«Te alabaré, Señor, eternamente»
JUNIO
Domingo 30
- Sab 1, 13–15; 2, 23–24
- Sal 29
- 2 Cor 8, 7. 9. 13–15
- Mc 5, 21–43
§ Los versículos del Libro de la Sabiduría alcanzan su desvelamiento pleno en los misterios pascuales de la muerte, la pasión y la resurrección de Jesucristo. Por una parte, el Señor Jesús es presentado en los evangelios resucitando a los muertos: a Lázaro, al hijo de una viuda de Naím y a la hija de Jairo, que aparece en el evangelio de este domingo; por otra, su resurrección es la garantía de la fe de que todos, vivos y muertos, algún día resucitaremos a una existencia gloriosa.
§ En la Segunda Carta a los Corintios Pablo ilumina una situación práctica (contribuir con la colecta para ayudar a los cristianos pobres de Jerusalén) con un contenido teológico fundado en Jesucristo. El núcleo del mensaje es que el seguimiento al Señor Jesús se necesita concretar con acciones eficaces de generosidad y en la unidad, en todas sus dimensiones, con el conjunto de la Iglesia, especialmente en la atención a los más pobres.
§ En el Evangelio de Marcos aparecen dos relatos de curación, uno de estos insertado entre el texto del otro. En ambos, los destinatarios de esa curación son mujeres que, de una situación de exclusión religiosa y estigmatización social debido a sus enfermedades (la mujer que por el padecimiento de flujo de sangre la mantenía en constante impureza y la niña por la enfermedad misma y su repentina muerte) pasan, gracias a Jesús, a ser incorporadas a la comunidad, experimentando la salvación.
Con sólo tocar su manto, la mujer que padecía flujo de sangre desde hace doce años quedó sanada, y las palabras de misericordia y maravilla que le dirige Jesús son: «Hija, tu fe te ha curado». En el caso de la resurrección de la hija de Jairo la condición de Jesús también es la fe: «No temas, basta que tengas fe». No basta con que Jesús sea el Salvador, es necesaria nuestra fe en Él para hacer eficaz la salvación que nos trae y ofrece.
