«En Dios sólo descansa el alma mía, de Él espero mi salvación»
NOVIEMBRE
Domingo 12
- Sb 6, 12–16
- Sal 62
- 1 Ts 4, 13–14
- Mt. 25, 1–13
§ En la parábola que narra Jesús se muestran a las vírgenes necias y a las prudentes, que también se les podría entender como las mujeres distraídas y las precavidas, pues algunas de ellas llevan aceite extra para sus lámparas y las otras lo olvidan. Este detalle las posibilita a entrar o no al banquete al momento de la salida de los novios. El Evangelio nos invita a estar preparados, a ser precavidos y a tener una actitud prudente, así como que nuestros afectos se centren en el Señor, libres de toda distracción que pueda engañar nuestros deseos, de manera tal que coloquemos el corazón en algún ídolo deslumbrante, pero fútil y efímero.
§ La parábola hace referencia al banquete que nos espera en el momento de nuestro destino definitivo, lo compara con un festín de bodas inundado de alegría. Sin embargo, para entrar en él resulta necesario estar preparados, con la luz encendida para ver con claridad el camino que hay que atravesar en medio de la noche, que es la vida misma. Para ello, la luz de la sabiduría nos ayudará a distinguir lo que nos conduce a la voluntad de Dios y lo que nos aparta de ella.
§ Por su parte, san Pablo, en la carta a los Tesalonicenses, también hace referencia al momento final de nuestras vidas y nos invita a que no sea motivo de tristeza o desolación, sino que, por el contrario, nos anima a fortalecer la esperanza, pues Cristo, que con su resurrección ha abierto el camino de la vida eterna a todos los que creen en Él.
La fe es una llama que requiere ser alimentada con el aceite de la esperanza, y el amor es la fe la que nos enraíza en Cristo; por ello, es la fe la que nos salva. A su vez, la espera del esposo que se menciona en la parábola ha de ser la de un tiempo para enamorarse más del Señor Jesús, cultivando un conocimiento profundo de Él, para más amarle y mejor seguirle.