Diálogo interreligioso con perspectiva social

Tahil Sharma es un activista interreligioso de Los Ángeles, California. Nacido en una familia con madre sij y padre hindú, desde muy joven ha dedicado su vida al trabajo por la paz entre comunidades espirituales y su aporte en la construcción de un mundo más inclusivo, en paz y abierto a los derechos para todas las personas. En muchas ocasiones se considera el trabajo interreligioso como una honrada labor, mas no necesariamente relacionada con temas de justicia social, resistencia civil no violenta y lucha por la creación de un mundo en el que quepamos todas y todos. Tahil, en cambio, no concibe el diálogo interreligioso si no es en términos de interseccionalidad, es decir, incluyendo las luchas que las personas emprenden por sus derechos desde distintos ámbitos de la sociedad. Así, el diálogo interreligioso adquiere, especialmente en el contexto sociocultural atravesado por guerras y diversas formas de violencia en el que vivimos, una dimensión que va más allá de la mera comprensión entre tradiciones.

Elías González Gómez (EGG): ¿Puedes contarnos un poco de ti y tu caminar en el diálogo interreligioso? ¿Cómo te involucraste en éste y por qué lo consideras importante?

Tahil Sharma (TS): Puedo describirlo como una coincidencia o como mi destino en la vida, pero mi relación con el dialogo interreligioso empezó con mis padres. Mi mamá es sij y mi papa es hindú. Nací en la ciudad de Los Ángeles, llena de culturas, lenguas, paisajes y pensamientos diversos. Desde que puedo recordar, he sentido una gran curiosidad por los ritos de varias comunidades religiosas. Hice puja (oraciones hindúes) en la casa; fui muchas veces con mis padres al gurdwara (templo sij); cada domingo iba a la catedral cerca de nuestro apartamento con mi niñera oaxaqueña, y con frecuencia visitaba la casa de los amigos de mis padres durante Ramadán (el mes sagrado para los musulmanes) para ver cómo realizaban el namaz (proceso de rezar en islam). Para varias familias este tipo de exploración religiosa parece muy rara para un niño de cinco o seis años. La verdad es que mis padres pensaban un poco diferente; ellos siempre me han dicho que no es malo saber y entender más sobre las diferencias de otras personas. Como inmigrantes que llegaron a Estados Unidos entre 1986 y 1987, la idea de respetar y valorar la diversidad de culturas ya formaba parte de sus creencias desde su niñez en la India. El diálogo interreligioso no es una actividad en la cual me puedo involucrar, sino una tradición de generaciones en mi familia.

Imagen: ©Tahil Sharma

EGG: Nos encontramos en un mundo cada vez más violento, en donde pareciera que los escenarios bélicos se están multiplicando. ¿Cuál es tu análisis de esta realidad y, particularmente, cómo percibes la situación actual de Estados Unidos bajo el régimen vigente?

TS: Mi análisis no tiene mucho valor, pero observo que la gente del mundo está despertándose y dándose cuenta de que es capaz de cambiar las circunstancias para crear un mundo de paz inclusiva y abundante. Los déspotas siempre buscan métodos para abusar de su autoridad, silenciar y hacer daño a quienes demandan justicia, pero la historia nos recuerda que los ecos de nuestros ancestros que desafiaron el colonialismo cantan y rezan para nosotros diciendo: «Si pudimos hacerlo, ustedes también pueden». En el caso de Estados Unidos, el régimen continúa vulnerando los derechos de las comunidades minoritarias, convirtiendo a ciudades como la nuestra, Los Ángeles, en un campo para separar familias y destruir la verdadera promesa de una tierra de libertad y oportunidades. Sin embargo, miles de personas siguen «derritiendo el hielo» para proteger barrios y familias, lo que en mi opinión representa la forma más profunda de solidaridad interreligiosa que puede existir en el mundo. Las vigilias y las marchas, con flores colocadas a los pies del ejército y con el llamado a «traer paz y seguridad en contra de los disturbios», permanecen como un gran símbolo de resistencia no violenta frente a la violencia extrajudicial que ha dejado a tanta gente lastimada y asustada.

EGG: Desde tu perspectiva como activista interreligioso y practicante espiritual, ¿qué es lo que podemos hacer las personas de fe para comprometernos en medio de situaciones que indignan, pero también dan miedo?

TS: Necesitamos hacer tres cosas para transformar el movimiento interreligioso en una fuerza decisiva en el trabajo para la justicia.

Primero, debemos generar nuevas ideas e intenciones para el diálogo en favor de la paz. Que los líderes espirituales hablen de paz, desde sus altas posiciones e instituciones, no puede ser la única forma de transmitir el mensaje a la gente. Desde la perspectiva de jóvenes y adultos que anhelan inclusión y aspiran a una vida estable y próspera, a los líderes religiosos les corresponde entender que la paz no es una idea pasiva, sino una acción que se encuentra fuera de las cuatro paredes de una iglesia, sinagoga, mezquita o templo. La conexión con la divinidad eterna no aparece cuando hablamos de paz en privado, sino cuando luchamos por la justicia de todas las personas en el zócalo o en cualquier centro público donde se manifiesta la diversidad de nuestra humanidad.

«A los líderes religiosos les corresponde entender que la paz no es una idea pasiva, sino una acción que se encuentra fuera de las cuatro paredes de una iglesia, sinagoga, mezquita o templo. La conexión con la divinidad eterna no apare­ce cuando hablamos de paz en privado, sino cuando luchamos por la justicia de todas las personas».

Segundo, es preciso desarrollar una nueva comprensión en torno a la incomodidad y la no violencia. La idea de sentirnos incómodos con el desacuerdo me hace reír mucho porque no puede haber consenso en todos los temas. Para mí la incomodidad es el sazón de nuestra existencia: despierta la curiosidad y la búsqueda de resoluciones que pueden llevarnos a mejores circunstancias. Sin el desacuerdo, las discusiones y las ideas que impulsan a mejorar la sociedad no habría sentido en hablar de coexistencia en el pluralismo. Habrá que asimilar eso para reconocer la creatividad de Dios, que no nos hizo idénticos ni nos dio los mismos pensamientos o experiencias.

Para muchas personas la diferencia significa una amenaza contra lo que es considerado «normal» o «parte de la tradición». Hay quienes toman la decisión, en el plano individual, comunitario o legislativo, de oponerse a ello. Como vemos en todo el mundo, la violencia persiste bajo múltiples formas. Aunque hay conocimiento de la desobediencia civil y las metodologías de líderes como Gandhi y Martin Luther King, el siglo XXI nos invita a ir más allá de las marchas y las flores. Nos convoca a ser activistas de distintas maneras, a encontrar nuevas formas de defensa para nuestras comunidades y a renovar las estrategias que promuevan la participación de la gente en el desmantelamiento de los sistemas de opresión y corrupción presentes en nuestros países.

Tercero, tenemos que entender el impacto de la interseccionalidad en nuestro trabajo interreligioso. La verdad es que, si no reconocemos la interconexión entre identidades diversas y los distintos movimientos que luchan por la justicia, no lograremos construir un movimiento sostenible capaz de cambiar la realidad para mejor. Es admirable identificarse como un ciudadano del mundo, pero ese pensamiento limita la comprensión de las comunidades e identidades que tuvieron impacto en nuestra formación. Además, es muy importante analizar las consecuencias de cada acción, ley o norma y el efecto que pueden tener en el futuro de millones de personas. Por ejemplo, la protección de las comunidades religiosas minoritarias en cualquier país no sólo representa la protección de la libertad religiosa, sino que también protege la libertad de expresión personal y el derecho de comunidades diferentes para vivir y expresar su individualidad.

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