Varias veces cada mes, durante 2012, nos solíamos reunir el biblista evangélico Marcelo Figueroa, el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, y quien escribe estas líneas. El lugar del encuentro era en un estudio de grabación del Arzobispado que había creado un canal televisivo por iniciativa de Bergoglio. El programa se llamaba: Biblia, diálogo viviente.
Cada grabación era una experiencia existencial en sí misma. Al concluir cada sesión teníamos una breve conversación para decidir la fecha del próximo encuentro y las cuestiones a tratar. Proponíamos temas y la percepción inmediata de aquello que podríamos transmitir nos permitía responder instantáneamente. Los tres estábamos en la misma línea y con el desafío de brindar un mensaje claro a toda la sociedad argentina, un mensaje desde la fe de cada uno, que sirviera como disparador de ideas y reflexiones para todos, como también de bálsamo para las inquietudes y angustias de muchos.
No preparábamos ningún libreto, ni siquiera un diagrama de lo que íbamos a exponer, dejábamos que el diálogo fluyera. Figueroa abría el programa al presentar el tema y sus fuentes en la Biblia. Solía seguir yo, que introducía nuevas fuentes bíblicas y talmúdicas; finalmente hablaba el entonces cardenal Bergoglio, quien añadía y comentaba nuevas fuentes cristianas. Las citas eran acompañadas de comentarios acerca de cómo se proyectaban los temas tratados en nuestras vidas, en el presente. Cada uno de nosotros se concentraba en los conceptos vertidos por el otro, en expresarse con la máxima claridad al hacer comentarios que transmitieran un mensaje relevante para todos aquellos que pudieran escucharnos y vernos. Nunca regrabamos un programa ni modificamos sus partes.
En distintos ámbitos, la gente que había visto el programa se acercaba a mí para comentarme sobre él. La mayoría solía decirme que no mantenía ninguna tradición religiosa y que tenía una visión agnóstica o atea de la existencia, pero que el programa «le hacía bien». Aquella era precisamente la intención de nuestras conversaciones, llegar a todos, crear inquietudes espirituales, más allá de la afiliación religiosa.
«Después de siglos de conflictos religiosos que en ocasiones llevaron al odio y la violencia, el entonces cardenal de una de las ciudades católicas más importantes del mundo conversaba con un rabino en un diálogo conducido por un evangélico».
Argentina es un país en donde el desarrollo de una realidad dialogal ha faltado tanto en su historia como en su presente, por eso el programa servía también para mostrar que el diálogo era posible. Nunca interrumpimos al otro. Aun en temas en los que disentíamos, cada uno trataba de interpretar a su interlocutor y respetar las razones que exponía. Después de siglos de conflictos religiosos que en ocasiones llevaron al odio y la violencia, el entonces cardenal de una de las ciudades católicas más importantes del mundo conversaba con un rabino en un diálogo conducido por un evangélico.
En 2013, a principios de febrero, realizamos la última grabación antes de las vacaciones de los tres; al finalizar acordamos la fecha para nuestra próxima reunión, además del tema a tratar: La amistad. Fue la última vez que estuvimos juntos en Buenos Aires. Unos días después, Benedicto XVI dimitió y se convocó un cónclave para elegir a un nuevo papa.
De los múltiples diálogos que tuvimos previamente, conocía la visión que Bergoglio tenía sobre la misión de la Iglesia. Esto es, que sus pastores debían salir a buscar al rebaño y no permanecer impávidos en sus centros de oración, además de priorizar la humildad, la honradez y la rectitud al proceder. En los últimos tres años habíamos pasado muchos momentos en los cuales cada uno aprendió a conocer en profundidad al otro. Primero, cuando escribimos Sobre el cielo y la tierra, después al grabar los programas de televisión, amén de encuentros privados. Todo creó un hondo sentimiento de amistad entre nosotros.
Gracias al conocimiento que tenía de Jorge Mario entendía entonces que Bergoglio era una muy buena opción para liderar la Iglesia en aquel difícil momento de su historia. Dios dispuso que fuese electo papa.
Me cuestionaba entonces: ¿qué pasaría con nuestra amistad? ¿Acaso el líder de 1,200 millones de fieles recordaría a su amigo? La respuesta no se hizo esperar. En la víspera de su coronación recibí su llamado en mi celular. Después de mis exclamaciones de emoción y alegría, él me dijo: «Me retuvieron en Roma, y no me dejan volver». Más allá de esta broma, sus palabras reflejaban su sentimiento más profundo: el haber dejado a muchos de sus afectos en Argentina. Al finalizar la conversación me pasó su dirección de email para permanecer en contacto.
En junio de 2013 nos encontramos por primera vez cara a cara en el Vaticano. Era el mismo amigo, sin una pizca de arrogancia ni una manifestación de la más mínima soberbia. Empezamos entonces a enhebrar nuevos sueños.
«Gracias al conocimiento que tenía de Jorge Mario entendía entonces que Bergoglio era una muy buena opción para liderar la Iglesia en aquel difícil momento de su historia. Dios dispuso que fuese electo papa».
Dios quiso que el programa televisivo que íbamos a grabar sobre la amistad se manifestara en nuestras vidas con innumerables gestos entre nosotros hasta el presente. Esperamos que con la bendición del Eterno se siga manifestando por muchos años más.