El porvenir del hombre, una actualización del legado de Teilhard de Chardin

«Cuando, hace apenas más de un siglo, el hombre descubrió por primera vez el abismo del tiempo hacia atrás y, por tanto, hacia delante de sí mismo, su primera impresión fue una inmensa esperanza: el entusiasmo maravillado ante el progreso que han conocido nuestros padres. Ahora bien, en este momento parece que los vientos han cambiado».

Estas palabras pronunciadas en medio de la Segunda Guerra Mundial por el paleontólogo, filósofo, teólogo y jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin, podrían decirse también hoy, en vista de las guerras de Ucrania y Gaza, del calentamiento antropogénico de nuestro planeta, de la evidencia creciente de la debilidad o el desgaste del modelo democrático, del uso de la religión para legitimar la violencia, y, ante todo, de la persistencia de la pobreza y pobreza extrema de miles de millones de seres humanos a pesar  —¿o a causa de?— tantas décadas y objetivos «de desarrollo». Pues, ¿no contrasta nuestra situación actual con la esperanza generada por el fin de la Guerra Fría hace menos de medio siglo, por los avances en las ciencias naturales, por la promesa de una globalización propagadora de los derechos humanos y una vida digna por doquier?

El contexto

Pierre Teilhard de Chardin estaba muy consciente de lo que decía en la conferencia «El porvenir del hombre, visto por un paleontólogo», pronunciada en mayo de 1941 en la embajada francesa en Pekín, pues forzado por las circunstancias tuvo que pasar los años de la Segunda Guerra Mundial en China, adonde había llegado por primera vez en 1923 y pasado largos años participando y dirigiendo excavaciones destinadas a comprender mejor el surgimiento de la especie humana. Los voluminosos resultados de su trabajo arqueológico eran muy apreciados por la comunidad científica mundial de entonces. Pero no sucedió lo mismo con respecto a sus escritos filosóficos y teológicos, que eran tan mal comprendidos por los censores vaticanos y de su congregación religiosa que ninguno de ellos pudo publicarse durante su vida. Además, fueron la causa de la prohibición repetida de aceptar una cátedra científica en París, de su largo exilio primero en China y, a partir de 1951, en Nueva York, donde murió el Domingo de Pascua de 1955.

Pierre Teilhard de Chardin había nacido en 1891 en la región francesa de Auvernia. Luego de haber pasado por un colegio jesuita había entrado en 1899 a la Compañía de Jesús. Después de los estudios usuales de filosofía y teología y la ordenación sacerdotal había estudiado paleontología en París, actividad interrumpida por la Primera Guerra Mundial. Vivió estos cuatro años (1914–1918) como camillero sanitario en el frente y empezó a anotar las primeras ideas que elaboró posteriormente en obras hoy tan famosas como El fenómeno humano, La visión del pasado, El medio divino, Himno del Universo o Ciencia y Cristo. En todas ellas se hace patente su fascinación por lo maravilloso de la creación divina del cosmos y del ser humano, la que comprende a la luz de las ciencias modernas como en evolución aún en proceso. Pero ya sus primeras clases después de haber obtenido en París el doctorado en 1922 fueron vistas con sospecha por las autoridades eclesiásticas, que finalmente lo obligaron a salir de Europa y le prohibieron publicar sobre temas filosóficos y religiosos, por lo que sus artículos y libros circulaban durante su vida solamente como copias mecanografiadas hechas por sus admiradoras y admiradores. El gran cambio se manifestó poco después de su muerte durante el Segundo Concilio Vaticano (1962–1965), en muchos de cuyos documentos —especialmente en la constitución pastoral Gaudium et Spes— se nota la influencia de la cosmovisión evolucionista universal y crística de Teilhard, que correspondía plenamente y a su vez apoyó el lema del aggiornamento planteado por Juan XXIII para ese evento.

En el breve texto «El porvenir del hombre, visto por un paleontólogo», a cuya lectura invita este comentario, Teilhard se propone combatir la duda pesimista, el escepticismo paralizante y el inmovilismo fatalista causado por la desesperanza en la sociedad y en la Iglesia, que veía sumidas en una crisis civilizatoria profunda. Se resumen en lo que sigue algunas de sus ideas centrales, indicando siempre entre paréntesis el apartado correspondiente del texto en cuestión.

El argumento

Teilhard empieza con recordar que nuestro planeta forma parte de un inmenso universo, donde todo se mueve, pero que «cuanto mayor es una cosa, más lento es su movimiento». (1) La vida en nuestro planeta pertenece a estos «objetos inmensos» y contrasta con la duración de la vida de un ser humano. (2) La paleontología, disciplina especializada en fósiles y vista frecuentemente como curiosidad destinada a la retrospección, nos ayuda a entendernos mejor a lo largo de «una rebanada de pasado de un grosor de unos trescientos millones de años» y a obtener datos objetivos para poder responder la pregunta por la existencia o no de algo que podríamos llamar «progreso». (3) Y sí, la materia, la vida se mueven en determinado sentido, a saber, hacia una creciente «cerebralización» de los organismos hasta llegar a la especie humana dotada de conciencia —observación nada metafísica, sino simplemente científica. (4). Dado que el movimiento cósmico es el movimiento hacia la mayor conciencia, «el hombre ocupa la cima de la curva trazada por la vida». (5)

Los restantes cinco y un poco más extensos apartados están dedicados a analizar la vida humana en sociedad, pues el progreso de la vida animal no se ha detenido con la emergencia del ser humano, sino ha seguido de tal manera que la evolución que produjo la subida de la conciencia tiene ahora sus efectos en la organización, en la que destacan la concentración económica, intelectual y social, siendo esta última caracterizada como «unificación de la masa humana en un conjunto pensante». (6) De lo que se trata ahora es darse cuenta de los millones de años que como especie tenemos todavía por delante, aunque, desde luego, son posibles eventos incontrolables que recuerdan que el futuro no está garantizado. (7) Esta «marcha hacia adelante», cargada cada vez más de libertad, a la que nos llama Teilhard, necesita del cultivo de la esperanza, la cual, empero, «no será operante más que si se expresa en una mayor cohesión y en más solidaridad humana». (9)  Esta cohesión creciente no puede resultar de una «acción externa de coerción», sino de «la fuerza de atracción mutua y profunda», de la creación de «un espíritu común». (9)

«El futuro de la tierra está en nuestras manos. ¿Qué decidiremos?», se pregunta Teilhard al final. Para él, no solamente la visión común y la acción común constituyen la vía para un futuro definible como progreso, sino el «amor mutuo común». Aquí el paleontólogo cristiano encuentra el sentido real del mensaje del Nazareno como «ley estructural esencial de lo que llamamos Progreso y Evolución». (10)

Invitación a la lectura

No puede extrañar que una obra tan original e innovadora como la de Pierre Teilhard de Chardin haya tenido y siga teniendo no solamente admiradores, sino también críticos y detractores. Así, para muchos científicos naturales, la referencia final citada a un imperativo religioso milenario desacredita todo lo explicado anteriormente en esta conferencia, aunque por su contenido no sea rechazable. Al revés, para no pocos cristianos, la aceptable idea de un movimiento universal de cristificación, que Teilhard elabora en muchos otros textos, es rechazada por combinarse con la descripción objetiva y la aceptación del movimiento evolutivo de la materia hacia la vida consciente.

Es lamentable e incluso algo incomprensible que buena parte de su obra filosófica, teológica y espiritual traducida al castellano no se halle actualmente disponible en el mercado. Si bien muchos de sus textos son difíciles de leer, entre otras razones por el vocabulario complejo y en parte creado por Teilhard, y por la referencia constante a fenómenos físicos, astronómicos, biológicos y prehistóricos, cuyos análisis científicos después de más de medio siglo han sufrido algunos cambios, su obra es un genuino intento de entender el cosmos y la vida humana a partir de una combinación de fe cristiana con evidencia científica.

Nuestra pretensión de entender mejor la actual etapa de la globalización que estamos viviendo e incluso sufriendo y que nos muestra la creación como en dolores de parto, puede beneficiarse de la perspectiva esperanzadora de Teilhard, la cual resume en su conferencia de esta manera: «Quería mostrar en estas páginas que, por amargas que hayan sido desde hace algún tiempo nuestras decepciones en lo que concierne a la bondad humana, las razones científicas son más fuertes que nunca para pensar que avanzamos realmente, que podemos avanzar mucho todavía, con tal de que definamos correctamente el sentido de nuestro avance, y de que nos decidamos a emprender el buen camino».                                                                                                                             

Para saber más:

Pierre Teilhard de Chardin, Escritos esenciales (Ursula King, ed. e introd.; Sal Terrae, Santander, 2001, 198 pp.)

Pierre Teilhard de Chardin, El corazón de la materia (Sal Terrae, Santander, 2002, 189 pp.).

Para lo mismo puede verse el número 2015–2 de la revista Voices (Ed. Asociación Ecuménica de Teóloga/os del Tercer Mundo), dedicado a “Teilhard de Chardin hoy, visto desde el Sur”): Disponible en: http://eatwot.net/VOICES/VOICES-2015-2.pdf

Pierre Teilhard de Chardin, “El porvenir del hombre, visto por un paleontólogo”. En: Pierre Teilhard de Chardin, El porvenir del hombre, pp. 81–97. Taurus, Madrid, 1967 (1ª ed. 1962; original francés 1959). Hay ediciones libres en la www, entre ellas: https://www.mercaba.org/ARTICULOS/P/porvenir_del_hombre.htm>.

Un comentario

  1. Excelente la presentación sobre los planteamientos de Teilhard . Sería interesante una platica sobre el tema , pues aunque interesante no es fácil de comprender . Podemos tratar de hacer algo al respecto . Pendiente .

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