¿Qué recuerdos guardamos de nuestras mejores relaciones y amistades de la infancia y adolescencia? ¿Cómo vuelven esos recuerdos a nosotros?… ¿Qué era lo más importante para la vida cuando éramos muy jóvenes? ¿Qué decisión personal hacia el futuro tomé cuando era joven? ¿Cómo veo hoy, a la distancia, esa decisión? ¿Me he preguntado qué sería de mi vida hoy si hubiera tomado otra decisión sobre una carrera o sobre una pareja?… Son preguntas que seguramente todos nos hemos hecho, pero no como algo teórico, sino en las entrañas mismas de la propia existencia, en algunos momentos muy personales e íntimos: algunos de encrucijadas, otros de crisis, otros de renovación.
Vidas pasadas, de Celine Song, en su debut como directora, se atreve a darle carne e historia a estas preguntas e itinerarios de vida, en dos protagonistas coreanos: Nora y Hae Sung, en tres tiempos de sus vidas: cuando tienen 12 años de edad, a los 24, y a los 36 años de edad de ambos. La etapa adolescente —más breve— sucede en Corea, cuando esta parejita de amigos muy cercanos termina su escuela básica. Pronto sabemos que la familia de Nora (Na Young es su nombre coreano) emigra a Canadá para radicar allá. La madre de la niña le afirma convencida: «Dejamos algo para ganar algo».
La ya jovencita Nora estudia Literatura y quiere ser escritora; con todo el empeño hasta poder «ganar el premio Nobel», dice. Después afirmará que le bastaría recibir el premio Pulitzer, pero no duda en triunfar, así que se va sola a Nueva York para seguir preparándose. Un día, por curiosidad, entra al Facebook y pone el nombre de su amiguito de la infancia, el joven Hae Sung, y éste aparece ahí. Ambos dan «aceptar como amigos» en la red y empiezan a hablar por video-lamadas, con 12 horas de diferencia en sus horarios. Curiosamente ambos evocan una película norteamericana de 2004: Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, en la que una pareja de novios, Clementine y Joel, después de una discusión que los separa, deciden tomar un procedimiento científico para borrar de su memoria todos los recuerdos de esa relación de pareja. Pero Joel quiere guardar un instante bonito de Clementine: el día que se conocieron en una playa del estado de Nueva York, y mientras el recuerdo se desintegra, ella le susurra al oído que la busque en la playa de Montauk, Long Island. Esto hace que Joel y Clementine sientan la necesidad de viajar allá y encontrarse, sin saber quiénes son el uno para el otro.
Las pláticas casuales en línea entre los dos protagonistas coreanos se van a interrumpir pronto porque Nora piensa que le quitan tiempo y la distraen de sus metas profesionales como escritora, aunque Hae Sung le haya declarado tímidamente: «Te extrañé todo este tiempo». Así que no vuelven a saber uno del otro, hasta 12 años después, cuando el joven —ahora ingeniero— decide tomar sus vacaciones en Nueva York y visitar a Nora. Ella ya está casada con otro escritor, Arthur, y ambos se aman y son felices, aunque apenas tengan lo suficiente para vivir. «¿Es ésta vida la que soñabas vivir?», le preguntará Arthur con mucho cariño, y recíprocamente Nora le dirá qué sí.
Pero la visita de Hae Sun a Nora traerá recuerdos del corazón y sentimientos nunca dichos entre ambos. A partir de aquí, la directora va tejiendo su historia con mucha delicadeza, finura, sutileza, belleza y afecto. Son tres días de conversaciones muy normales, en las que en verdad lo que habla son las miradas, los gestos, las posturas corporales, los silencios, lo no dicho; en un Nueva York lleno de luz y color y en una composición visual cinematográfica en que pareciera que sólo existen ellos dos aunque estén rodeados de gente y sean espacios públicos.
«¿Qué hubiera pasado —le pregunta Hae Sung— si yo hubiera venido a Nueva York hace 12 años?» ¿Qué hubiera sucedido si ambos hubieran tomado otras decisiones sobre su carrera y sobre su vida personal?… Pero el «hubiera» no existe, sólo la vida presente, tal como es. Nora no ha ganado ningún premio literario y sigue adelante; Hae Sung es sólo un trabajador sobrecargado por la empresa, y sigue adelante; ambos en la vida gris que existe, la real. Hay que acoger lo que pudo ser y no fue; acoger dignamente lo que es. Y después ¿qué vendrá?… Hay una creencia budista en Corea —el In Yun— de que dos personas se encontrarán en una vida futura porque entre ambas hubo antes alguna coincidencia o intercambio, una «vida pasada». ¿Será que este reencuentro es una ‘vida pasada’?… No hay que contar más sobre el final de la película. Queda abierto, tan abierto como el puente de East Village que hay que atravesar para llegar o para salir.
Vidas pasadas (Past Lives) está catalogada como una de las 10 mejores películas de 2023, de las más premiadas, ganó el Oso de Oro en Berlín, y se puede ver ahora en Netflix.