Al inicio de mis veintitantos trabajé como valet parking en un restaurante de moda en la ciudad de Guadalajara. Allí, en la calle, conocí a mi amigo el Rol, un joven que vivía y trabajaba en la calle lavando autos y haciendo mandados. Siempre con un espíritu libre, lo mismo le daba dormir en una banqueta, en un balcón o en una jardinera. El Rol es un sabio de banqueta: sin palabras rebuscadas, lanzaba parábolas callejeras para explicar, con profundidad, su punto de vista sobre cualquier pregunta existencial, moral o hasta metafísica.
Si hoy me encontrara con el Rol en la calle me daría un inmenso gusto saludarlo. Y cuando me preguntara qué he hecho estos años le diría que hace algún tiempo entré a la Compañía de Jesús. Seguramente me preguntaría qué es eso de la Compañía de Jesús. Podría contestarle que es una orden religiosa fundada por san Ignacio de Loyola en 1540, etc. Esa respuesta le sonaría lejana, porque el Rol nunca ha sido practicante de ninguna religión.
Entonces cambiaría mi manera de responder. Sabiendo que el Rol es demasiado inteligente y tiene una sensibilidad muy profunda, buscaría darle una respuesta verdaderamente significativa usando alguna parábola callejera, como las que él lanza cuando quiere compartir algo importante de forma seria, profunda y accesible.
Sabiendo que las parábolas están llenas de simbolismos, y que los símbolos expresan mucho sin agotarlo todo, le diría al Rol que la Compañía de Jesús es como un «barrio mundial». Con su gente variada, sus patios comunes, sus fiestas y sus discusiones. Un barrio donde hay hermanos de todos lados del mundo, con quienes compartes muchas cosas, y otros con quienes no coincides tanto. Algunos sabios, otros locos, algunos santos y otros que apenas sobreviven. Algunos que te inspiran y te acompañan aunque ya no estén físicamente, y otros que hoy están contigo en lo cotidiano, en lo más difícil, en lo más bello.
Un barrio que no siempre es ordenado ni ideal, pero donde sabes que tienes carnales. Gente con la que cuentas. Que te confronta y te rescata. Que te orienta y te impulsa. Con quienes, incluso sin estar de acuerdo en todo, compartes una misma llama. Un deseo de ayudar a la gente.
Como al Rol le gusta nadar en lo profundo, estoy seguro de que me pediría que le hablara con más detalle de la esencia de la Compañía de Jesús. Para eso le haría recordar aquella ocasión en la que se fue a probar suerte a Tijuana, la frontera más cruzada del mundo, de la cual guarda una gran cantidad de bellos recuerdos.
Una vez con los recuerdos frescos, le diría al Rol que, en su espíritu, la Compañía de Jesús es como una ciudad fronteriza: llena de mezcla, de cruce, de tensión y de reconciliación. Le diría que la Compañía que yo he ido conociendo y queriendo se hace presente justo donde la vida es más compleja, más inestable, más móvil. Donde nada está fijo del todo: ni las culturas, ni las ideas, ni las costumbres. Donde la gente migra, cambia, busca, se reinventa.
Es ahí, en esa periferia movediza, donde la Compañía respira mejor. Donde es menos seca y más comunidad. Menos serena y más calle. Menos producción en serie y más mestizaje.
Porque Ignacio y sus compañeros también fueron hombres fronterizos: geográfica, social y espiritualmente. No se acomodaron. Se movieron con libertad, buscaron los márgenes, dialogaron con sabios y con sencillos, pisaron tierra sagrada y tierra ajena. Porque sabían que Dios no se deja atrapar en una sola lengua, en un solo dogma, en una sola clase social. Y porque intuyeron que la misión no era llevar algo que se tiene, sino nombrar el espíritu que ya está plenamente en cada rincón de la tierra.
Por lo tanto, la espiritualidad ignaciana, que nos distingue a los jesuitas, es más bien una manera de mirar. Una forma de percibir las fisuras que se esconden entre los muros fronterizos que intentan separar los países del «Norte Global» y el «Sur Global»; las culturas que parecen incompatibles, las religiones enfrentadas, las edades que no dialogan, los saberes que se ignoran, las economías que se aplastan entre sí.
La espiritualidad ignaciana es, en el fondo, un oído fino para captar la voz del Espíritu que llama desde donde nadie lo espera. Una sensibilidad para acomodar, reajustar, mezclar. No se trata de mezclar por mezclar, sino de reconciliar con profundidad. De hacer coincidir lo que nos dijeron que no podía coincidir.
Y, para eso, la Compañía forma un tipo de sujeto que ha sido ejercitado espiritualmente para habitar esos espacios intermedios donde lo diverso se toca, se reajusta y se reacomoda. Insistiría en que el jesuita no es alguien que se disuelve entre lo diverso, sino que, anclado completamente en Cristo, es capaz de percibir las fisuras de las fronteras —geográficas y simbólicas—, y a través de ellas cruzar, escuchar, articular, discernir y construir algo nuevo. Y, así, salvar las almas.
En resumen, le diría al Rol: la Compañía de Jesús es diversa y fraterna. Es mirar a Cristo. Es formación. Es aprender a encontrar las fisuras. Es mezclar, cruzar, tensionar y reconciliar. Es espiritualidad. Es limitada. Es coincidir y no coincidir. Es convicción de que Dios ya está trabajando en el mundo. Es rehacerse constantemente. Es discernimiento permanente. Es vida, como un barrio en la ciudad. Es enigmática, como lo es una ciudad en la frontera. En fin, esto es «algo» de lo que le diría al Rol si me preguntara qué es la Compañía de Jesús.
5 respuestas
Me encantó, esta visión tan sencilla y profunda a la vez. Gracias por ésta reflexión tan fresca.
Me encantó ésta visión de la Compañía: fresca, sencilla y actual. Gracias.
Me parece fabuloso Botis es una reflexión profunda y muy accesible, que nos da una mejor idea de lo que eres. Cuídate muchos éxitos y saludos
Muy bien Vic, esa relación con el «Rol» te dió un paso importante en tu vida y formación, que no sea el único personaje que te inspire en tus actividades.
El barrio mundial es familia!!! Saludos Rabino. gracias por estas palabras tan nuestras y tan tuyas. Que Dios siga iluminando tus pasos en mundos tan distintos.