Palabras vitales, de Margarita Saldaña Mostajo

En este libro reflexivo y comprometido la autora nos sugiere palabras especialmente significativas: humanización, ternura, fraternidad, sosiego, sobriedad, conversión, sinodalidad, humildad, visibilidad. Son palabras hermosas, nada tibias, que provocan una mirada hacia sí.

Durante la lectura de esta obra los lectores se van a encontrar con una visión renovada del Evangelio, con una interpelación a nuestro ser cristiano, con un desafío hacia nuestra postura eclesial y social, con numerosos interrogantes hacia nuestro ser personal e institucional. La mirada desde el Resucitado se percibe a través del texto.

De la mano de Saldaña me surge el deseo de «colaborar en la humanización del mundo y apostar por lo inacabado con una mirada creyente y esperanzada». Esta palabra conecta con la historia de la salvación y del «empeño divino» de acompañar al ser humano. Aquí nos encontramos con María, una «mujer en estado de vigilancia», con la que tanto nos identificamos. En ella y en su confianza se hace posible lo más humano de mí.

Con la palabra ternura me invita a conectar con el papa Francisco y seguirle en ese «sentir en el fondo de la propia entraña el amor gratuito de Dios», en esa «revolución de la ternura» que provoca el acoger a las personas frágiles y descartadas. Ternura de buen pastor, de «Pastor que es manso». Ternura que lleva al amor, que reclama los sentidos: invita a la caricia y al abrazo, a mirar confortando, a recordar el olor del perfume que derrocha la ternura de Betania, a evocar el sabor tierno del pan, el gusto del vino y del agua fresca, que tantas veces encontramos en el Evangelio.

Resuena con energía la llamada a la fraternidad, también apoyada en la propuesta de Francisco, que nos pone en contacto con las heridas que hoy presenta el mundo. La justicia herida en esta sociedad en la que tantas personas viven sin lo mínimo. El cuidado herido que se ve a través de tantas personas «aparcadas» cuando no pueden valerse por sí mismas. La hospitalidad herida allí donde no conseguimos resolver el drama de la inmigración. La fraternidad se nos ofrece como el don que se halla «enraizado en lo más profundo de nuestra condición humana». Es un «puente pascual» que nos invita a construir relaciones con los otros, las otras, y que esas relaciones nos cambien la manera de pensar, nos modelen. La fraternidad es el reto también al que nos enfrentamos en el interior de la Iglesia. «O somos hermanos, o se viene todo abajo», como dice Francisco. La fraternidad auténtica e inclusiva, dice Saldaña, supone que «no hay tiempo para la indiferencia ante el clericalismo o la posición de inferioridad que ocupan en muchos ámbitos las mujeres y los laicos».

Sorprende la palabra sosiego, que pide otro ritmo no sometido a la tiranía del producir y que conecta con Nazaret y el misterio de la encarnación. Anhelamos, con la autora, «un clima sosegado que nos permita vivir en profundidad cada acontecimiento y establecer relaciones de profundidad con cada persona». Y como contrapunto al éxito, concepto en el que hemos sido educados y por el que nos dejamos seducir, Saldaña nos propone sobriedad. Cambiar hábitos, adquirir una nueva libertad, vivir de cara a Dios, aprender a perder. Desde esta necesidad de cambio es fácil encontrarse con la siguiente palabra: conversión. Esta palabra evoca al Dios «paciente e indulgente ante nuestra precariedad». Es así. La llamada de Jesús a la conversión, dice la autora, es «una invitación urgente a cambiar de punto de vista, más que una conversión moral, es una transformación interior», es elegir la vida, la Vida con mayúsculas.

Por fin llegamos a la palabra sinodalidad, que tanto hemos oído en los últimos tiempos, aunque no sé si queremos asumirla en su totalidad. Porque, como dice Margarita, significa «caminar juntos y juntas». Necesitamos contar con el “peso del presente” y la tradición heredada, necesitamos ambas, así como buscar respuestas creativas con otros y otras, de dentro y de fuera de la Iglesia.

Me detengo especialmente en la palabra humildad. Tal vez sea porque es la que más necesito. De esto va el libro, de dejar que resuenen las palabras, a veces manidas. La palabra humildad se refiere a la verdad, y no a falsa modestia. Es muy bonito «rastrear» con la autora la vida cotidiana para buscar elementos que nos pongan en contacto con las palabras. Lo hace durante toda la obra, pero este capítulo es especial. Recordando la vida de Jesús, extrae de los evangelios estos elementos: el censo, el pesebre, los pañales, el calendario, la levadura, la luz y la sal, la moneda, el cántaro, los clavos, el sudario. Desde ellos saltamos a las situaciones de nuestra vida que no controlamos (el censo), los sitios que no nos apetecen (el pesebre), las zonas de sombra que “Dios ama con ternura” (los pañales), la vida entregada y el sometimiento al paso del tiempo (el calendario), la transformación de la realidad sin hacerse notar (la levadura), la llamada a «permitir que la realidad sea percibida» sin que se fijen en nosotros (la sal y la luz), la grandeza de lo pequeño cuando todo es entregado (la moneda), la oportunidad en la expresión de nuestras necesidades (el cántaro), los fracasos que atraviesan nuestra vida (los clavos), la asunción de la dependencia propia de nuestra condición (el sudario).

La última palabra es visibilidad. Se pregunta Saldaña: «¿Hay alguna visibilidad en lo invisible?». Dios trascendente e inmanente. Y dice: «El Dios invisible ha elegido el camino de la revelación que respeta profundamente el límite de la criatura, al mismo tiempo que la invita a descubrir la plenitud original a la que está llamada». Nosotras y nosotros, cristianos, queremos adquirir una visibilidad al modo de Cristo: humilde, audaz, de comunión, de compasión y de conmoción. Dice la autora que es con nuestro «seguimiento frágil y torpe, pero también enamorado», como dejamos ver al Resucitado.

Cada capítulo termina con unas preguntas para la reflexión personal o en grupo, lo que ayuda a seguir ahondando. Dan ganas de sugerir más palabras, «¿cuál será la siguiente?», pregunta Margarita. Las palabras ayudan a interpretar la realidad, son vehículos para encontrar sentido a lo que nos pasa. Son una invitación al diálogo, a la apertura, a la profundización. Ahora nos toca a los lectores tomar la palabra y hacer de la obra, como de la vida, una opción colectiva. Pasan a ser, por fin, palabras vitales.

El libro se puede encontrar en el siguiente link.

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