Al pensar sobre la herencia espiritual del papa Francisco hemos de poner atención al modo en que ha recogido los sufrimientos y deseos de la humanidad y les ha buscado respuestas integradoras, radicalizadas desde la Buena Nueva de Jesús para los pobres. Su ministerio ha sido coherente, siempre apuntando en esa dirección desde el momento en que fue elegido.
13 de marzo de 2013
Después de la sorpresa de que Jorge Mario Bergoglio, jesuita y latinoamericano, fuera elegido papa, nos sorprendió con tres signos que han permitido ver la orientación de su ministerio.
Primero, eligió el nombre de Francisco, un nombre nunca antes usado por un papa. Después, al saludar al pueblo reunido en la plaza de San Pedro, se refirió a sí mismo con el título de obispo de Roma, al que no estábamos acostumbrados a escuchar en voz de un pontífice: «Comenzamos este camino: obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias». Finalmente, al impartir la bendición urbi et orbi, pidió: «Antes de que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para que el Señor me bendiga […] Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí».
Estas señales indicaban un rumbo con muchas preguntas. ¿A qué hacía referencia Francisco con su nombre y qué quería decir con él? Al nombrarse obispo de Roma, «el que preside la caridad de las Iglesias», ¿estaba indicando que quería impulsar la colegialidad?, ¿deseaba subrayar la importancia de las iglesias particulares y la sinodalidad presente en el Concilio Vaticano II? Y, su petición de oración al pueblo para que lo bendijera antes de que él lo hiciese, además de pedir un espacio de silencio orante, ¿indicaban una eclesiología de comunión, más horizontal, menos clerical?, ¿estaba enfatizando la profundización de la vida espiritual como tema central de la Iglesia?
Diez años después podemos ver que sí, esos signos indicaban un camino para la Iglesia. Desde el principio, Francisco los comprendió y los ha ido secundando.
La clave de Francisco
Tres días después de su elección aclaró el sentido del nombre que había escogido, y con ello, otros elementos fundamentales en su pontificado:
Hay quien se pregunta por qué he elegido el nombre de Francisco. Yo os voy a contar la historia. En las elecciones, tenía a mi lado al arzobispo emérito de São Paulo, Cláudio Hummes […] Cuando la cosa se iba poniendo peligrosa [yo iba ganando], él me confortaba. Cuando los votos llegaron a los dos tercios, vino el aplauso porque había sido elegido papa. Él me abrazó y me dijo: «No te olvides de los pobres». Aquella palabra entró aquí [señalándose la cabeza]… Los pobres, los pobres. Mientras continuaba el recuento, pensé en san Francisco de Asís, en su relación con los pobres, después en las guerras. Francisco, el hombre de la paz. Así llegó el nombre a mi corazón. El hombre de paz. El hombre pobre. ¡Cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres!
Francisco de Asís es un gran santo que entendió las aspiraciones más profundas de la humanidad y que supo responder a ellas al radicalizarlas desde el Evangelio. Vivió una época de cambio, pues la estructura feudal impedía la libertad de acción a la naciente clase de los mercaderes. En villas y ciudades hubo movimientos que buscaban terminar con esas estructuras. Los mercaderes y la población se organizaron en comunas, en una efervescencia libertaria de la que también Francisco participó; él mismo era hijo de un comerciante. Pero, después de una experiencia personal de fracaso y soledad, de bajar a los fondos más oscuros de sí mismo y de su encuentro con Cristo, percibió que esa libertad sólo era para unos pocos, ya que quienes trabajaban en telares y talleres, los pobres, estaban igual o peor que antes.
En Jesucristo pobre encontró la clave de esa aspiración tan humana de libertad y comunidad, pues con su Encarnación y despojo se hermanó con todos. Así percibió que esos deseos terminaban siendo pervertidos por el dinero. Francisco tenía una profunda experiencia de Jesucristo de la que brotaba una visión integradora con impacto en la vida cotidiana, comunitaria y eclesial (tan identificada entonces con el feudalismo), en la organización social y en la hermandad con todas las cosas.
Efectivamente, el nombre elegido por Bergoglio era programático. Ahí estaba el germen de su proyecto, que iría concretado en sus exhortaciones, encíclicas y decisiones de gobierno.
Renovación evangélica profunda
El papa ha captado la crisis que vivimos —una antropológica, como lo dice en Evangelii Gaudium (EG) (57)— pero también en la Iglesia, por el relativismo práctico de agentes de pastoral que conocen la doctrina pero que no la viven, además de esa tristeza y desesperanza invasiva que puede vaciarnos el alma:
Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado (EG, 2).
Ha captado también los deseos de vida plena de la gente, su lucha por la vida, la afirmación de la dignidad humana, así como la buena voluntad y solidaridad de muchos.
Desde los dolores y deseos de la humanidad Francisco ha buscado que, como Iglesia, captemos las expresiones del anhelo histórico de la vida en común, en paz, mientras disfrutamos y cuidamos de nuestra casa común. Como el de Asís, tiene un proyecto claro que busca una renovación eclesial profunda que responda a la experiencia personal y comunitaria de Jesús. La alegría del Evangelio será su marca, la que obra en Jesús cuando «los ciegos ven, los cojos andan […] y a los pobres se les anuncia la buena nueva» (Mt, 11, 5; Cf. Lc 7, 22).
Como Jesús en su ministerio, el papa no evade las realidades más dolorosas del mundo; las nombra y afronta desde el deseo de comunión que el Espíritu suscita en la humanidad al proponer caminos de alegría y esperanza. Los deseos de paz, respeto y reconocimiento de la dignidad son acogidos y radicalizados en la certeza de que Dios habita este mundo, ama a cada persona, a toda la creación y a la humanidad, y espera algo de nosotros.
Para ilustrar lo dicho comparto algunas frases del papa que expresan su proyecto y acción.
No te olvides de los pobres
Francisco ha hecho suya, con acciones y palabras, esta frase que el cardenal Hummes le dijo en el momento de su elección. Desde EG nos dice que el Evangelio es muy claro: «Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos» (EG, 48).
A todos, pero especialmente al clero y a los agentes de pastoral, nos previene de esa «mundanidad» que, bajo «ropaje espiritual […], ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses». Nos pide ser «una Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres» (EG, 98), al devolverles «lo que les corresponde» (189). Advierte además que:
Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila, sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos (EG, 207).
Así también, en Fratelli Tutti (FT) nos indica que debemos «pensar y actuar en términos de comunidad, de la prioridad de la vida de todos ante la apropiación de los bienes por parte de algunos […], luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, así como de la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero» (116).
Estas convicciones hechas hábito «abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles», y las cuidan de que no «se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces» (EG, 189).
El amor nos pone en tensión hacia la comunión universal
El papa nos recuerda que al ser «hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser» (FT, 88). Este salir de sí no se reduce a amar a una persona o una familia, pues «la pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos […] hasta acoger a todos» (FT, 89). Así llega a esta afirmación central:
El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8), (FT, 95).
Esta dinámica lleva a «ampliar el círculo» y llegar a «aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca de mí» (FT, 97). El papa añade, citando a santo Tomás, que es necesario que el otro sea caro para mí, es decir, «estimado como de alto valor» (93), pues percibir el valor de un ser humano es «esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal» (106).
Francisco no propone solamente una mística de fraternidad, sino «una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres» (FT, 165), que rehabilite la política como «altísima vocación» y como «una de las formas más preciosas de la caridad porque busca el bien común» (180). Nuestro amor ha de alcanzar, nos recuerda citando a Benedicto XVI, «las macro relaciones, las sociales, económicas y políticas», y no sólo a aquéllas que son más íntimas (181).
Nadie se salva solo
Ésta es una expresión que lo ha acompañado en su ministerio. Nadie se salva «ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones que supone la vida en una comunidad humana» (EG, 113). La redención tiene sentido social porque «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres». Así, «confesar que el Espíritu Santo actúa en todos, implica reconocer que procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales» (EG, 178).
En la Congregación General 36, en 2016, Francisco nos dijo a los jesuitas «que este principio hay que mantenerlo muy claro: la salvación es para el pueblo de Dios. Nadie se salva solo», y quien lo pretende, a través de un camino propio de cumplimiento, termina siendo ese «hipócrita» que Jesús señala tantas veces. En FT, agregó que, como lo comprobamos en la pandemia, «únicamente es posible salvarse juntos» (32).
La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia
La sinodalidad, parte importante de la renovación eclesial de Francisco, no es «un título entre otros», sino «un camino de escucha mutua y de escucha del Espíritu Santo, de discusión y también de discusión con el Espíritu Santo, que es una forma de orar», como mencionó en su discurso a los fieles de la diócesis de Roma, el 18 de septiembre de 2021. Además, en la conmemoración del 50 aniversario del Sínodo de los Obispos, el 17 de octubre de 2015, citando a san Juan Crisóstomo, el papa dijo que: «Iglesia y Sínodo son sinónimos» y pidió a los obispos «no dejar a nadie fuera».
Al inicio del proceso sinodal, el 9 de octubre de 2021, invitó a captar estas oportunidades: «encaminarnos no ocasionalmente sino estructuralmente hacia una Iglesia sinodal», «ser Iglesia de la escucha», pero también «de la cercanía». No sólo se trata de un nuevo programa, sino de un itinerario donde ésta «se redescubre como pueblo que quiere caminar junto, entre nosotros y con la humanidad». Desde ahí, como lo expresó en el 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, se ha de comprender el servicio de los pastores, quienes han de abajarse «para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino». Al ayudar «a la sociedad civil a edificarse en la justicia y la fraternidad, se fomenta un mundo más bello y digno del hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros».
El modelo es el poliedro
El papa, mientras afirma que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas» (FT, 145), indica que «el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar» (FT, 100). «El modelo no es la esfera […] donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros, [sino] el poliedro que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad» (EG, 236). Esto implica un diálogo social donde «de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible» (FT, 215).
Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos (EG, 236).
«Todo está conectado y se requiere unir la preocupación por el ambiente, el amor sincero por la humanidad y el compromiso constante ante los problemas sociales (LS, 91)».
«La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro» (FT, 215), por eso, la diversidad debe ser reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo, pues
[…] sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división y, por otra parte, cuando somos nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la misión de la Iglesia (EG, 131).
Todo está conectado
Esta frase repetida muchas veces por Francisco es el hilo conductor de la encíclica Laudato si’ (LS) (16). Por esta conexión, cada criatura «debe ser valorada con afecto y admiración, todos los seres nos necesitamos unos a otros» (42). Si el ser humano se declara autónomo y dominador absoluto, «la misma base de su existencia se desmorona», dice el papa citando a Juan Pablo II, porque «en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza» (LS, 118).
Hace ver también la incoherencia entre, por ejemplo, luchar contra el tráfico de animales, desentenderse de la trata de personas o de los pobres, o empeñarse en destruir a otro ser humano que le desagrada. «Todo está conectado y se requiere unir la preocupación por el ambiente, el amor sincero por la humanidad y el compromiso constante ante los problemas sociales» (LS, 91). La ecología debe pensar y discutir «acerca de las condiciones de vida y supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo» (LS, 138). Éste es el contexto de una importante afirmación de LS: «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental» (LS, 139).
La espiritualidad «no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo» (LS, 216) y tiene un papel muy importante en nuestra conversión ecológica, pues da «la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar […] una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres» (LS, 220). Por eso, Francisco nos invita «a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad» (LS, 240). Esa maduración indica un camino que se ha recorrido en estos diez años y que debemos continuar.
Un comentario
Felicidades y gracias por compartir hermano, he seguido algunos de los escritos y enciclicas del Papa Francisco, Dios lo conserve por algunos años más.
El día de hoy me enteré que ya fue dado de alta de su padecimiento que lo mantuvo en el hospital.
Hay mucho que aprenderle y mucho que nos puede enseñar con el auxilio del Espíritu Santo.
Bendiciones hermano