«¡Aclamen al Señor, toda la tierra!»
DICIEMBRE
Domingo 25
La natividad del Señor
- Is 52, 7-10
- Salmo 98(97)
- Heb 1, 1-6
- Jn 1, 1-18
«¡Un niño nos ha nacido!». Uno de carne, como todos los niños, que tendrá que aprender a dar sus pasos para hacerse un ser humano. Si el verbo se hizo carne, tendrá sus caídas, balbuceará antes de hablar, habrá de amar sus intentos y detenerse para decidir lo que más conviene en el proyecto de Dios. En la carne de Jesús, Dios irá haciendo camino, así, al modo humano, paso a paso, porque así puede también invitarnos, conversar con nosotros y construir juntos un hogar que sí sea de los dos, de nosotros y de Dios. Encarnación significa entonces, también, colaboración.
§ Detenerse a contemplar al niño que nace, mirando a las personas y sus trabajos para darle lugar y cuidar su fragilidad, es una invitación a disponernos a también servir, haciendo posibles los cuidados que también en nuestros caminos nos reclama la carne frágil de nuestras hermanas y hermanos, que es carne de Dios.
§ Escuchar a las personas que hablan en torno al niño, es hacer presentes sus esperanzas y sueños. ¿Qué habrá de ser del que hoy nace? ¿Qué mundo quisiéramos construir para él? Junto a las conversaciones más cotidianas, también se van filtrando esas que miran al futuro y donde podemos tejer también nuestras ideas, pensamientos y sueños sobre el mundo que queremos convertir en hogar para todas las personas, hombres y mujeres, y nuestro Dios.
§ Podemos ahora gustar internamente lo que la Carta a los Hebreos nos dice en su entrada: “ahora nos ha hablado por medio de su Hijo”, y en su Hijo, como hermano, como uno más comprometido por hacer del mundo casa, por preparar la mesa donde todas y todos podamos compartir el mismo pan que él también necesita, que él también come. ¡Cuánta confianza del Padre para llamarnos, con su Hijo, hijas e hijos de Dios!
