Evangelio del domingo 11 de mayo

«Jesús–Cristo nos conduce a las aguas de vida Eterna, donde Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos».

Mayo

  • Hech 13, 14.43–53
  • Sal 99
  • Ap 7,9.14–17
  • Jn 10, 27–30

§ Somos peregrinos que fuimos llamados, y respondimos al adherirnos a Jesús–Cristo en su muerte y Resurrección. Es en el bautismo que morimos en Cristo para resucitar con Él. El mensaje del Buen Pastor resulta precioso y esperanzador para nuestro peregrinar en este mundo que sufre tanto.

§ El texto del apocalipsis no es para tener miedo, al contrario, es un texto para darnos esperanza, pues Dios nos ha salvado con su muerte y resurrección; Jesús–Cristo es lo último y definitivo de Dios. Jesús–Cristo es el Cordero en el que los que viven en tribulación son lavados, y ese Cordero también es el Pastor que nos guía a los manantiales de agua de vida, donde Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos.

§ Cuando nuestros ojos están llenos de lágrimas y no podemos ver a Jesús–Cristo, es cuando la voz de Jesús Resucitado nos conduce. El Señor cuida de su rebaño, de su pueblo; lo guía a las fuentes de agua viva. Él nos lleva a la alegría eterna. El Buen Pastor da la vida por nosotros, su pueblo, y nosotros también aprendemos de Él y comenzamos a compartir nuestra vida con los que sufren.

De allí que nuestra presencia con los que sufren no es un deber, sino un efecto del Amor de Cristo que se convierte en signo profético de que el Buen Pastor no abandona a ninguna de sus ovejas, porque las ama y las quiere salvar, aunque eso implique dar la vida.

Ilustración: ©Tzitzi Santillán

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