En estos días —como el algoritmo de algunas redes ya sabe que leo sobre teología y mujeres— encontré una noticia que de primera quise celebrar, pero luego, leyendo bien, el argumento no ayudó mucho a sostener mi deseo de celebración.
La nota que, además de aparecer en Forbes —desconozco qué tengan qué ver las finanzas con la Iglesia—, tiene como título: «Papa Francisco afirma que ha sido un pecado ‘masculinizar’ la Iglesia». Lo cual, aunque la palabra pecado debería problematizarse, me parece que haber masculinizado la Iglesia sí ha sido un error histórico y una deuda con el trabajo teológico y filosófico que las mujeres podríamos haber aportado al catolicismo.
Con lo que no estoy de acuerdo es con la argumentación que hace el papa Francisco sobre el tema. En primer lugar, no necesariamente hay diferencias entre la elaboración teológica de una mujer y de un hombre en sí mismas. Lo que sí ha sucedido es que, para elaborar una respuesta a lo que han construido los hombres jerarcas dentro de la estructura eclesial católica, las mujeres deberíamos haber podido tener acceso a todos los documentos canónicos (algunos no disponibles públicamente), a la preparación académica y teológica necesaria, a la elaboración de escritos teologales validados por la Iglesia y a ser tomadas en cuenta al igual que a los hombres.
En este sentido, no es por género, sino por la falta de oportunidades para poder expresar abierta y libremente nuestras ideas y que se les reconozca el mismo valor que a las de cualquier otra persona. Hay diferencias, sí. Como ya abordé en la columna sobre ecofeminismo y teología, somos las mujeres quienes hemos tenido la tarea histórica de sostener la vida. Quizás quiso decir que necesitamos de la diversidad de pensamiento que aportan las mujeres y otres.
El segundo argumento me parece aún más problemático: «Hay algo que no me gusta de vosotros y perdonad mi sinceridad. Una, dos, tres, cuatro mujeres: ¡pobres mujeres! ¡Están solas! Ah, perdón, cinco. ¡En esto debemos avanzar!», ha dicho el papa Francisco según recoge la nota de Forbes.
Aunque le agradecemos su intención de que se integren mujeres al Sínodo —y no sea sólo un llamado emotivo, sino una deuda histórica y de carácter urgente— no es porque las mujeres estemos solas, sino todo lo contrario, creo que se están dando cuenta de que, al no integrar a las mujeres, a las personas diversas, a las infancias, a los no creyentes y un largo etcétera, los que se quedan solos son ustedes, respetables clérigos, y no al revés.
Sé que se refiere a que están ‘solas’ en el Síndodo. Lo que la realidad muestra es que —en menos de un siglo, sólo en México—el número de feligreses de la Iglesia Católica disminuyó casi en 25%; las deserciones al interior de la vida religiosa aumentaron y los cuestionamientos sobre la sexualidad —en el sentido amplio de la palabra— y sobre los abusos sexuales han sido una constante entre el final del siglo pasado y el presente.
Hay mujeres teólogas cuyas aportaciones bien podrían ser discutidas en el Sínodo: Teresa Forcades, Marcela Althaus Reid, Isabel Corpas de Posada, Mary Judith Ress, Marilú Rojas y muchas más (sólo estoy mencionando a las que he citado previamente). Incluso, con un diálogo interreligioso, decolonial e incluyente: a Nancy Cardoso (metodista), Margarita Sánchez de León (cristiana y queer) o Silvia Regina de Lima Silva (teóloga de la decolonialidad) y otro largo etcétera.
Esto, sin contar aquellos conocimientos, herencias y prácticas religiosas que no son androcéntricas y que han sido desestimadas a lo largo de la historia, no sólo por la Iglesia, sino por la ciencia —que, dicho sea de paso, tuvieron una relación estrecha durante varios siglos—, tachadas de hechicería, conocimientos del inframundo, brujería, entre muchas otras formas de desestimar todo aquello que estuviera relacionado con lo femenino, lo diverso o lo alterno.
Por ejemplo, la herencia de Isis —nos guste o no— impregnó a Roma y en lo sucesivo a la Iglesia Católica; la Coatlicue o Tonantzin, cuyo fundamento influenció la configuración de una imagen como la Virgen de Guadalupe, o las que, de plano, fueron borradas de la historia oficial: Lilith, Safo, Artemisa, Atenea, Afrodita, en Occidente; Ixchel, Xochitquetzal, Itzpapaloátl en Mesoamérica; Shakti, Kali, Rati o Krishna en la India; Quan Yin o Changué en China o Japón; Pele o Hina en Oceanía.
Hay muchas más, pero menciono sólo las deidades sobre las que hablaré en las siguientes entregas, justamente porque existe una deuda histórica sobre ese fuego del conocimiento que fue apagado, sofocado, asfixiado de la historia de la Espiritualidad en la actualidad.
Entonces no, las mujeres no estamos solas, papa Francisco, más bien, si la Iglesia no se abre a nuevas formas de conocimiento, lo que sucederá será lo contrario.
Imagen de portada: Depositphotos
6 respuestas
Felicidades por el valor de responder, por el contenido de la respuesta y por demostrar que las mujeres pensamos, sentimos y estamos aquí
¡Gracias Carmen por leer y responder! Estamos…
Muchas gracias por compartir un tema de interés, las mujeres estamos acompañadas y acompañamos.
Gracias por el acompañamiento y por leer.
Me parece un excelente artículo con muy buena argumentación y con un imprescindible tema que retomar , ya que han existido muchas mujeres que Hans Kung si hubiese sido papa habría impulsado , este teólogo alemán vanguardista hablaba de que ya las mujeres pudieran acceder al sacerdocio y me parece que hablar de este tema en una universidad jesuita es muy importante y vital para que la iglesia retome un camino de equidad que la iglesia no ha permitido , baste decir que Sor Juana habría sido una brillante teóloga y habrá muchas más, gracias por tu artículo .
Xóchitl, gracias por tu comentario. Ojalá ya pudiéramos hablar de las sacerdotisas. Sin duda, es un tema importante en todas las universidades desde muchos puntos de vista, eso es lo que enriquece. Sor Juana y muchas otras religiosas han realizado grandes aportaciones, habrá que leerlas más.