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Evangelio del domingo 23 de octubre

«El que se hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido»

OCTUBRE

Domingo 23

Domingo mundial de las misiones

  • Eclo 35, 15-17. 20-22
  • Salmo 34(33)
  • Rom 10, 9-18
  • Lc 18, 9-14

La admiración de Jesús por la vuelta de aquel samaritano para agradecer su curación no es búsqueda de reconocimiento para sí, sino una indicación de que es fundamental para nosotros reconocer de dónde nos viene el bien y la salvación. Confundir esa fuente nos puede hacer esclavos de falsos remedios, y por ello, como Naamán, es necesario reconocer que la salvación es un don gratuito de Dios, que no exige a cambio ningún don o sacrificio. Dios es pura libertad y nuestra fidelidad a su persona es camino de aprendizaje para que también nosotros crezcamos en libertad.

§ Israel conoce a un Dios que escucha el gemido de los pobres. No permanece indiferente a su reclamo y, por el contrario, lo convierte en su principal motivo de su trabajo. Es esa indiferencia la que Jesús reclama al fariseo que, viviendo en un mundo donde tanta gente sufre violencia y se siente tan extraviada como para sentir que solo puede sobrevivir si se une a esa violencia, como confiesa el publicano, se siente excluido de todo ese mal y agradecido de que Dios no le haya hecho como los demás. Su ceguera es pensar precisamente en un mundo dividido en buenos y malos, como si no estuviéramos compartiendo un mismo hogar del que nos hacernos cargo juntos, cuidándonos y animándonos unos a otros. Al excluirse, el fariseo persiste en su injusticia; al reconocerse dentro y necesitado de conversión, el publicano nos ha mostrado el camino de justicia que nos abre el Dios que nos escucha.

§ Jesús nos invita a mirar a estos dos hombres que suben al Templo. Para uno, el Templo es el lugar donde celebra que ha vivido sin ensuciarse con la tierra que comparte con sus hermanos. Para otro, es el lugar donde Dios escucha los llantos del mundo, en los que él también ha contribuido, y ahora, en ese lugar santo, también él los puede escuchar.

§ Podemos entonces mirar su corazón: el uno, encerrado en su propia historia, orgulloso de que sea tan distinta de todas las demás; el otro, pidiendo colaborar en una historia nueva, donde se consuelen aquellos llantos, también los que él mismo ha provocado o ayudado a provocar.

§ Nos da, entonces, la oportunidad de sentir también el templo de nuestro corazón. ¿Es lugar de puertas abiertas para dejarnos tocar, incluso para darnos cuenta de que no hemos puesto suficiente oído a los dolores y angustias de los demás?

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