El 20 de junio de 2022 un hecho sacudió México: en Cerocahui, pequeña comunidad indígena enclavada en la Sierra Tarahumara de Chihuahua, fueron asesinados el joven Paul Berrelleza, el guía de turistas Pedro Palma y los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora. Los dos padres estuvieron desaparecidos durante 48 horas, lapso de tiempo en que el paradero de sus cuerpos permaneció desconocido.
Los hechos y su secuela de impunidad –hasta hoy no revertida– recordaron al país y al mundo que los problemas estructurales del país en materia de seguridad y justicia no han sido resueltos.
Efectivamente, los asesinatos de Cerocahui evidenciaron que la política de seguridad centralizada y militarizada no ha logrado revertir el control territorial que las organizaciones criminales detentan en amplias regiones del país, donde la población más empobrecida está a merced de la violencia.
Por otro lado, la persistencia de la impunidad quedó también de relieve. El perpetrador del crimen, conocido generador de la violencia a nivel local, contaba desde antes de que ocurrieran estos hechos con varios mandatos de captura, que nunca se ejecutaron. Y después de la tragedia, pese a un amplio despliegue de fuerzas federales, su detención no se ha materializado. Más allá de su aprehensión, relevante pero insuficiente, la red de macrocriminalidad que explica su poderío regional tampoco ha sido desmantelada.
Así, los eventos de Cerocahui mostraron que la violencia y la impunidad continúan campeando a sus anchas en México, sobre todo en territorios como la Sierra Tarahumara, zonas en donde las comunidades y los pueblos indígenas resisten el despojo territorial en medio del fuego cruzado generado tanto por agentes estatales como por actores privados.
Pero los hechos tuvieron también implicaciones más profundas. En Chihuahua y en todo el país, el asesinato dentro de un templo de dos ministros de culto que se habían entregado al servicio de los más pobres, seguido de la desaparición de sus cuerpos, hizo sentir que un límite más se había cruzado en la interminable espiral de deshumanización del país.
En ese panorama desolador, sin embargo, los testimonios de vida de Javier y Joaquín, la respuesta de la Compañía de Jesús, la solidaridad de creyentes y no creyentes, la digna resiliencia del pueblo rarámuri, la memoria histórica y la capacidad de generar propuesta desde la indignación, pronto contribuyeron a que poco a poco sobre la desolación se impusiera la esperanza. La certidumbre de que la muerte no tiene la última palabra y de que más temprano que tarde, con el trabajo colectivo de miles de hombres y mujeres de buena fe, terminará la larga noche que la violencia y las violaciones a derechos humanos han traído a México.
Por ello, el Centro Prodh dedica este número de la revista DeFondho a los hechos de Cerocahui, en memoria de Javier y Joaquín y las demás víctimas, para no olvidar y para seguir alimentando esa esperanza.
Con este fin, hemos recuperado aquí textos e intervenciones de quienes prestaron su voz al clamor colectivo que despertaron los hechos. Agradecemos a estos compañeros y colaboradores externos su confianza depositada en el Centro Prodh para la elaboración de este número, especialmente entrañable.
Aqui puedes consultarla: https://centroprodh.org.mx/wp-content/uploads/2023/01/DeFondho20.pdf