José Manuel Camacho Ángeles
Disfruto de mirar por la ventana, ya sea la de casa o la del autobús; a través de ella todo cambia; la luz que deja pasar, el viento que bloquea, el filtro a mi visión y la perspectiva de lo que hay alrededor. Me pregunto si todos ven lo mismo al asomarse por la ventana, la respuesta es: no. Todos los días, las noticias informan sobre problemas económicos, políticos, culturales, ambientales, laborales, académicos, y, la lista continua, no siempre se resuelven. El relato de las preocupaciones por un futuro incierto, lo escucho en la voz de los adultos, en la experiencia que ellos trasmiten a los jóvenes, pero, al igual que cuando otra persona mira por la ventana, estás preocupaciones adquieren una perspectiva diferente, aunque estén en la misma posición.
He crecido, como muchos jóvenes, con la instrucción en valores, destacando el respeto a la diversidad cultural, la empatía y la premisa de ser responsable, honesto, atento, feliz… Sin embargo, desde hace un par de años, las incongruencias sobre la educación que recibo y las acciones de la población adulta se han convertido en un peso extra a mi vida. Constantemente me repiten que mediante la dedicación y el esfuerzo puedo conseguir todo lo que desee, que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos. No obstante, estos derechos difieren durante la toma de decisiones, difícilmente empatan con las necesidades de las generaciones mayores o simplemente se ignoran de forma elegante cuando el problema no afecta a los adultos.
Buscando modelos a seguir sobre la forma en que debo afrontar el presente, deseando respuestas a muchas de mis preguntas, expuse lo que pienso a estás figuras de autoridad llamadas adultos, ¿el resultado? «Ya lo entenderás cuando crezcas, cuando estés en la situación en que yo estoy», o bien, «ya que tengas mi edad, me dirás si piensas igual». Pero mis preocupaciones corresponden al momento actual. Es claro que las personas cambiamos, conforme pasa el tiempo experimentamos y somos capaces de reestructurar nuestras ideas, reafirmándolas o abandonándolas. Los problemas que enfrento (no sólo yo, sino todos los jóvenes), obedecen a un contexto particular, donde las condiciones y necesidades varían, entonces, ¿por qué esperar que los jóvenes actuemos igual a los adultos de hoy?
Por ser joven, hay quiénes sugieren que no tengo claras mis prioridades y se subestima la forma en que visualizo los problemas sociales, incluso me asocian con el romanticismo por un mundo ideal. ¿Cuál es el problema con buscar que mi voz se escuche? ¿Por qué disentir con sus ideas, o propuestas sociales, está mal? ¿Cuándo dejaron de esforzarse por conseguir los valores ideales en la sociedad? Me piden que actúe, que sea el cambio que quiero; se oye bien, es una buena idea, pero en la práctica sus palabras no están acompañadas de acciones. El mundo ideal de un joven es sustituido, mejor dicho, es impuesto por el ideal de los mayores.
Acepto lo que tengo, no necesariamente porque sea lo que quiero, es para sobrevivir. Lo que recibo de las generaciones adultas, es el resultado de sus acciones, de los cambios que ellos implementaron, los problemas que resolvieron y, desde luego, los problemas generados a la par. Es ilógico que no me preocupe por la falta de oportunidades laborales, el acceso a la educación, el derecho al esparcimiento y disfrute de la naturaleza, la seguridad, la violencia, la discriminación…
De esta manera, ante la acumulación de cansancio, de discriminación, de falta de atención nuestros intereses, a las necesidades que tenemos los jóvenes, presentada a través de las manifestaciones, movimientos sociales: marchas, campañas en línea, foros, debates, cartas a las autoridades, etc. ¿Dónde está el gobierno? ¿Dónde están los adultos? En muchos casos, la presencia de las autoridades se observa en la represión con el uso de la violencia, las etiquetas que nos dan, la forma en que nos presentan al resto de la sociedad y es mediante su narración de los acontecimientos que se contribuye a que al joven se le asocie con lo impulsivo, el caos y los disturbios.
Basta con mencionar el dos de octubre, para México, es una fecha inolvidable donde cientos de jóvenes desaparecieron, otros fallecieron bajo circunstancias que no fueron esclarecidas por el gobierno y muchos más resultaron heridos. Tristemente siguen repitiéndose acontecimientos similares, estudiantes que durante un viaje son secuestrados, jóvenes atacados por fuerzas armadas, jóvenes migrantes violentados por autoridades. El simple hecho de ser joven pareciera un riesgo. Ni hablar de la defensa por derechos en torno a la igualdad, al género, a la sexualidad, la educación, la vida digna. Todos estos aspectos demuestran la necesidad de integrar la visión de la juventud en las políticas públicas.
Cada vez que se decide la construcción de nuevas vialidades, los cambios de uso de suelo, la instauración y construcción de parques industriales, fraccionamientos, centros comerciales, la voz juvenil queda relegada. Me preocupa que se piensa en los beneficios inmediatos para un sector y se olvidan de las implicaciones a futuro. A más carreteras, más autos, artículos, a los que un joven promedio no puede acceder con facilidad; las ciudades parecen diseñadas para moverse en vehículos, si usas bicicleta eres un peligro para los conductores, pero… ¿qué sectores de la población pueden acceder a una bicicleta? ¿Se ha pensado que es una necesidad y un derecho contar con ciclovías?
Por otra parte, las viviendas tienen un costo que actualmente los jóvenes no podríamos cubrir, lo que en la generación de nuestros padres se conseguía con esfuerzo, a nosotros nos implica el doble, el triple, o más, ¿alguien lo había pensado? En las ciudades, como si estuvieran escondidas entre las calles, hay casas deterioradas, con ventanas rotas, parece que nadie las habita, ¿no sería posible emplearlas como albergues bajo la supervisión de las autoridades o como estancias para estudiantes con una cuota de recuperación accesible?
Sobre la industria, apreciada inicialmente por las fuentes de trabajo que brinda, y en donde los trabajos en los que la experiencia suele ser prerrequisito si deseas un mejor salario regular o mejor; para los jóvenes es en cambio, un centro donde se obtiene plusvalía de nuestra labor, una labor igual de compleja y demandante que la de aquellos «experimentados en el área», sin embargo, nuestra retribución es menor. El sector juvenil participa en el flujo de la economía y merece que sea representado equitativamente en las decisiones sobre ésta. Pensemos en la reciente pandemia, en la que se evidenció la importancia de los jóvenes en las interacciones sociales y el flujo económico, desde el transporte, las comunicaciones, las entidades educativas, etcétera.
Al vivir los periodos de cuarentena, se incrementó la necesidad de espacios que permitieran expresarse con libertad, lugares donde nos escucharan… Nos dimos cuenta que las diferencias ideológicas y sociales con las que se ha combatido, siguen presentes. En algunos casos estás brechas entre los sectores, se hicieron más grandes, y al mismo tiempo, aprovechando el uso de las tecnologías, algunos conseguimos acercamos de una forma distinta. Podemos estar reunidos, aunque nos separen varios kilómetros. De esta manera procuramos integrarnos, compartir ideas, solucionar los problemas a los que nos enfrentamos y cambiar al mundo.
Esta tarea es difícil, las figuras que deberían inspirarnos con el ejemplo son pocas, esos referentes para los jóvenes están escondidos, ocultos o invisibilizados. Pienso en la naturaleza, en la importancia del cuidado al ambiente. La figura representativa a nivel internacional es una niña sueca, pareciera que ella debe cargar con todo, cuando la responsabilidad directa es de los tomadores de decisiones, los altos mandos y no vemos que ellos se pronuncien al respecto.
Me resulta difícil creer en las figuras públicas, porque no me siento representado por ellas, es curioso que no mantengan una cercanía conmigo ni con mis intereses. Vienen a mi mente las notas de periódicos con la descripción de conflictos, donde los líderes son desaparecidos, los luchadores sociales, esos que por defender santuarios de la mariposa Monarca, por estar en contra de los monocultivos, por cuidar una reserva natural, por objetar a reformas en la ley, son agredidos. También me crítico, hasta dónde puedo intervenir, qué puedo hacer y cambiar, de forma independiente hay límites, pero en comunidad, lo que yo no pueda realizar, alguien más podrá, considero necesario aprender de esta visión durante toda la vida.
Cuando me pregunto acerca del futuro, me preocupa que no tenga un futuro en sí. Mis padres se casaron cuando eran relativamente jóvenes, mis abuelos aún más, y yo, no es que no piense en el matrimonio, sino que pienso en la herencia, pero no se malinterprete, cuando hablo de la herencia me refiero a todo aquello que los adultos, me han dejado, lo que me están dejando: cambios en las leyes laborales, de pensiones, prestaciones, de vivienda, acceso a la salud, áreas naturales, ambientes contaminados, crisis económicas, alimentarias, escasez de agua ante un mal manejo del recurso… No quiero parecer alarmista, tengo muchas preocupaciones y cosas por resolver, algunas de ellas se vienen arrastrando con las acciones de las generaciones pasadas, y siento que no tengo ayuda.
Por la ventana, miro a la calle, desconfío hasta de un anciano pidiendo ayuda, porque una vez un anciano me robó. Cuando salgo, tengo cuidado, observo, busco un espacio para descansar, no lo hay; busco paz en la naturaleza y recuerdo que se la han llevado, la hemos invadido. Mientras camino, me cruzo con personas, algunas de mi edad, si las conozco, saludo, si no las conozco, continúo. Estoy seguro que también tienen cosas por las cuales preocuparse, ¿habrá preocupaciones comunes? Estoy seguro que más personas comparten esta sensación, pero el ciclo se ha repetido a lo largo del tiempo, los sectores dominantes buscan resolver sus problemas, se benefician de sus decisiones, y hacen de la competencia una necesidad.
Ante la idea de competencia, los jóvenes estamos en desventaja, no sólo competimos entre nosotros sino también con los adultos, perdemos la empatía, nos desensibilizamos y terminamos enajenados de los demás: violencia. Eso es la violencia, más allá de aspectos físicos y verbales, la enajenación a la que nos obliga el sistema.
Como joven, ante la indiferencia de la sociedad, me he llegado a sentir apartado, aislado, triste e incomprendido. No me satisface la forma en que funciona el sistema actual. Entonces, quiero un cambio, busco un cambio, insisto con él y comienzo a transformarme, procuro escuchar, reflexionar, discutir con la sociedad, sentirme representado al momento de las decisiones. Explorando alternativas, formas para ser escuchado, me sigo cuestionando.
¿Aún puedo vivir? Me refiero, no sólo a estar ahí, sino a disfrutar de un espacio y una interacción que satisfaga mis necesidades, que contribuya a mi bienestar y felicidad… En un mundo, en una ciudad donde cada vez es más difícil acceder a una vivienda, donde los costos incrementan y la competitividad sube, donde los cambios favorecen a las generaciones arriba, ¿qué puedo hacer y quién puedo ser?
Hay una frase de Salvador Allende, «ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica», que alude al infinito de posibilidades en el cambio que todo joven puede propiciar, para esto, las condiciones están dadas: la perspectiva diferente de lo qué es y puede ser. No apoyamos la violencia, no apoyamos las decisiones unilaterales, no queremos ser discriminados. Las problemáticas actuales son de todos. Ya estamos cansados de que nos ignoren.
Los jóvenes somos más que la premisa de un sector sin experiencia. Somos más que una masa a la cual darle atención en el momento de elegir a los gobernantes. Somos agentes de cambio, queremos revolucionar el mundo. Las marchas que se hacen, los peligros a los que nos exponemos en ellas, el caos que se les atribuye, la repetición de las mismas, son el reflejo de acciones y medidas pendientes por parte de las autoridades, porque durante mucho tiempo se ha obviado la importancia de éste sector.
Apelamos al dialogo, a la empatía, al respeto y honestidad, a todos estos valores que nos han enseñado. Buscamos la congruencia en la vida diaria, queremos aportar a la solución de problemas y a la construcción de una mejor sociedad. Favorecemos la creación de espacios donde podamos escuchar y ser escuchados, donde la revisión de los instrumentos y participación en decisiones de gobernabilidad sean justa. Queremos participar en la construcción directa de nuestro presente y futuro, ir más allá.
No debemos olvidar que los jóvenes somos jóvenes. El potencial que radica en cada uno de nosotros, compensa la experiencia que puede faltarnos, la plasticidad y flexibilidad antes diversas ideas, así como el trabajo colaborativo, nos enriquecen y nos ayudan a crecer. Que no se olvide, los adultos, una vez fueron jóvenes, bajo su propio contexto lucharon por ser escuchados, hoy pueden brindar esa atención, hoy pueden cambiar con nosotros.
Disfruto de mirar por la venta, me gusta apreciar el punto de vista de los que ven a través de ella, no todos vemos y percibimos lo mismo. Es mediante la recopilación de todas las observaciones, que construimos la imagen más clara de lo que hay al otro lado de ella. De la misma forma, la sociedad no puede tener una imagen completa sin la visión y la voz de la juventud.