Contra los murmuradores 

Introducción 

La polarización entre posturas distintas ante la realidad, ya sea ésta política, social, deportiva o religiosa, no es algo exclusivo de nuestra época. El enfrentarse a lo diferente con descalificaciones, chismes e intrigas, tampoco. Pero el tener la moderación para enfrentarse a los problemas sin tapujos, ponderarlos, pensarlos y posicionarse sin permitir ser jaloneado por los distintos grupos e intereses es algo que no abunda tanto, y de lo cual un modesto fraile medieval puede ser un gran maestro, veamos por qué. 

En la efervescencia intelectual del siglo XIII en Occidente los frailes dominicos, por un lado, y los franciscanos, por otro, representaban dos visiones muy distintas de lo que debía ser la teología. Unidos en la fe, no estaban de acuerdo en la manera de fundamentarla desde la filosofía. 

En juego estaban muchas cosas, porque por el medio tenemos también en la Universidad de París a los averroístas latinos representados, en este caso, por Siger de Brabante y sus discípulos. Siger se encontraba en la facultad de artes liberales, hoy podríamos decir que ahí se estudiaba, entre otras cosas, la filosofía y, como buena parte de sus discípulos, irían después a la facultad de Teología, y él era muy consciente de que lo que enseñaba era en algunos casos contrario a lo que sus discípulos estudiarían después, pues se le ocurrió (idea tomada de Averroes, precisamente) enseñar que una cosa era lo que la razón entendía y otra lo que la fe decía, y que se podían pensar cosas contrarias a la fe y creer cosas contrarias a la razón, que eran como dos caminos paralelos. Esto se conoce como La teoría de la doble verdad. Esto no significa otra cosa que un consejo para lo que Hannah Arendt denominaría siglos después la banalidad del mal: fragmenta tu mente para poder vivir sin complicaciones, no te unifiques internamente porque eso te exigiría una profunda revisión y coherencia ante tus propios ojos, lo cual es muy complicado (Cfr. Hannah Arendt, La vida del espíritu). Pero volvamos al siglo XIII. 

En la Universidad de París, si un estudiante quería ser “doctor” y tener la licentia docendi (el permiso para enseñar) debía tomar la misma materia que pretendía enseñar con tres profesores distintos. Así que ya se imaginarán ustedes los chismes de pasillo. Entre lo que no entendían bien los estudiantes, lo que le decían a un profesor que enseñaba el otro y lo que los profesores que se enganchaban respondían y le llegaba al otro profesor, pues las calles de París (ésos eran los pasillos universitarios de aquel entonces, ya que las clases se daban en los conventos, los castillos, la catedral y hasta en las plazas públicas) eran un hervidero de chismes y murmuraciones. 

Tomas de Aquino sentado en una mesa hablando con dos rabinos judíos-Depositphotos.

En este contexto es como santo Tomás de Aquino se entera de que Siger de Brabante recomendaba a sus estudiantes que les dijeran que sí a los teólogos, aunque pensaran lo contrario, y gracias a esto nos encontramos con un pasaje memorable en una obrita (opúsculo en latín) del santo. Memorable porque muy pocas veces se trasluce en los escritos del Aquinate su enojo. El santo está furioso y cierra así su opúsculo sobre la unidad del entendimiento: 

Tales son las cosas que hemos escrito para la destrucción del predicho error, sin recurrir a los documentos de la fe, sino con los argumentos y las palabras de los mismos filósofos. Si, no obstante, alguno, presumiendo de falsa ciencia, osase replicar contra lo que hemos escrito, no hable a escondidas ni delante de los jovenzuelos que no saben juzgar de cosas tan arduas, sino que replique a este escrito, si tiene el coraje, y se encontrará no sólo conmigo, que soy el menor de todos, sin con otros muchos celosos defensores de la verdad, los cuales se enfrentarán a su error y darán el merecido a su ignorancia (Santo Tomás de Aquino, De la unidad del entendimiento). 

En otras palabras, “déjense de radiopasillo y escriban si están tan seguros de lo que enseñan”. 

Sin embargo, no vaya usted a creer que los frailes, por ser los principales maestros de la facultad de Teología, eran muy armónicos en su pensamiento. Tomás de Aquino tenía una habilidad intelectual de gambusino y era muy bueno para rescatar las pepitas de oro de entre los lodazales con los que se topaba, o lo que de manera más elegante diría siglos después san Ignacio de Loyola: Tomás sabía “rescatar la proposición del prójimo”. Pero no todos tenían esta habilidad y los franciscanos desconfiaban mucho de lo que no fuera de origen platónico–agustiniano, eso generaba cierta tensión entre ellos y los dominicos (de filosofía aristotélica). 

Pero, además, había tensión entre los mismos frailes tanto franciscanos como dominicos y los averroístas latinos, quienes también enseñaban que el mundo era eterno, cosa que escandalizaba a los franciscanos que pensaban que la creación debía tener un principio temporal y que pensar en un mundo eterno era una herejía. La eternidad del mundo no le interesaba per se a Tomás de Aquino, ya san Agustín de Hipona había enseñado en el siglo v en sus Confesiones que no hay un “antes” de la creación y que pensar las cosas así era meter a Dios en una lógica temporal. 

El chiste es que se dice (rumores de universitarios) que esta despreocupación de Tomás ante el tema de la eternidad del mundo enfurecía a Juan de Fidanza, alias Buenaventura (hoy san Buenaventura). Así que los franciscanos empezaron a enseñar que eso de pensar en un mundo eterno era un absurdo; aquí vuelve a saltar a la palestra el dominico Tomás: es verdad que la razón y la fe no se contradicen, pero eso no significa que debamos tachar de “absurdo” todo lo que nos parece que suene contrario a la fe. 

Así como desde la filosofía no se debe enseñar que existe una doble verdad que invita a la fragmentación entre fe y razón (el fraile Tomás apoyando a los teólogos), tampoco desde la teología se debe tachar de “anatema” todo lo que no les guste a algunos teólogos particulares, y menos de “absurdo”, porque lo absurdo es lo que es ilógico, y pensar en que el mundo sea eterno le parece a Tomás de Aquino perfectamente razonable (el fraile Tomás defendiendo a los filósofos). 

Así que, de nuevo, para evitar los dimes y diretes, el santo escribe uno de sus opúsculos más densos y complicados. Sólo los que están metidos en la discusión, que saben el problema que se dirimía entonces y que conocen los tecnicismos de las filosofías en disputa que hay detrás podrán entender esa obra. Son sólo cinco o seis páginas de una lógica implacable. Esta obrita se puede convertir fácilmente en un diagrama de flujo porque todos los argumentos tienen seguimiento o se cierran de manera fundamentada. Este toro, alias “el buey mudo”, es uno de los escolásticos de lujo y esta obra maravillosa lo demuestra. La obra se denomina con cierta ironía De la eternidad del mundo contra lo murmuradores. En ella santo Tomás despliega su lógica formidable para demostrar que sí se puede pensar que el mundo sea eterno y que esto no contradice la creencia en un Dios creador. Y los murmuradores a que se refiere son… sí, los franciscanos encabezados por san Buenaventura. 

Esta obra es el contraejemplo perfecto para tirar por la borda a todos los que argumentan que los “oscurantistas” medievales vivían en un mundo ciego debido a la fe, porque esta obrita, escrita por uno de los gigantes de la teología medieval, es una obra en la que se defienden con contundencia los derechos de la razón. 

Se puede pensar que el mundo es eterno; no es absurdo, no es ilógico, es perfectamente pensable. No se puede demostrar, en todo caso, pero eso no significa irracional; lo absurdo es lo que, aunque se pueda enunciar, no se puede ni siquiera pensar, por ejemplo: un caballo que no sea equino o una piedra que no sea material, eso es absurdo, no hay modo de pensarlo aunque lo enunciemos. Cierra santo Tomás esta apología de la razón con mucha ironía: “Hay también otras razones a las que me abstengo de responder al presente, o porque han sido respondidas en otro lugar, o porque algunas de ellas son tan débiles, que con su debilidad parecen prestar probabilidad a la parte contraria” (Tomás de Aquino, De la eternidad del mundo contra los murmuradores). 

En fin, las enseñanzas principales de todas estas peripecias medievales nos la da Tomás de Aquino: 

a) Escriban, pongan las cosas por escrito. Si están seguros de su enseñanza, fundaméntenla y pónganla en algo más que la oralidad que se lleva el viento. Que no se atrevan los maestros a intrigar con las mentes juveniles que no saben dirimir todas las cuestiones, menos cuando las dicen los supuestos “maestros”. Que los maestros escriban si buscan un diálogo serio en lugar de lo que hoy llamaríamos coloquialmente “grillar” con los estudiantes y poner a unos en contra de otros. 

b) La fe y la razón no se contradicen; si esto parece suceder es que algo estamos entendiendo mal. Son ámbitos distintos, pero el sujeto de esos ámbitos es uno, y se requiere de mucha paciencia, estudio y sobre todo de humildad intelectual, para pensar estos asuntos. 

c) Pensable es sinónimo de posible, no de verdadero, y así como el filósofo no tiene por qué enmendarle la plana al teólogo en cosas que son estrictamente de fe. Tampoco el teólogo tiene que tachar de absurdo todo lo que le parezca atrevido y contra la fe, porque absurdum significa desatinado, impensable, irracional. Y no todo lo que contradice lo que uno entiende es irracional, tal vez quien se comporta de manera irracional es uno. 

4 respuestas

  1. Muy estimada Eneyda. Reciba mi sincera gratitud por su reflexión. En una cultura que favorece la fragmentación, la llamada a la unidad del sujeto que usted hace, en este caso en torno al asentimiento racional y de fe, es un «empujón» hacia la integridad. Se nos han «colado» muchos dualismos que, mal explicados son sospechosos de error (esta vida – la otra vida; alma – cuerpo; fe y razón al que usted alude….). Y ¿será justamente que, producto de la dificultad para vivir íntegros/integrados, terminamos «murmurando»? Saludos desde Tübingen, Alemania.

    Marcelo Alarcón A.

  2. ¡Hola! sí, eso de la fragmentación requiere de mucha más profundización, porque es la raíz de la Banalidad del mal según Hannah Arendt y me parece que tiene razón ¿cuántos males no se hacen y a gran escala a costa de intentar engañarnos a nosotros mismos?
    La murmuración es uno de ellos.
    ¡Muchas gracias por su comentario!

  3. El debate como herramienta didáctica ha tendido principalmente a dividir y no a conciliar o buscar soluciones; tal vez sea por la enseñanza final, que finalmente nos refleja nuestra incompetencia como docentes:
    «Y no todo lo que contradice lo que uno entiende es irracional, tal vez quien se comporta de manera irracional es uno.»
    Gracias, Eneyda, por tu inteligencia, tu claridad para disfrutar la filosofía y por darme la oportunidad de disfrutar tus reflexiones.
    Conociéndote, leyendo entre líneas, me alegras el momento porque tus ejemplos los puede ver en tu cara, no sólo en tus letras.

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