
El origen y la naturaleza de la comunidad de los discípulos del Resucitado se encuentra en el acontecimiento de Pentecostés que nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-13). Sin embargo, el don del Espíritu del Resucitado a los discípulos es ubicado por la tradición la misma noche del domingo de Pascua (Jn 20, 22). Entonces, Pascua y Pentecostés son dos misterios intrínsecamente unidos.

En sus primeros encuentros con la Compañía de Jesús, el papa Francisco nos solicitó a los jesuitas compartir nuestra espiritualidad y nuestras habilidades para el discernimiento como dones a la Iglesia. Eso nos llevó a diseñar un programa de formación para el liderazgo.

Durante esta pandemia miles de personas, gracias a los medios de comunicación, pudieron hacer versiones abreviadas de los Ejercicios Espirituales (EE) con gran fruto. Ha sido una experiencia tan reciente y extendida que apenas empezamos a reflexionar sobre sus luces y sombras, aunque encontramos por ahora más de las primeras que de las segundas.

Las realidades juveniles son un tema que me ha acompañado muchos años de mi vida y apostolado; es algo que disfruto abordar debido a todo lo que me han mostrado los jóvenes: sus diversas y creativas formas de comunicarse, sus modos de socialización y de expresión, que me han ofrecido un amplio campo de estudio al mezclarse con otros temas como las redes sociales o la ecología.

El año ignaciano nos presenta la oportunidad de convertirnos y revisar la propia interioridad, como lo hizo san Ignacio después de un largo camino.

El Examen (Ejercicios Espirituales, 43) y el uso de la imaginación en las Contemplaciones ignacianas (110-114) son dos canales eficaces para cultivar una mayor conciencia de la presencia de Dios en la vida interior.