Joseph Carver, S.J.
El Examen (Ejercicios Espirituales, 43) y el uso de la imaginación en las Contemplaciones ignacianas (110-114) son dos canales eficaces para cultivar una mayor conciencia de la presencia de Dios en la vida interior. Estas prácticas se basan en cómo experimentamos los movimientos de Dios en nuestros sentimientos, estados de ánimo y deseos, es decir, en nuestra experiencia como seres encarnados. Estas mismas herramientas se pueden utilizar para cultivar una sensibilidad ecológica y una mayor conciencia de la inmanencia de Dios en la naturaleza. Inspirándonos en el Espíritu, el mirar los acontecimientos de nuestra vida y de la Tierra desde una perspectiva ecológica nos mueve a profundizar nuestros compromisos, inspirados a transformar, sanar y recuperar el entorno del que somos parte.
La Creación reexaminada
Usar la técnica del Examen desde una perspectiva ecológica nos permite reflexionar sobre los eventos del día en toda la extensión del mundo. Somos testigos de nuestra relación con la Creación y en ella detectamos la presencia y dirección de Dios. Además, así como el objetivo del Examen es un corazón que discierne, el propósito de un Examen «ecológico» es reconocernos como criaturas en y del mundo: ¿Cómo nos invita Dios personalmente a ver la Creación, y cómo respondemos?
Los cinco pasos del Examen «ecológico» son paralelos a los del tradicional. Comenzamos con una acción de gracias por toda la Creación, que refleja la belleza de Dios. Preguntamos: ¿Dónde fui más consciente de este regalo hoy? En segundo lugar, pedimos que el Espíritu nos abra los ojos para saber cómo podemos proteger y cuidar la Creación. En tercer lugar, revisamos los retos y las alegrías que experimentamos en este cuidado, preguntando: ¿Cómo fui llamado por Dios hoy a través de la Creación? ¿Cómo me invitó a responder a su acción en la Creación? Cuarto, pedimos una conciencia clara de nuestro pecado, ya sea al sentirnos superiores en nuestra relación con lo creado o bien, no dando una respuesta a las necesidades de la Creación. Finalmente, terminamos con pidiendo esperanza para el futuro, pidiendo la gracia de ver al Cristo encarnado en las interconexiones de toda la Creación.
En mi experiencia, la práctica del Examen «ecológico » me ha llevado a una profunda gratitud por los dones de la Creación, especialmente aquellos que de otro modo podrían perderse en un proceso meramente espiritual. Este examen nos enseña que nuestro propósito final, «alabar, reverenciar y servir a Dios» (EE, 23) implica una respuesta ecológica cristiana como parte integral de todo lo que hacemos. De hecho, tal respuesta se convierte en parte de nuestro servicio a los demás y a Dios.
Como el Examen tradicional, el Examen «ecológico » nos lleva a través de tres pasos: conciencia, aprecio y compromiso. La conciencia implica quitarnos lo que nos mantienen enfocados en nuestras propias búsquedas egocéntricas. De esta conciencia surge el aprecio, ya que no podemos apreciar aquello de lo que no somos conscientes o con lo que no tenemos relación. Aprendemos a ver el valor de aquello que antes solo tratamos como objeto, entonces la Creación se convierte en una maestra, más que un oponente a dominar o un recurso para explotar.
Finalmente, el agradecimiento nos lleva a una acción comprometida. Vamos más allá del reciclaje y la reutilización, más allá de la administración hacia la restauración y la renovación. La curación de la Tierra comienza, según Thomas Berry, al vernos a nosotros mismos y a toda la Creación como una comunión de seres en lugar de una colección de objetos.
En el método ignaciano, se nos invita a «entrar» a los Evangelios con todas nuestras facultades, pero la mayoría de las veces nos limitamos a asumir el papel de otro ser humano. Sin embargo, al entrar en la Contemplación ignaciana en roles que no son humanos, no solo aumentamos nuestra sensibilidad frente a la Creación, sino que abrimos nuestro corazón a nuevas intuiciones del Espíritu. Así, se nos invita a entrar en escena como si fuéramos parte del mundo de la naturaleza: por ejemplo las semillas esparcidas sobre un suelo rocoso (Mc, 4, 1-9). Para estas contemplaciones hay cientos de oportunidades en las Escrituras y ellas nos pueden despertar sentimientos de gratitud y obligarnos a actuar en nombre de la Creación.
Cuando nos preguntamos cosas que no imaginamos antes, surgen nuevas percepciones: ¿Podemos ver y sentir cómo el suelo debajo de la cruz fue el primer cáliz en recibir la sangre de Cristo? ¿Cómo se siente la transformación, si nos imaginamos a nosotros mismos como el agua convertida en vino en Caná? Contemplar estas escenas nos otorga un nuevo tipo de humildad reverencial por el don de la Creación.
Hoy, en un mundo que ya no puede sostener las dicotomías del espíritu contra la materia, o la ecología contra la espiritualidad, depende de nosotros, reconciliar este opuesto mal etiquetado, para así, encontrar a Dios en todas las cosas.
Agradecemos al autor su permiso para reproducir este artículo. El texto ha sido adaptado y editado por razones de espacio.