El cuento de la criada: nadie se salva solo

June, Luke y su hija Hannah huyen hacia el norte, desde Boston hasta Canadá. La ciudad ha sido tomada por el régimen de Gilead, un nuevo gobierno que, tras una guerra civil, ha derrocado a Estados Unidos e instaurado un sistema teocrático cristiano y absolutamente totalitario. El poder lo detentan exclusivamente los hombres, quienes imponen su voluntad mediante la violencia extrema.

Así comienza el primer capítulo de la saga de El cuento de la criada, adaptación televisiva de la novela escrita en los años ochenta por la autora canadiense Margaret Atwood. Un relato que, con inquietante vigencia, resuena con fuerza en nuestro presente.

La travesía de esta joven familia se ve truncada cuando son interceptados por la milicia de Gilead, quienes capturan a June y a su hija y las entregan al régimen. Ambas son separadas y asignadas a funciones específicas: June es convertida en criada; Hannah, entregada a una familia perteneciente a la élite de Gilead.

June es enviada junto con otras mujeres al Centro Rojo para ser adoctrinada; su oreja es perforada como si fuera res, y su cuerpo es puesto a disposición de uno de los comandantes supremos del régimen (Fred Waterford) para cumplir con su labor «natural»: procrear a «los hijos de Gilead».

En Gilead el miedo es la moneda de control. La obediencia, el único guion permitido para sobrevivir. Cada grupo de mujeres debe seguir estrictas normas, incluso en la vestimenta: verde para las esposas, rojo para las criadas, marrón para las tías que adoctrinan, gris para las Marthas (sirvientas), rosa para las hijas. El régimen no sólo oprime: divide. Las mujeres, atrapadas en este sistema, reproducen la violencia que las subyuga, ejerciendo poder unas sobre otras, perpetuando así la estructura patriarcal.

Los hijos de las criadas son considerados propiedad del Comandante y su esposa. Las mujeres de rojo son reducidas a vientres útiles. Quien no cumple con su función puede ser enviada a campos de trabajo forzado («las granjas») o ejecutada públicamente.

La serie llegó a su fin en mayo de 2025, con una sexta temporada que culmina ocho años de transmisión. En este tiempo fuimos testigos del desarrollo de June, quien, despojada de su identidad, pasa a llamarse «De Fred» —un nombre que representa su condición de propiedad—. Ese grado de cosificación revela la violencia sistemática ejercida dentro de los hogares: cada mes, durante los días fértiles de la criada, se le obliga a mantener relaciones sexuales bajo sometimiento con el Comandante, mientras su esposa participa en la violación. A este ritual le llaman «la ceremonia».

Y es que en Gilead la devastación ambiental y la caída en la tasa de natalidad son utilizadas como pretexto para imponer un sistema sangriento, legitimado por una lectura fundamentalista del Antiguo Testamento. Así, cada hijo procreado por una criada representa estatus para los señores de la casa.

Pero June se sale de la norma. Desafiando al régimen, se enamora de Nick, el chofer de la casa, quien —aunque forma parte del aparato represor como miembro de «los Ojos», la red de espionaje del Estado— comparte con ella una relación secreta que resulta en el nacimiento de una nueva hija, Nicholle. El sistema no lo permite: su hija será apropiada por los patrones. De permanecer en Gilead, Nicholle no podrá aprender a leer, a escribir, a pensar de forma crítica ni mucho menos a expresar su opinión. June hará lo imposible por poner a salvo a su recién nacida, intentando sacarla clandestinamente de Gilead.

Fotograma: Handmaid’s tale.

Nadie se salva solo

Incluso en medio de ese orden fundado en el miedo, la solidaridad sobrevive y brota en los gestos más mínimos: en silencios compartidos, en cartas que pasan de mano en mano, en historias que logran cruzar fronteras para dar testimonio del horror. En ese resquicio nace la esperanza de los personajes. Bajo el terror impuesto, una red clandestina llamada Mayday, articula la resistencia. Sus aliadas y aliados arriesgan todo por liberar a quienes aún viven atrapados en Gilead.

A lo largo de la historia June se convierte en símbolo de lucha, transformación y resistencia. Su camino está marcado por la solidaridad, el coraje y, ¿por qué no?, también la venganza. De víctima se convierte en heroína que triunfa con el apoyo de las y los demás.

La resistencia en El cuento de la criada se presenta como un acto continuo de perdón: con la propia historia, con lo que June y los demás fueron y con lo que se vieron forzados a ser. A pesar de la herida, la protagonista y los suyos luchan por recuperar una libertad que va más allá de elegir: una libertad fundada en el amor a la vida, a una vida digna. Sólo así se entiende que June triunfe cuando lo hace en comunidad, cuando lo colectivo toma lugar y revierte el miedo.

Las y los hijos de Gilead se convierten en estandarte: son la furia que los anima, y no es sólo es venganza, sino que en ellos se reconfigura la idea de perdón en tiempos oscuros.

En un mundo atravesado por guerras abiertas, donde corrientes conservadoras se apoderan de los poderes públicos, donde el cruce entre ficción y realidad es difuso, donde la paz ha sido reducida a una categoría vacía de contenido más que a un anhelo común, El cuento de la criada nos invita a mirar el presente como un terreno fértil para la esperanza.

Si contemplamos el recorrido de June, de las otras criadas, de las esposas, de las tías adoctrinadoras, de las mujeres prostituidas en los sótanos de Jezabel y de aquellas esclavizadas en los campos de trabajo, resuena con fuerza el camino espiritual que propone san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales. Un trayecto que comienza al reconocer el amor de Dios y confrontarlo con el pecado del mundo y el propio, para desde ahí despertar el deseo de conversión. Sólo así se puede pasar de la desolación a la consolación, del sometimiento a la libertad interior.

La historia de June, entonces, es también una llamada a mirar la realidad no solamente desde el dolor y el miedo, sino desde la maravilla de la vida nueva en medio de la desolación y de la resurrección como forma de esperanza.

June y las suyas resucitan una y otra vez para ver florecer la vida propia, la de sus hijas e hijos y la de los demás. En su historia resuena una verdad profunda: el único poder que no corrompe es el amor que no busca dominar, poseer o someter. Ese amor es el que Jesús encarnó.

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