, transformar el miedo en confianza, el aislamiento en comunidad y la desesperanza en horizonte.
2. Reconstruir el tejido social: una forma política de hacer paz
Reconstruir el tejido social no es una acción menor ni un gesto asistencial: es, en sí misma, una praxis política. Esta convicción es central para nuestro quehacer como organización: reconstruir el tejido social es abrir senderos, caminos donde las personas y las comunidades pasan de ser participantes condicionadas a sujetas capaces de reconfigurar sus relaciones, disputar sentidos y transformar sus territorios.
Siguiendo la propuesta de Gabriel Mendoza, el tejido social es «el entramado histórico de relaciones sociales e institucionales que favorecen la cohesión y la reproducción de la vida social». Es un concepto operativo con triple función: describir el estado de los vínculos en un momento dado, explicar sus dinámicas de transformación e indicar rutas para su reconfiguración. Reconstruirlo no significa simplemente reparar lo que se rompió: implica reconfigurar los vínculos comunitarios, las estructuras institucionales y los determinantes estructurales que sostienen la vida colectiva.
Sin embargo, el concepto de tejido social ha sido trivializado en el debate público. Muchas veces se usa como un término atractivo en los discursos, pero sin traducirse en procesos reales que fortalezcan a las comunidades. Frente a esto, insistimos en que la reconstrucción del tejido social requiere acompañamiento con sentido profundo, como lo demuestran las experiencias sistematizadas en nuestras últimas investigaciones: en Policía Municipal y Comunidad Organizada, promueve la construcción de redes de confianza entre ciudadanía y autoridades; en 10 Modelos de Gobernanza Municipal, el tejido social se convierte en estructuras ciudadanas para la deliberación y el consenso; en Atención a la Conflictividad Local, en un marco para gestionar conflictos complejos desde el territorio.
Reconstruir el tejido social es político porque desplaza y atrae hacia lo común las fronteras del poder: articula familias, comunidades de fe, gobiernos locales y organizaciones sociales para deliberar el destino de la vida compartida. Pero también es espiritual, porque bebe de una espiritualidad encarnada que, como afirma Juan Luis Hernández Avendaño, entiende que Dios camina con nosotros en nuestras luchas y esperanzas.
Así entendido, reconstruir el tejido social es hacer paz desde abajo y con todos: no sólo abrir espacios de convivencia; es aprender a hablarse de nuevo, incluso entre quienes antes se miraban con recelo. Es transformar los espacios en lugares de encuentro deliberativo, donde se recrean las relaciones, se reconocen las diferencias y se acuerdan horizontes comunes.
3. El Buen Convivir: una utopía política hecha práctica
El Buen Convivir para el CIAS por la Paz se erige como un horizonte ético y operativo que desafía las estructuras que limitan nuestra capacidad de imaginar futuros distintos. Lo definimos como «la construcción de condiciones sociales, económicas, políticas y culturales que promuevan el cuidado de la vida, favorezcan la comunicación y la confianza entre las personas y las familias, refuercen el sentido de vida comunitario y festivo, y fomenten el cuidado de la tierra».
Adolfo Sánchez Vázquez nos recuerda que la utopía es «crítica del presente y apertura a lo posible», una fuerza que nos impulsa a cuestionar lo establecido y a imaginar nuevas formas de convivir. Sin embargo, como advierte María Teresa Cordero Salgado, «los seres humanos, los únicos con la posibilidad de transformar sus condiciones de vida, han abandonado valores colectivos, sustituyéndolos por la inmediatez, la banalidad, el utilitarismo y, sobre todo, el individualismo». Este sistema, que incapacita para soñar, se refleja en instituciones que reducen a las personas a meros usuarios, en lugar de agentes activos de transformación.
Frente a esta realidad, los movimientos sociales, las organizaciones civiles y las comunidades organizadas resisten y crean espacios de utopía. Estos espacios son vitales, pues permiten soñar otros futuros y reanimar la capacidad de ser y hacer institución, configurando nuevas formas de convivencia. El Buen Convivir, entonces, es esa utopía que nos invita a soñar y actuar juntos, a reconstruir nuestras relaciones desde las heridas, pero con la certeza de que en esos lugares de dolor también puede surgir la sanación y la esperanza. Como dijo una participante en Chalco: «Convivir no es sólo estar juntos, es aprender a escucharnos y a soñar cómo queremos vivir».
En este sentido, el Buen Convivir no sólo es una utopía crítica y una esperanza activa, sino también una invitación a mirar el mundo como una casa común. Como afirma el papa Francisco, «todo está conectado, y por eso se requiere una preocupación que integre la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres».
4. La Pedagogía del Buen Convivir: ciclos para transformar el dolor en esperanza
En nuestra experiencia hemos aprendido que no hay paz sin sanación, ni sanación sin una reconstrucción de los vínculos sociales. Esta certeza sostiene la Pedagogía del Buen Convivir, una propuesta que combina saberes comunitarios, espiritualidad ignaciana y una profunda vocación política, impulsando a las personas y comunidades a transitar de la herida al protagonismo social: a asumirse como sujetos capaces de restaurar sus relaciones y generar condiciones para el Buen Convivir.
La Pedagogía del Buen Convivir consta de seis etapas que forman un ciclo en movimiento, adaptable a cada contexto.
- Sensibilizar es el inicio, cuando se abre el corazón y la conciencia para reconocer el dolor personal y colectivo. Aquí la pedagogía toma el gesto de Jesús que se detiene ante el sufrimiento: mirar con compasión y dejarse afectar por lo que hiere al otro.
- Encuentro es disponerse a caminar juntos, compartiendo historias en espacios seguros y resignificando las heridas y desconexiones. Inspirados en el Cristo que escucha antes de hablar, generamos conversaciones en las que el dolor se convierte en posibilidad de vínculo, cuando las personas ya no cargan solas sus heridas.
- Comprender supone dar un paso más: analizar las causas de las fracturas sociales, asumir responsabilidades, discernir lo que nos mantiene desconectados y reconocer los recursos propios individuales y colectivos. Es el momento en el que las comunidades se reconocen no sólo como víctimas, sino como protagonistas de su propia transformación.
- Transformar es traducir el dolor en acción: construir proyectos colectivos, reorganizar prácticas y estructuras que impiden el buen convivir. Es el tiempo de la creatividad social, cuando lo aprendido se vuelve propuesta y acción.
- Revincular es recomponer las conexiones con Dios, con los otros, con la tierra y con la historia. Es experimentar que las heridas, una vez reconocidas, pueden convertirse en puntos de encuentro y reconciliación.
- Renovar busca consolidar estos aprendizajes en acuerdos, celebraciones y narrativas que sostengan el nuevo tejido social. Es ver que la esperanza no queda en palabras, sino que se organiza en proyectos de vida compartida.
Esta pedagogía ha hecho posible diseñar programas, desarrollar aplicaciones metodológicas y poner en marcha acciones concretas que acompañan a comunidades, organizaciones e instituciones; no obstante, advertimos el riesgo de que en ocasiones sea percibida como una serie de pasos lineales, lo cual debilita el proceso y reduce su potencial transformador.
Así pues, subrayamos su carácter de cíclico y en bucle. Como señala Edgar Morin, los procesos educativos y sociales no son lineales sino cíclicos: cada etapa retroalimenta a las demás y puede recorrerse varias veces, profundizando en cada vuelta.
Más que una metodología, la Pedagogía del Buen Convivir anima la emergencia del sujeto político, abriendo posibilidades para que las personas y las comunidades negocien el sentido de su vida colectiva, disciernan su futuro y lo construyan juntas. En los círculos restaurativos más de una vez alguien ha dicho: «No sabía que lo que me pasa también les pasa a otros». Comprender que el dolor tiene historia y que no se carga a solas ha sido el primer paso para revincularse con su comunidad. Así, sanar empieza por nombrar el daño, como recuerda Sara Ahmed, y traducirlo al ámbito público requiere construir un lenguaje colectivo que permita su escucha justa.
Espiritualmente, esta pedagogía se nutre de la experiencia cristiana: un Dios que acompaña la historia herida y la transforma. Como sintetiza Jorge Atilano González: «Tocar el dolor del mundo es tocar la fuente de la resurrección». De esta forma, la Pedagogía del Buen Convivir es un proceso vivo que entrelaza la sanación, la acción política y la fe encarnada. No es una receta ni un listado de pasos, sino un bucle que nos enseña que sensibilizar, encontrarnos, comprender, transformar, revincular y renovar son dimensiones inseparables en la búsqueda de una paz que sana las heridas y sostiene el sueño del Buen Convivir.
5. Desafíos, advertencias y horizontes de esperanza
Acompañar procesos comunitarios hacia el Buen Convivir no es tarea sencilla. En el CIAS por la Paz reconocemos que la reconstrucción del tejido social exige un acompañamiento profundo y auténtico, que no sustituya el protagonismo de las comunidades ni reduzca los procesos a intervenciones asistenciales. Esta convicción nos obliga a revisar continuamente nuestra práctica para que corresponda a nuestra apuesta: una paz que brota desde lo local se teje en los vínculos cotidianos y se fortalece en alianzas que amplifican las voces de los territorios.
En este camino el discernimiento se convierte en una herramienta indispensable. Como afirma Juan Luis Hernández Avendaño, «una espiritualidad de la Esperanza anima, prepara y forma en el discernimiento». Sociedades como las nuestras, violentas, injustas e impunes, nos colocan cada día ante dilemas que requieren reflexión y decisión: «El discernimiento para descubrir la voluntad de Dios en nuestra realidad se convierte en una necesidad esperanzada». Esta espiritualidad no se queda en la contemplación, sino que se conmueve con el pueblo crucificado y prepara un banquete para la humanidad, anunciando la resurrección en nuestro caminar diario.
Y es que acompañar comunidades no siempre significa dar respuestas, muchas veces es sostener preguntas; preguntas que guían nuestro examen y alimentan el discernimiento:
- ¿Cómo aseguramos que nuestros acompañamientos respeten el protagonismo y los tiempos propios de las comunidades, evitando sustituirlos por nuestras agendas institucionales?
- ¿Estamos dispuestos a dejar que los procesos territoriales desestabilicen nuestras «certezas» y transformen nuestras formas de trabajo para corresponder mejor a nuestra misión?
- ¿Cómo logramos que cada decisión, metodología o alianza que impulsamos responda verdaderamente a nuestra apuesta por el Buen Convivir y la reconstrucción del tejido social, y no a lógicas externas de eficiencia o resultados inmediatos?
Estas preguntas no son ejercicios retóricos; son invitaciones al discernimiento. Nos desafían a examinar si nuestra práctica encarna realmente nuestra misión y si los caminos que recorremos, en comunidades, organizaciones e instituciones, mantienen viva la esperanza que nos anima: que el Buen Convivir es posible cuando las heridas se convierten en fuente de encuentro, las comunidades en sujetos de cambio y las alianzas en bases de transformación.
Un llamado a caminar juntos por la paz
Al mirar estos diez años del CIAS por la Paz vemos rostros, historias y territorios que nos han enseñado que la paz no es un concepto abstracto sino un camino compartido que se construye con paciencia, compromiso y esperanza. La reconstrucción del tejido social, el Buen Convivir y la pedagogía que hemos desarrollado no son propuestas aisladas: son prácticas vivas, aprendidas de la mano de las comunidades que nos confiaron sus heridas y nos mostraron que en el dolor también puede brotar la vida.
En este aniversario reafirmamos nuestra apuesta por los procesos locales, por una paz que nace en las calles, en las asambleas comunitarias, en las aulas, en las parroquias, en los campos y las plazas donde el clamor por la dignidad se transforma en acción colectiva. Sabemos que los desafíos son enormes: las violencias persisten, los sistemas que generan exclusión siguen operando, y a veces nuestras propias estructuras pueden obstaculizar el cambio que deseamos.
Tejer implica unir hilos rotos, dar nuevos sentidos a las heridas y sostener la vida en común con paciencia y esperanza. Por eso, hoy llamamos a discernir juntos: a leer los signos de los tiempos, descubrir la voluntad de Dios en medio de la historia y decidir con valentía lo que hace presente el Reino en lo cotidiano.
Que este artículo no sea un punto final, sino un punto de partida: una invitación a quienes nos leen a comprometerse en procesos que sanen heridas, revinculen relaciones y renueven el sueño de la paz. Sigamos tejiendo vínculos, como Iglesia y sociedad, para que el Buen Convivir sea una realidad viva, justa y digna para todos y todas.
Para saber más:
Ahmed, S. (2015). La política cultural de las emociones (2ª ed.).UNAM.
Cordero Salgado, M.T. (2016). Del Anhelo Utópico a la Utopía Política. XIV Coloquio Internacional de Geocrítica. Las utopías y la construcción de la sociedad del futuro. Barcelona, 2–7 de mayo de 2016.
González Candia, J.A. (2016). Un Camino para la paz. Experiencias y desafíos en la Reconstrucción del tejido social. CIAS por la Paz.
Hernández Avendaño, J.L. (2024). Geopolítica de la esperanza. Universidad Iberoamericana Torreón.
