«Señor, date prisa en ayudarme».
Agosto
- Jer 38, 4–6. 8–10
- Sal 39
- Heb 12, 1–4
- Lc 12, 49–53
§ El profeta Jeremías es acusado por sus adversarios y es duramente castigado: «Este hombre debe morir, porque sus discursos desalientan a los combatientes que quedan en esta ciudad». El profeta es un hombre que, llamado por la voz de Dios, capta donde el maligno se enquista y se anida para conducirnos hacia sitios donde la tentación se hace presente con más cinismo. No obstante, el profeta, como Jeremías, incomoda y se granjea enemigos que lo persiguen porque sus palabras adquieren eco en esos combatientes de los poderes de esta tierra.
§ Es la misma invitación que se nos hace en la carta a los hebreos: «Depongamos, pues, toda carga inútil, y en especial las amarras del pecado». Nos invita a seguir los pasos de Jesús, su voz profética que resuena desde Jeremías para liberarnos de aquello que nos detiene a dar la vida por el prójimo, buscar la justicia de Dios y construir un mundo más humano. Como dice la escritura: «Ustedes se enfrentan con el mal».
§ Jesús habla con fuerza y vehemencia en esta ocasión, nos dice: «He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!». Su tono y mirada pareciera la de un profeta, como Jeremías, que enfrenta a los poderes del maligno, crea división y destraba lo pernicioso del mal, inclusive en el interior de la familia. Nos insta a que dejemos que su palabra rompa aquellos núcleos donde el pecado causa estragos, que enfrentemos aquello que no nos animamos a denunciar, o que nos detengamos en aquello que dejamos pasar por no «quedar mal». Su invitación es que el evangelio sea buena noticia liberadora.
Que el Señor nos conceda la gracia y valentía de dejarnos llevar por la voz de Dios hacia sus insospechados caminos de justicia y paz.
