«El amor nos hace reconocer que Él es el Señor».
Mayo
- Hech 5, 27b–32.40b–41
- Sal 29
- Ap 5, 11–14
- Jn 21, 1–19
§ Nosotros somos testigos, y como muchas personas de nuestra iglesia hoy, después de recibir la Paz del Resucitado anunciamos la obra, la muerte y la resurrección de Jesús–Cristo; anunciamos el Reino de Dios y continuamos siendo testigos en nuestras actividades cotidianas. Así también las primeras comunidades volvieron a «pescar, sembrar, trabajar…», pero con una profunda transformación por la experiencia del encuentro con el Resucitado, pues ahora escuchan su voz «y las redes no se rompen». El Resucitado los alimenta con amor y los transforma en pastores que cuidan y aman «las ovejas» del Señor.
§ Jesús–Cristo al amanecer está parado en la orilla, como «cordero inmolado, pero en pie». A veces nuestros ojos no lo ven, no lo reconocen en la cotidianidad, pero es el amor lo que mueve nuestro corazón y nos ayuda a reconocer al Señor en el desconocido que camina a nuestro lado. El amor nos hace lanzarnos al mar profundo y llegar a Él.
§ En el evangelio de hoy también escuchamos la profesión de amor que hace Pedro a Jesús–Cristo. En ella se corrige la flaqueza de Pedro en el momento de la negación de Jesús. Así, Pedro es convertido por Jesús en un pastor que se guía por el amor a Jesús–Cristo. Esta profesión de amor también puede ser nuestra: «Señor, tú sabes que te amo», pero implica que el Señor nos dará la misión de cuidar a los otros. Porque el amor al Señor se traduce en al amor al prójimo, en el cuidado de los pequeños, empobrecidos, angustiados, excluidos y descartados.
El amor nos ayuda a reconocer a Jesús–Cristo Resucitado y después a hacernos testigos de que la Salvación llegar por las fisuras, en lo pequeño y cotidiano. Pero también amar al Resucitado nos convierte en discípulos–misioneros, por eso nos dice «sígueme».
