La oscuridad de Dios. Un comentario a partir de la novela de Javier Sicilia 

Me es difícil iniciar la redacción de estas líneas, las cuales se debaten entre el sentimiento y la reflexión, así como las confrontaciones que suscita la lectura de las novelas de Javier Sicilia. 

Conocí al activista antes de conocer al hombre, y al hombre antes de conocer al escritor. Más que un novelista, Sicilia es un poeta cuya obra ha de ser leída como parte de la tradición mística del cristianismo. Sin embargo, mi deficiencia poética me ha llevado a saber apreciar más su novela, a la cual le dedico este comentario. 

Javier Sicilia, para quien no le conozca, es un escritor, activista y periodista mexicano de alta relevancia en la esfera pública de nuestro herido México. Su principal influencia se encuentra en la mística cristiana, en la obra de Iván Illich y Lanza del Vasto, así como del testimonio de Gandhi, los escritos de Camus y otros. Se le reconoce sobre todo por su obra poética, entre la que resaltan Oro (1990), La presencia desierta (2004), Tríptico del Desierto (2009) y Vestigios (2013). Es además colaborador regular de Proceso y La Jornada, dos importantes instancias del periodismo crítico mexicano. En 2011, mientras se encontraba en un viaje en el extranjero, su hijo Juanelo fue asesinado como otras tantas víctimas de la declarada guerra contra el narcotráfico que inició unos cuantos años antes y que continúa causando estragos. A su regreso a México, el asesinato de su hijo, la incompetencia de las autoridades, el apoyo de sus amigos y el dolor de cuantos se sumaban a su duelo, le llevó paulatinamente a formar el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), el cual significó un parteaguas en la esfera nacional en tanto que fue el primer movimiento que tomó enserio la voz de las víctimas y exigió al gobierno un cambio de estrategia. A diez, casi once, años de aquellos acontecimientos, Sicilia y el MPJD continúan apelando por las víctimas ante la sordera sistemática de un Estado criminal plenamente coludido con el crimen organizado. 

Fue en aquellos años que conocí al activista, que durante mi periodo universitario me animó a salir a las calles exigiendo que el camino para la paz habría que pasar por la justicia. Tiempo después entablamos una amistad, no ya por motivo del MPJD, sino por la Comunidad del Arca, No-Violencia y Espiritualidad fundada por Lanza del Vasto. Después de una amplia conversación que entablamos en Cuernavaca me autografió su última novela, El deshabitado (2016), en la que narra la historia desde aquella llamada que recibió al otro lado del mundo en que le avisaba del asesinato de su hijo, hasta todo lo que se desencadenó después, incluyendo las caravanas por la paz que se llevaron a cabo al sur y al norte del país recogiendo el testimonio de miles de familiares de víctimas y de desaparecidos

Durante el 2021 me dediqué a conseguir sus novelas, las cuales fui leyendo pausadamente. Profundicé un poco en su vida y pensamiento a través de intercambios epistolares a raíz de una investigación que llevé a cabo para escribir mi libro, Convivencialidad y resistencia política desde abajo. La herencia de Iván Illich en México, de próxima aparición. Además de El deshabitado, pude leer, en ese orden, El Bautista (1991), Viajeros en la noche (1999), La confesión. El diario de Esteban Martorus (2009), El fondo de la noche (2012) y El reflejo de lo oscuro (1997). Estas líneas las escribo recién termino el último título. 

La mayor parte de las páginas las leí antes de dormir. En ocasiones, antes de cerrar el libro, la impresión que su prosa me causaba era tan fuerte que le expresaba mis sentimientos a mi compañera. Le contaba algunas escenas o incluso le leía algunos párrafos. Una vez ella me preguntó: “¿por qué escribe Javier sobre eso?”. Pues bien, ahora me dispongo a expresar un poco mi comentario y reflexión respecto a “eso” a lo que aludía mi compañera. 

El Bautista es una novela, a todas luces inspirada en el Judas de Lanza del Vasto, que narra la historia y el proceso interior de Juan el Bautista. Sicilia lo presenta como un elegido de Dios que presentó rebeldía pero que, después de aceptar su misión a través de una serie de pruebas, encuentros con Dios, con Jesús, con la injusticia que vivía su pueblo y de su propia noche y sufrimiento, es decapitado en el palacio de Herodes según la historia que ya conocemos. Las últimas palabras de esta novela son: “Escuchó un chirrido, vio un filo de plata que rasgaba el aire y sintió el golpe seco sobre su cuello.” 

En Viajeros en la noche, novela inspirada en la vida de Charles de Foucauld y sus experiencias en África del norte, las últimas palabras son las siguientes: “No hay nada. Sólo la herida de Dios y el lento desvanecimiento de su cuerpo desconocido, despojado de todo, cubierto de sangre, violenta y dolorosamente asesinado.” 

La confesión, si bien se trata de un libro escrito por otra persona y editado, completado y retocado por Sicilia, no termina de forma muy distinta, a saber, con un sacerdote atormentado por el dolor humano que muere en condiciones desoladoras: “De pronto, la voz apagada del padre volvió a resonar en una plegaria, en la que creí reconocer un poema de Francis James, una plegaria que dulcemente se apagó con un suave y alegre suspiro…”. 

El fondo de la noche narra la historia de Maximiliano Kolbe, aquel franciscano que en Auschwitz ofrece su vida en lugar de la de otro prisionero. Ya casi al final, Sicilia ofrece la siguiente descripción de la muerte de Kolbe después de varios días encerrado a la espera de que muriera de inanición. Como no sucedía y era el último que quedaba, los nazis tuvieron que tomar otras medidas: “Sin mirarlo a los ojos ni revisarlo como lo hacía siempre con los prisioneros, Bock se inclinó a su lado, abrió su maletín, sacó una jeringa con ácido carbónico y extendiéndole el brazo izquierdo se la encajó. El rostro de Kolbe se contrajo en una leve mueca y lanzando un imperceptible suspiro quedó con la mirada abierta, inmóvil, vacía.” 

Finalmente, El reflejo de lo oscuro cuenta el proceso que vivió el joven Jacques Fesch después de que matara a un policía en su afán por conseguir dinero para comprarse un velero y viajar por los mares del sur. El Estado francés lo condenó a morir guillotinado debido a la presión por parte de los sindicatos policiales y el miedo al conflicto argelino. Fesch experimentó una profunda conversión que le llevó a entregarse totalmente a Dios. Después de una magnífica reconstrucción del proceso interior de Fesch, así como también expresó con nitidez los vaivenes espirituales de Kolbe, Martorus, Foucauld o el Bautista, Sicilia termina la novela de la siguiente manera: “Los guardas lo levantaron, lo tendieron sobre la plancha, colocaron su cabeza en el agujero, y un golpe seco y sordo puntuó el silencio como un reflejo de lo oscuro.” 

Difícil no reconocer la constante: hombres atormentados por lo humano en sus derroteros más oscuros y violentos, el sinsentido absurdo que desfigura toda caricatura de Dios y nos enfrenta cara a cara a un Misterio ante el cual solo cabe rendirse. Sicilia rescata testigos del misterio del mal, pero también de respuestas totales ante su sinsentido. ¿Nos dice esto algo del escritor? Él mismo reconoce la dimensión autobiográfica de sus novelas: 

“En mi caso, lo que desde niño padecí en la visión -el misterio del mal y la luz del misterio de la encarnación y la resurrección- y he tratado de dar forma en la escritura, me ha encarnado de forma espantosa en mi presente: la visión se ha hecho forma en mi carne. Cuando miro mi obra desde este presente, cuando desde allí veo la visión que me ha acompañado desde la infancia, el terror me invade.” 

Estas palabras las escribió en el prólogo a El fondo de la noche, escrito en octubre del 2011, unos meses después del asesinato de su hijo. Su elección de personajes no es pues azarosa. Existe algo en lo hondo de su experiencia que le lleva a transmitir eso que incluso él mismo ha vivido en carne propia. Esta dimensión apofática y oscura, de ausencia divina, le ha sido propia a la mística cristiana desde que crucificaron a Jesús de Nazaret y el misterio se desveló como aquel que se manifiesta en el silencio más crudo y temible de Dios. Esta es, sin embargo, una dimensión que, para la sensibilidad espiritual contemporánea, sea o no cristiana, le es difícil tragar. 

Sin lugar a duda los abusos de ciertas teologías del castigo y del pecado han hecho que repudiemos cualquier cosa que en el cristianismo suene a sufrimiento. Hoy por hoy ya no soportamos aquellas narrativas que en siglos pasados habían servido para convertir y controlar a través del miedo. Aún así, no hay que tirar al niño con todo y el agua sucia. Existe, por lo menos en la mística cristiana, la pedagogía de ese silencio de Dios que llega hasta el extremo de experimentarse tal y como Sicilia lo cuenta a través de las historias de estos hombres. 

Recuerdo en una ocasión un diálogo interreligioso en el que un jesuita nos decía: “No podemos olvidar que en la historia del cristianismo hubo un asesinato”. Esto lo decía en medio de una discusión en torno a cierta estética lúgubre y sombría -por lo menos para la sensibilidad espiritual actual- presente en algunos templos católicos. Lo cierto es que hoy seguimos tan escandalizados de la cruz como lo estaban hace dos mil años. Seguimos prefiriendo una espiritualidad edulcorada, aliada a la actual cultura del wellness, con miedo a mirar el horror de frente y debatirse por la presencia de Dios en dichos acontecimientos. Si con justa razón hemos criticado los excesos doloristas del cristianismo, quizás valdría la pena preguntarse si no estamos volteando la cara al crucificado y la exigencia que este plantea, así como su misterio. 

Por otro lado, reflexionemos en torno al final del evangelio de Marcos, el más antiguo de los canónicos. Sabemos que dicho evangelio finalizaba originalmente con la tumba vacía y que los relatos de la resurrección le fueron añadidos posteriormente. Sin duda la experiencia cristiana se quedaría incompleta sin la resurrección, pero más aún sin la cruz y la tumba vacía. Simone Weil decía que la cruz le bastaba. Me parece que las novelas de Javier Sicilia, por lo menos aquellas que he comentado en este artículo, son una invitación a volver la mirada a esa dimensión oscura de Dios que tanto tememos. Según el testimonio de los protagonistas de estas novelas, así como el del autor y otros tantos cristianos y cristianas, este silencio -curiosamente- lleva a una vida de entrega ahí donde el absurdo del mal se manifiesta más crudamente. Pareciera, como lo han atestiguado muchas voces, que donde más huele a carne humana Dios se hace más presente, pero escondiéndose. No por nada Sicilia y estos protagonistas aparecen comprometidos con las víctimas, ahí donde ese misterio del mal deja caer todo su peso con más fuerza. De nuevo, esta experiencia, así como la de la tumba vacía, en su silencio desgarrador detona la acción y las palabras más elocuentes. 


La versión orginal de este texto se publicó en Crisianismo y Justicia

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