El simbolismo de la naturaleza está presente en todo el Cantar, especialmente visto en relación con el amado y la amada.
Una naturaleza primaveral, de jardines en flor, sirve de fondo al desarrollo del amor de los dos. En el simbolismo de la naturaleza leemos no sólo un valor poético, sino teológico, y más si está inscrito en su contexto bíblico. La belleza del cuerpo del amado o de la amada está integrada en una belleza más grande: la de La Creación. Tampoco faltan las tinieblas, como en la creación: los momentos negativos del amor son subrayados por la noche (en los dos «nocturnos»: Cant 3,1–4 y 5,2–8).
El gozo del amor sintetiza los deleites, sobre todo, aromas y sabores: bosques y jardines, vides e higueras en flor, aromas elaborados de mirra e incienso.
Pareciera que toda la naturaleza fuera convocada, y acudiera al llamado, en una atmósfera primaveral, entusiasta y feliz. Los animales mismos parecen invitados a tomar parte en ese clima de gozo con el hombre, como en un «paraíso» terrestre (4,13). Las esencias aromáticas contribuyen a aumentar la sensación de bienestar. La corporeidad humana se presenta con toda su fuerza y esplendor. El Cantar es un verdadero árbol simbólico, que parece convocar las maravillas del mundo y ofrecer la alegría de vivir.
La desnudez
La desnudez en el librorecuerda la del Génesis 2,18–21: «estaban desnudos, pero no sentían vergüenza». Está presente en el Cantar, pero no se exhibe nunca como pornografía. En el poema tiene un valor utópico: la pareja vive su relación en una dimensión paradisíaca. «La desnudez tiene, en Cantar —escribe Secondo G. Barbiero en Il Cantico dei Cantici— la misma función que en Gen 2,25: expresa la utopía de un encuentro sin velos y sin máscaras, en la inmediatez y en la vulnerabilidad de una relación auténticamente humana». Se trata de una desnudez real —especialmente la desnudez de ella—, que debió parecer escandalosa a muchos desde que fue escrito. Los dos amantes pueden verse el uno al otro «sin vergüenza», como la pareja del Edén, porque se trata de un amor puro, del que están ausentes el egoísmo y la posesión.
La desnudez de los amantes de este poema bíblico adquiere un valor ejemplar para toda pareja que vive una relación de amor. En su amor recíproco, acoger la desnudez del otro significa regresar a la humanidad de los orígenes, como había sido pensada por Dios. Al contemplarse en su desnudez la pareja celebra la belleza de la creación. Así, el lenguaje del cuerpo se convierte en el lenguaje del amor. La corporeidad, en su dimensión creacional y teológica, se convierte recíprocamente en instrumento de revelación. Por eso, el amor es alegría y fiesta, el sexo es satisfactorio, y no se ve como pecaminoso. El Cantar es una proclamación de la libertad del amor, no del amor libre.
La tierra de Israel
A través de referencias geográficas, la tierra de Israel está muy presente en el Cantar, referencias en relación con la figura del amado o de la amada. La naturaleza, como se presenta, libre, espontánea, fascinante, contribuye a resaltar la dimensión del amor. En cambio, como contraste, las referencias a la ciudad subrayan las dificultades que el amor debe enfrentar. El amor humano, de apariencia sólo terrenal y carnal, y la fuerte carga erótica del texto, llevan a pensar no sólo en la belleza de la creación, sino también en la geografía y en la historia de la tierra de Israel. El amor humano, inscrito en la tierra prometida, se convierte en el signo del cumplimiento de las promesas divinas para Israel. Así, el amor de los protagonistas de este poema, como el de toda pareja de enamorados, hace presente a Israel en el amor de Dios por su pueblo.
La palabra
La palabra tiene gran relevancia en el encuentro creado por el amor. El Cantar crea un diálogo de amor. Las metáforas creadas para hablar de «Ella» («jardín cerrado», «fuente sellada») evocan el misterio de la alteridad del personaje femenino: ninguno es «dueño» o patrón del otro. Al final, el amor consiente la alteridad del otro. Es un movimiento de trascendencia e inmanencia, de búsqueda y pérdida, que recuerda al hombre cómo es su relación con Dios. La dimensión es dialéctica, un alternarse la naturaleza y la ciudad. El Cantar enseña que el amor es ley a sí mismo, es fuente de alegría y de fiesta. El amor, en este poema, es único y exclusivo, como es el Dios de Israel.
El autor
No sabemos quién compuso esta joya literaria, ni cuándo. Pero tal vez no sea tan trascendente. Lo que sí importa, en cambio, es que haya sido recibido en el canon (que forme parte de la Biblia, para nosotros, palabra de Dios).
Simbología cósmica
Nos sale al encuentro también la simbología cósmica. El cuerpo del mundo florece y brilla cuando el cuerpo del hombre florece y brilla por amor. Sobre el jardín del Cantar brilla el sol y se refleja la luna. Contemplamos la sucesión de los amaneceres y las noches, el descenso de las sombras, sentimos el soplo del aquilón y el austro, la brisa, las lluvias, el rocío. El invierno queda sólo como un breve recuerdo, porque todo está envuelto de la calidez de la primavera. En la poesía de los enamorados, el amor y la primavera son un binomio constante.
Un equilibrio entre luz y oscuridad inspira el itinerario interior de los dos enamorados. En la meta final, queda un solo polo: el de la luz, de la esperanza y del amor.
Conclusión
El Cantar nos inspira a nosotros, creyentes, una relación más relajada con la dimensión sexual y erótica de la vida, porque reconoce que también el principio del placer es don de Dios creador. Esta visión optimista ayuda a vivir la sexualidad sin angustia, sin falsos pudores o silencios, sin mortificaciones ni mistificaciones ni imaginaciones espiritualistas e irreales. Aprendemos a distinguir la pureza del amor de la pérdida de control, de la sumisión, de la violencia, de la brutalidad de una mera «ejecución biológica». Nos pone delante una utopía: la de una humanidad liberada, hacia la cual queremos tender, como hombres y como creyentes, donde se muestre la armonía del eros con el agape, o sea, del placer con el amor.
El amor del Cantar se nos presenta como el ámbito en el que sucede la fusión de eros y ágape en la plenitud del encuentro entre dos personas. La donación del amor es la conquista de la más grande riqueza, así como el egoísmo es pobreza y miseria.
Una buena conclusión puede ser recordar la frase inaudita de la Primera Carta de san Juan, que nadie se había atrevido a formular, y que no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia, una verdad que rebasa el horizonte humano: «Dios es amor»(1Jn 4,8.16). Que este Dios, que vio que todo lo que había hecho «estaba bien», nos ayude a crecer en la dimensión que nos asemeja a Él: el amor.
Imagen de portada: mariavs-Cathopic