Durante los primeros meses de este año, se experimentó el peor momento de la pandemia del covid-19; se contaban hasta entonces 2 millones y 167 000 casos confirmados de contagio y casi 195 000 defunciones, pero en el escenario nacional hubo además dos aspectos que merecen la pena recuperarse en esta entrega, me refiero a los datos del Censo 2020 y al preámbulo del proceso electoral que comenzó en abril en la mayoría del país.
La nueva fotografía de México
A finales de enero el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) dio a conocer los resultados del Censo 2020, que nos muestran la nueva cara de la población mexicana. Por supuesto que tenemos que analizar estos datos de manera más detallada, pero por razones de espacio, sólo podemos mostrar algunos de los resultados más importantes, que nos permiten entender que el país está cambiando en su estructura demográfica.
En la actualidad la cifra de mexicanas y mexicanos es de un total de 126 millones y 14240, de los cuales el 51.2% son mujeres y el 48.8% varones. En una década la población ha crecido catorce millones. Somos el onceavo país más poblado del mundo. En el 2000, la «edad mediana» (es decir la que se encuentra a la mitad si ordenáramos las edades de todos los habitantes de mayor a menor) era de 22 años. Para 2010 subió a 26 y ahora es de 29 años. Si observamos nuestra pirámide poblacional, podemos notar que en las últimas dos décadas la población ha experimentado un proceso de envejecimiento, es decir, cada vez hay más adultos y menos niños. Chiapas es el estado con más jóvenes en el país, ya que su «edad mediana» es 24 años; mientras que la Ciudad de México es la entidad con más población «vieja», ya que la «edad mediana» de sus habitantes es de 35 años. Por primera vez en la historia del país, el grupo poblacional más grande son las personas que pertenecen al segmento comprendido entre 30 y 59 años.
Las cinco entidades más pobladas son: el Estado de México (16 millones, 992 mil); Ciudad de México (9 millones, 209 mil); Jalisco (8 millones, 348 mil); Veracruz (8 millones, 62 mil); y Puebla (6 millones, 583 mil). Por otro lado, los estados con menor población son: Colima (731 mil); Baja California Sur (798 mil); Campeche (928 mil); Nayarit (un millón 235 mil); y Tlaxcala (un millón, 342 mil).
La población en México está muy concentrada en las grandes ciudades, ya que el 48.4% de los habitantes está ubicado en 145 localidades (de 100 mil personas o más).
La población que habla una lengua indígena es el 6.1% y los estados que reportan mayor cantidad de estos grupos son: Oaxaca (31.2%), Chiapas (28.2%), Yucatán (23.7%), Guerrero (15.5%) e Hidalgo (12.3%). Por otro lado, se contabilizó un 2.0% de afrodescendiente y los estados que más presentan miembros de este segmento son: Guerrero (8.6%), Oaxaca (4.7%), Baja California Sur (3.3%), Yucatán (3.0%) y Quintana Roo (2.8%).
En cuanto a la educación, el promedio de años de escolaridad en la población se ha incrementado en los últimos veinte años. En 2000 el promedio era de un 7.5 de grados cursados, en el 2010 pasó a 8.6 y en 2020 fue de 9.6. Las tres entidades con mayor grado son la Ciudad de México, Nuevo León y Querétaro. Las que tienen el promedio más bajo son: Chiapas, Oaxaca y Guerrero.
En lo referente a la situación conyugal, se resalta que las personas casadas son el 35.4% (en el año 2000 era el 44.5%), los solteros son el 34.2% y los que están en unión libre son el 18.3% (en el año 2000 era el 10.3%). En el aspecto religioso, el número de los católicos disminuyó, ya que ahora son el 77.7%, en contraste con el 82.7% de hace diez años. Los protestantes y evangélicos pasaron del 7.5% en 2010 al 11.2% en 2020. Los que se declaran sin religión pasaron del 4.7% en el 2010 al 8.1% en el año 2020.
Esta es la foto de México: somos más, pero estamos envejeciendo; hay más adultos y menos niños, nos casamos menos, hay más personas en unión libre; somos menos católicos; vivimos concentrados en grandes ciudades y nuestra región del Sur es la que tiene menor nivel de educación en el país.
Algunas reflexiones sobre las campañas electorales
A finales del mes de marzo todos los partidos debieron tener sus candidaturas definidas, tanto para los comicios locales, como para los nacionales. En este proceso, bastante desangelado por cierto, y con poco interés de buena parte de la ciudadanía, fuimos testigos de una serie de candidaturas, que más que llamarnos a la esperanza, nos hicieron pensar en campañas con un muy bajo nivel de discusión. Una vez más las elecciones tuvieron un nulo componente pedagógico para la ciudadanía y más que alentarse la participación de los votantes, se fomentó la abstención electoral, además de que fue más que claro el intento de frustrar los deseos del electorado de tener gobernantes que busquen auténticamente el bienestar de las mayorías y que lo realicen de manera eficaz.
Dentro del proceso electoral enmarcado por la pandemia podemos poner sobre la mesa algunas reflexiones de lo que pasó, antes de comenzar formalmente las campañas. Presento algunos elementos a continuación.
Tanto a nivel local, como en el escenario nacional, aparecieron candidaturas que podemos clasificar como postulaciones de alta rentabilidad en el corto plazo. Todos los partidos presentaron a miembros de la farándula y del mundo deportivo. Esto no es un asunto nuevo, pero a pesar de que las experiencias en otros comicios anteriores, esta «jugada» electoral no ha dado buenos resultados, los partidos políticos han insistido en postular a figuras con una fama derivada de su trabajo como artistas o deportistas, pero con ninguna trayectoria que los involucre realmente en la vida pública. Por supuesto que todas y todos los mexicanos tienen derecho a involucrarse en esta vida pública, es más, es deseable que la participación se incremente. Sin embargo, el problema aparece cuando se rentabiliza la fama de una persona para obtener una ganancia electoral de corto plazo y que en la gran mayoría de las ocasiones no ha generado frutos, incluso dentro del propio ámbito deportivo o cultural, salvo honrosas excepciones.
Otro de los fenómenos en este proceso electoral fue la aparición de lo que podemos catalogar como candidatos reciclados, esto es, personajes que ya tuvieron cargos públicos, y que en algunos casos no dejaron un buen precedente. Estos candida-tos que ya han contendido en campañas anteriores no representan definitivamente ninguna novedad para la vida pública. Lo anterior nos muestra la incapacidad de los partidos políticos de generar nuevos cuadros y dar frescura a sus propuestas. Aunado a esto, pudimos ver que las transferencias de cuadros entre partidos políticos fue un aspecto que estuvo a la orden del día y, paradójicamente, algunos miembros de partidos que antes eran defensores acérrimos de sus institutos políticos, se convirtieron después en sus mayores críti-cos. Es cierto que las y los políticos tienen el derecho, incluso el deber, de abandonar sus partidos cuando sienten que éstos traicionan sus postulados, sin embargo, el fenómeno al que nos enfrentamos fue las transferencias de un partido a otro, todo marcado por un profundo pragmatismo electoral. Se puede observar entonces que los partidos en México hace mucho ya que dejaron de ser espacios donde se elaboran y proponen visiones del mundo, ideas de Nación y donde se construyen propuestas de corto, mediano y largo plazo.
Un ejemplo muy claro es que, después de lo sucedido en 2006, era impensable que el PAN y el PRD pudieran aliarse en una elección federal. Luego de una histórica lucha entre el PAN y el PRI, nadie soñó que estos partidos constituyeran una alianza para un proceso electoral. Después de experiencias como las de varios estados del Sur del país (Tabasco, Guerrero, Chiapas, por citar algunos) nadie creería que el PRI y el PRD fueran juntos en una boleta electoral.
El 2021 llegó con la novedad de que el PRI, el PAN y el PRD formaron coaliciones en 219 de los 300 distritos electorales federales, en donde el PRI eligió al candidato en 72 distritos; el PAN en 72 y el PRD en 70. Morena también fue en alianza con el Partido Verde y con el PT en 151 de los 300 distritos electorales; aunque de facto parece que se sumarían a esta alianza algunos de los nuevos partidos como el PES y el Partido de las Redes Progresistas. En el escenario nacional, el único partido que no fue en alianza con ningún otro instituto fue Movimiento Ciudadano. En los comicios locales de cada entidad tuvimos de todo como en botica, esto es, hubo estados en donde no se hicieron alianzas de ningún tipo y otros con alianzas muy diversas. Desafortunadamente, la composición de éstas dentro de los comicios otorgó al proceso electoral una complejidad poco comprensible y poco grata para las y los ciudadanos.
Un último aspecto por resaltar de los candidatos presentados a contender en los próximos comicios fue que por primera vez en estos tiempos modernos, se presentó como candidato a un puesto de elección popular a un personaje proveniente del alto clero católico. Me refiero a Onésimo Cepeda, obispo emérito de la Diócesis de Ecatepec, quien buscaba ser elegido diputado plurinominal como representante del recientemente creado partido Fuerza por México. Cepeda criticado constantemente por ser parte de la Iglesia de las élites y del poder y una figura más que controversial, mostró en su presentación oficial y a través de un muy florido lenguaje, su deseo de cambiar a México, porque el país «merece algo mejor». Ante la insospechada candidatura del obispo emérito, la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM) informó que Cepeda todavía está sujeto al Derecho Canónico vigente, y por lo tanto, al ser clérigo debería de abstenerse de participar en asociaciones cuya finalidad sea incompatible con las obligaciones propias de su estado, así que no tuvo más remedio que renunciar. Se pueden ofrecer muchas opiniones al respecto de esta candidatura, pero una lectura superficial puede mostrarnos el deseo de reflectores del obispo y la urgencia de partido que lo postuló para hacerse presente en la arena electoral, ya que al ser de nuevo cuño necesitaba llamar la atención de los votantes. El que haya cedido ante tales pretensiones, me parece un grave error del prelado, porque desde mi punto de vista, la adhesión de sacerdotes a partidos políticos no es la forma como la Iglesia debe impulsar la participación política.
Después de todos los altibajos de la elección de candidatos, tuvimos por fin las elecciones intermedias, en donde comúnmente sólo se elige a diputados federales, aunque el parámetro se extendió en 15 estados, en los que hubo elecciones de gobernador y en otros 30 se eligieron además diputados locales.
Si recuperamos la historia de las últimas elecciones intermedias, hemos visto que en los últimos dos procesos han aparecido innovaciones políticas y electorales. Hace doce años fuimos testigos de la propuesta del voto nulo en todo el país, una propuesta que tuvo un gran impacto en estados como Puebla y Jalisco y también en la Ciudad de México. Hace seis años se presentó además el debate en varias entidades sobre las candidaturas independientes. Para los comicios de este año se han incluido dos temas que pueden convertirse en las agendas emergentes de este proceso, el primero sobre las demandas por la equidad política entre mujeres y hombres, que supone, además, una fuerte crítica a la violencia política contra las mujeres; y el segundo, el papel que pueden jugar en las elecciones los nuevos partidos políticos locales y nacionales.
Vacunación y elecciones
A pesar de que hubo un proceso de acaparamiento global de las vacunas contra el covid-19, y de que varias farmacéuticas hicieron negocios que rayaron en la inmoralidad por las condiciones que impusieron a varios gobiernos, en nuestro país comenzó a cuentagotas el proceso de vacunación, un proceso que ido creciendo. Al momento que se escribe este texto, el número de personas vacunadas superaba ya la cifra de personas contagiadas y hubo una clara tendencia de descenso en los casos activos y en las personas que requerían hospitalización. Este descenso en las víctimas de la pandemia puede explicarse por el proceso de vacunación, por el cambio estacional de invierno a primavera, porque es normal que las cifras desciendan después de los picos de contagios y de fallecimientos y también porque algunas de las medidas que se han tomado por varias entidades han funcionado.
La oposición política ha criticado que el presidente López Obrador y su partido han utilizado el proceso de vacunación para mejorar sus preferencias electorales, ya que las encargadas han sido las Secretarías de Bienestar y de la Defensa Nacional, cuando lo habitual es que sea la Secretaría de Salud la que coordine este proceso, dado el conocimiento y la experiencia que el organismo tiene para operar. Es cierto que el liderazgo de la Secretaría de Bienestar ha sido muy errático y aunque la vacunación haya estado avanzando y se haya convertido en un bálsamo para muchas familias en las que sus adultos mayores por fin han sido vacunados, no podemos dejar de señalar que es evidente su falta de experiencia y esto ha provocado que la aplicación de las vacunas en varios lugares haya sido caótica.
Sin embargo, aunque no es posible establecer una correlación directa entre el inicio del proceso de vacunación, podemos afirmar que la aprobación del presidente y de la modificación en las tendencias electorales ha aumentado, y que hasta finales de marzo, sí hubo algunos cambios en favor del primer mandatario de México. Los datos que nos muestran algunas casas encuestadoras como De las Heras, El Financiero y Oraculus, nos hablan de que la población premió al presidente y su partido por el proceso de vacunación contra el covid Tanto estas encuestas como otras efectuadas para medir las tendencias electorales, además, claro, de los datos obtenidos en el Censo 2020 son una fotografía de México a partir de marzo. Aún falta constatar los resultados finales de las elecciones, las nuevas cifras sobre la pandemia y la vacunación, y los índices de aprobación del presidente a partir de algunas de las modificaciones que ha querido hacer a ciertas leyes. Al respecto, sólo podemos concluir con que nada está escrito.