Radio Huaya: regresar la voz a la gente 

¡Hay tanto que me gustaría hablar de Huaya! Pero hay que escoger un punto. Una experiencia. Y escogí el inicio del cambio y  de la participación como algo vital.

Javier Diez de Sollano y yo, Aurora Velasco, llegamos a Huayacocotla, Veracruz  invitados por el Pajarito, director de Fomento Cultural y Educativo A.C. en 1977. Los dos éramos exalumnos del ITESO. Llegamos después de un año en Bachajón, Chiapas y dos en Tlahuelilpan Hidalgo.

Paisaje verde, pinos inmensos, ríos, montañas; huertas de ciruelos , duraznos,  manzanos, y peras en flor contra el cielo azul en primavera; humedad, neblina y lluvia en verano; hielo en invierno. Zona campesina e indígena rica en materias primas como el caolín y la madera y desde 1965 con una radio que impartía conocimientos básicos como leer, escribir, sumar… 

Una zona de difícil acceso, incomunicada, aislada y olvidada donde reinaba el cacicazgo, había mucha migración, mucha explotación y  mucha pobreza.

Llegamos en una camioneta donde llevábamos todo lo que teníamos:  un colchón, una mesa, unas sillas, una estufa, unas plantas, dos maletas y un morral lleno de ilusiones y sueños. Queríamos  construir un  mundo de hermanos: «el Reino en la tierra».

Llovía, hacía frío, el camino estaba lleno de lodo, como casi siempre. Nos recibieron Jorge Villalobos, Toño Oseguera, Victor Verdín, Chuche Maldonado y Alberto López Brun.

Nos instalamos con el entusiasmo de los veinte años. Estuvimos ahí trece. Cuando salimos, salimos con dos hijos: Jerónimo de doce años y Santiago de seis; muchos aprendizajes; los corazones llenos de experiencias y algunos agujeros en el alma. Los trece años que vivimos y trabajamos allí,  fueron  muy importante para nosotros en muchos aspectos, positivos y negativos y marcaron nuestras vidas.

Cuando llegamos, radio Huayacocotla había estado funcionando como escuela radiofónica como muchas radios en Latinoamérica, dando conocimientos básicos a personas que no tenían acceso a la escuela. Después de una evaluación a nivel internacional, en 1975 iniciamos una investigación y un contacto intenso con la gente de la zona. Queríamos una radio que respondiera más a sus necesidades; que diera elementos para vivir mejor.  

En el 76 estrenamos proyecto y programación.

Una de las cosas que descubrimos, es que no éramos «la voz de los que no tienen voz». Que la gente sí tenía voz pero que no se le había dado el espacio para hablar, así es que nos propusimos que la radio fuera «la voz de los campesinos». Que fuera la gente misma la que hablara, la que compartiera su experiencia y su sabiduría. 

Iniciamos  la participación haciendo entrevistas.

Esto, en la sala de planeación, se oye fácil pero en la práctica, en el campo, no lo era tanto en ese tiempo.

Salimos, grabadora en mano, con la idea de entrevistar a diferentes personas de las comunidades, para meter las entrevistas en programas y que se fueran oyendo, que se fuera desmitificando la radio, que se fuera propiciando un diálogo entre los habitantes de la región.

Soplaba el viento cuando llegamos. Una casita  de madera, en medio de un campo arado junto a una siembra de maíz. Se escuchaba la música de radio Huaya así es que decidimos probar suerte.

  • ¡Buenos Días! – Gritamos varias veces sin recibir más respuesta que los ladridos de unos perros amenazantes que nos impedían ir más adentro.
  • ¡Buenos Días! –  Gritamos sin perder la esperanza, hasta que de la casita de madera salió una señora con delantal y  un rebozo gris cubriendo su cabeza.
  • ¡Buenos días, señora! Venimos de la radio.
  • Ah-  buenos días.
  • Estamos aquí porque queremos… 

Hicimos una explicación  y terminamos diciendo que queríamos grabar su voz para el programa.

Se puso nerviosa… 

Le enseñamos la grabadora. Le explicamos cómo funcionaba y acercamos el micrófono.

-¿Cuál es su nombre?

Agachó la cabeza y murmuró -Rosa- en un tono casi inaudible.

Para darle confianza, seguimos

–  Doña Rosa, ¿usted vive aquí?

– Sí- contestó mirando fijamente la grabadora.

– Y ¿este maíz es suyo? Preguntamos señalando las milpas .

– Sí 

Como solo teníamos monosílabos, hicimos la siguiente pregunta esperando una plática más larga.

– ¿Nos podría platicar qué hace durante un día?

Entonces  sus ojos empezaron a brincar de nosotros a  la grabadora. Una y otra vez. Luego hizo un intento de sonrisa y un gesto con la mano que  indicaba que no quería seguir.

Recorrimos la cinta. Le pusimos la  grabación para que se oyera. Y lo hizo con cara de asombro primero y luego con cierto orgullo.  

Y seguimos platicando ya sin grabar. 

A la hora de hacer el programa, utilizamos la información que nos dio en la plática y por supuesto subimos el volumen y dimos mucha importancia a las tres palabras que logramos grabar: Rosa, sí y sí.  Y echamos muchas porras a la participación y al escuchar la voz de la gente .

Aprendimos que había que desmitificar la radio,  la grabadora,  los aparatos. Que había que acercar a la gente a ellos.

Que había que ir despacio, sin forzar porque aunque escuchaban y querían a Radio Huaya no  tenían la suficiente confianza para hablar de sus cosas frente a un aparato que luego las repitiera.

Que había que empezar con preguntas cerradas y luego, poco a poco ir haciendo preguntas fáciles, que fueran abiertas y no comprometieran a la gente. Preguntas sencillas que  pudieran  dar pie a un poco más de plática.

Y así empezó un trabajo que fue, poco a poco, tirando barreras, dando confianza,  ampliando los espacios de voces  de la gente hasta lograr programas elaborados 80 por ciento por ellos. Hasta lograr que nos pidieran dejar de grabar cuando iban a dar alguna opinión que no querían que saliera al aire. Y se logró un grupo de locutores y un grupo de corresponsales de la zona, que pudieran hacer grabaciones en el campo.

Esta experiencia fue muy significativa. Nos llevó a encontrar la diferencia entre la teoría y la práctica; a descubrir que los tiempos y los modos de la gente no eran los que esperábamos nosotros; a respetar los tiempos; a trabajar con la gente a partir de sus necesidades, como dijo Freire; a no esperar que la gente se echara rollos concientizadores como los que nosotros esperábamos.

Aprendimos a llevar a la práctica el respeto, a escuchar con interés los temas de la vida diaria;   a preguntar con sencillez, a interesarnos por  las cosas sencillas de una vida tan diferente a la nuestra; a tratar de no imponer sino de acompañar; a vivir con y aprender no solo enseñar. Estas enseñanzas nos han servido para todos los trabajos educativos que hemos emprendido a lo largo de la vida. 

 Lo más importante fue que se vió necesario unir el trabajo de comunicación de Radio Huaya con un trabajo directo, en campo. Promover e Interrelacionar acciones organizativas que buscaran el bien común, con el trabajo de la radio. Que éste proporcionara información útil, que propiciara la reflexión, la valoración de la cultura y el saber local y despertara la conciencia.

La historia y la experiencia de Radio Huayacocotla, fueron el tema de mi tesis profesional en 1982.

Sigue el reto de que las radios estén, realmente, en manos de la comunidad. Que sea ésta la que decida, administre, busque financiamientos… Una enorme utopía de las radios de América Latina afiliadas a Asociación Latinoamericana de Educación y Comunicación Popular (ALER), en donde colaboré como capacitadora durante varios años.

Creo que estos años de trabajo hicieron un gran aporte a la comunicación popular participativa.

Del campo a las ondas sonoras

En radio Huayacocotla, a partir de 1976, fue muy importante la participación de las personas del campo. Una forma muy importante de participación fueron las cartas. Cartas sencillas escritas por gente que apenas sabía leer y escribir. 

Había dos programas muy exitosos que recibían cientos de cartas cada semana: el de complacencias musicales que era un programa donde se dedicaban canciones  por cumpleaños, enamoramiento,  etc. El  encargado de este programa era Raymundo Gómez, muy querido en la comunidad y con una gran voz de locutor. 

El otro programa era La labor, un programa orientado a lograr un mejor aprovechamiento de la tierra;  dar a conocer las costumbres y la experiencia de la gente en el campo y asesorar en el uso de insecticidas y fertilizantes.  El creador y responsable de este espacio era Javier Diez de De Sollano. Este programa se realizaba en base a entrevistas tanto a gente del campo como a técnicos agrícolas, se completaba con información recabada en libros, revistas, la práctica misma y   se daba respuesta a las cartas recibidas.

Adjunto  un par de cartas enviadas a ese programa:

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