Construir paz en un mundo conflictivo

Escribir este artículo en momentos tan complejos se vuelve un reto epistémico y axiológico ante lo que para muchos es el fin de la era de los valores, los derechos humanos y la esperanza. Con más de 56 conflictos activos en el mundo, situaciones como el conflicto Israel–Palestina, Rusia–Ucrania, Israel–Irán y las graves guerras civiles en Sudán, Siria, Myanmar, además de otros conflictos importantes y cercanos como la guerra contra el narcotráfico, la crisis de desapariciones, las crisis ecológicas, entre otras, pueden sencillamente hacernos pensar que ningún concepto, institución o valor tienen la capacidad de explicarnos estas realidades y detenerlas. Sin embargo, es exactamente ante este momento histórico lleno de incertidumbre cuando necesitamos transitar a nuevos paradigmas del pensamiento, construir conocimiento y generar cambios en la forma de vivir que lleven a transformar conflictos y a construir paz.

Históricamente, después de la Segunda Guerra Mundial los estudios sobre paz y conflicto estaban divididos por dos corrientes de pensamiento. La primera, con más fuerza en Estados Unidos, es conocida como «paz negativa», la cual considera que un país se encuentra en paz si no hay conflicto bélico. A partir de los años sesenta, y con una perspectiva estructuralista, en Europa se generó la conocida «paz positiva», basada en detener conflictos a través de intervenciones que produzcan cambios sociopolíticos y culturales, como explica Diego Checa en «Estudios para la paz: Una disciplina para transformar el mundo». Si bien estas dos perspectivas nos permiten sentar las bases de los estudios de la paz, la forma en que se vive el conflicto se convierte en un determinante de análisis para reconocer nuevas e innovadoras formas de actuar ante él.

El conflicto per se no es un concepto negativo; se puede comprender como un movilizador de energía ante una situación no deseada y, de esta manera, orientarse hacia fines constructivos capaces de transformar la realidad percibida. Es la violencia la que se debe detener para lograr procesos de reconstrucción asertiva.

El conflicto se observa a través de tres dimensiones. La más notoria es la que está basada en actitudes, en las cuales se manifiestan acciones que pueden ser agresivas, hostiles e incluso violentas. Sin embargo, existen también otras dos: las conductas y el conflicto de raíz. Las conductas son aquellas que las personas adquieren y reproducen en su forma de relacionarse con el entorno; pueden ser pacíficas, pero también discriminatorias, estigmatizantes y violentas. El conflicto de raíz, en cambio, remite a causas más profundas arraigadas en valores sociales que se institucionalizan y que, en muchos casos, no responden a las necesidades humanas, generando violencias y desigualdades. Así lo señala Johan Galtung en su aporte de 1998, «Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución».

Estas tres dimensiones del conflicto se insertan también en tres tipos de violencia, que Galtung clasifica en dos categorías: una visible y dos invisibles. La violencia visible es la directa, también llamada física o verbal, caracterizada por ser represiva, dura, explotadora y enajenante. Se hace evidente a través de prácticas como las guerras, los desplazamientos, los daños materiales, los asesinatos y la violencia de género. Por su parte, la violencia cultural y estructural son invisibles: la primera se sostiene en mitos, glorias y traumas que legitiman la violencia directa, mientras que la segunda se manifiesta en los choques que surgen de las estructuras sociales, generando un mundo injusto, desigual y reticente al cambio.

Para Galtung es a partir de las 3R —reconstrucción, reconciliación y resolución— como se puede incidir en cada una de estas violencias. La reconstrucción actúa en el espacio visible, mientras que en el espacio invisible se encuentran la reconciliación y la resolución. La reconciliación abre la posibilidad de generar nuevos espacios de diálogo y entendimiento entre las partes en conflicto, donde es necesario el trabajo profesional en torno al trauma, la aceptación y el perdón. La resolución, en cambio, apunta a las raíces mismas del conflicto, transformándolo y construyendo nuevas instituciones sociales capaces de dar respuesta y evitar el escalamiento de las violencias. El trabajo de las 3R constituye una nueva mirada: la construcción de paz ante el conflicto.

Ahora bien, la construcción de paz no sólo puede determinarse por la ausencia de violencia, y menos en tiempos cuando el orden mundial y sus instituciones atraviesan una crisis sin precedentes. Los estudios de paz han evolucionado y reconocen otras dimensiones del conflicto y las violencias, que deben tomarse en cuenta para responder a la realidad social. En este sentido, la paz se reconoce como un fenómeno multifacético que incorpora aportes centrados en la eliminación de la discriminación, la igualdad de género y la búsqueda de la justicia. Desde esta perspectiva, la noción de «paz imperfecta» cuestiona la visión tradicional de la paz utópica e inalcanzable. Se plantea como un enfoque más realista y flexible, capaz de adaptarse a situaciones cambiantes y de reconocer la paz como un proceso —no un estado— en el que la gestión y la transformación de conflictos resultan indispensables. Como señala Jorge Bolaños en «Los hábitus de la paz: teorías y prácticas de la paz imperfecta», la paz reconoce tanto la imperfección humana como la del propio contexto, y con ello la necesidad de impulsar cambios sociales en escenarios complejos atravesados por el conflicto.

Además de la paz imperfecta, también existe otra noción denominada «paz territorial». Esta perspectiva pone el acento en un espacio geográfico determinado, con sus propias particularidades, donde es posible construir un entorno de paz y estabilidad social, de acuerdo con la académica Sandra Carolina Bautista en su artículo «Contribuciones a la fundamentación conceptual de paz territorial». Este tipo de paz se fundamenta en el reconocimiento de causas estructurales presentes en el territorio, como la exclusión y la desigualdad, así como en las realidades que enfrentan los actores involucrados en los conflictos. La paz territorial implica generar acciones y proyectos en los que instituciones gubernamentales, comunidades y otros actores colaboren en propuestas de incidencia que deriven en políticas públicas capaces de transformar pacíficamente el territorio.

En este contexto, han surgido otros aportes a los estudios de paz que cobran relevancia en el escenario actual. Entre ellos destaca la «paz Gaia» o «medioambiental», cuyo objetivo es promover nuevas formas de cooperación entre actores sociales involucrados en conflictos, al tiempo que se construye un conocimiento transdisciplinar en torno al medio ambiente, como apunta Francisco Jiménez en su artículo «Paz ecológica y Paz gaia: Nuevas formas de construcción de paz». Esta noción invita a visibilizar a la naturaleza como un actante en el conflicto, al que es necesario otorgar voz para garantizar su preservación en armonía y vinculación con la humanidad. Sandra Carolina Bautista añade que hablar de Gaia implica una nueva teoría de la evolución de las especies, que ofrece una perspectiva ecológica a la teoría darwiniana al destacar la interacción y la interdependencia entre todos los seres vivos, con una capacidad autorreguladora y autorregulante, es decir una autopoiesis.

Cabe mencionar que la paz Gaia aún es un estudio en construcción. Johan Galtung, desde su propuesta de paz positiva, ha influido en esta conceptualización al enfatizar la importancia de reconocer las violencias culturales y estructurales, como explica Gerardo Herrera en su artículo «La paz GAIA, respeto y cuidados».Sin embargo, otros autores han aportado de manera significativa. Leonardo Boff, en «Somos Tierra que piensa, siente, ama y cuida», enfatiza la cultura del cuidado de la tierra, el respeto a la convivencia con la naturaleza y la interrelación profunda que tenemos con ella: «Por eso hombre viene de humus. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no está ante nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al momento de autorrealización y de autoconciencia».

Asimismo, Félix Guattari ya en 1990 señalaba la relación subjetiva que tenemos con la naturaleza, advirtiendo que la crisis ecológica sólo puede enfrentarse desde una escala planetaria a través de una revolución política, social y cultural que reordene los bienes materiales e inmateriales. James Lovelock, por su parte, nos habla de la relación homeostática entre todos los seres de la naturaleza, que deben ser comprendidos como un sistema; cuando esto no ocurre se produce un rompimiento que lleva a una crisis civilizatoria. Autores como Alfonso Fernández y María del Carmen López llaman a un cambio de paradigma en nuestra relación con la tierra, que debe basarse en el cuidado de la comunidad de la vida a través del entendimiento, la compasión y el amor. Este cuidado, señalan, debe ejercerse de forma no agresiva e inteligente, atendiendo de manera real y responsable lo que denominan «la comunidad de la vida».

Los estudios de paz también han incorporado el interés en la paz feminista o la paz con perspectiva de género, cuyo propósito es la reducción de desigualdades y el reconocimiento interseccional de éstas. Considerados parte de las teorías críticas, los estudios feministas buscan deconstruir el sistema a través del cuestionamiento y la incorporación de nuevas epistemologías con enfoque en los derechos humanos. Desde los estudios de paz Gaia, Boff y Guattari han influido en la la paz feminista al situar en el centro la relación entre la naturaleza y los seres humanos como condición para alcanzar una paz sostenible mediante valores y prácticas de cuidado. En este sentido, Irene Comins–Mingol, en su artículo «Horizontes epistemológicos de la investigación para la paz: una perspectiva pazológica y de género», sostiene que un verdadero modelo de justicia sólo puede construirse desde una ética del cuidado, en la que la ciudadanía se base no sólo en la incorporación de derechos, sino también en la asunción de responsabilidades de cuidado. Esto supone desafiar la lógica patriarcal y transformar la política para concebirla desde una perspectiva del cuidado y de una gestión inclusiva y equitativa. Para lograrlo es indispensable una educación para la paz que fomente en todas las personas habilidades de cuidado, ternura y atención hacia la otredad.

Dentro de los estudios de paz feministas también se han destacado referentes en materia de género, como Donna Haraway, quien advierte que éstos deben favorecer la construcción apasionada y las conexiones entrelazadas que generen nuevos sistemas de conocimiento. Durante mucho tiempo el papel de las mujeres en procesos de paz estuvo invisibilizado, a pesar de que han sido parte activa en los mecanismos que han permitido alcanzar acciones de paz en conflictos armados. Su participación ha estado especialmente vinculada al ecofeminismo, a los procesos decoloniales y a la defensa de los derechos humanos en países en guerra, como dice la doctora Celina de Jesús Trimiño en su aporte sobre las mujeres protagonistas en el proceso de construcción de paz.

Persiste la idea de que las mujeres son más pacifistas que los hombres; sin embargo, esta observación responde a un proceso de culturalización y socialización, lo cual no significa que estén ajenas a movimientos violentos o a grupos armados. En numerosos casos, cuando se logran acuerdos de paz, las mujeres son excluidas de las negociaciones, lo que Triviño denomina «procesos de paz masculinizados». Reconocer a las mujeres como parte de esos acuerdos posibilita ver otra cara de la historia en los territorios en conflicto, donde se entretejen la vida y la esperanza.

Los distintos enfoques de paz expuestos hasta ahora nos permiten ampliar la mirada sobre su capacidad para analizar, evidenciar, cuestionar y deconstruir las violencias que vivimos. No existe una sola concepción de paz ni una sola manera de abordar los conflictos; sin embargo, la construcción de paz requiere de una perspectiva inter y transdisciplinar capaz de situar las problemáticas en el centro de manera sistémica. Conflictos tan complejos como la guerra Israel–Palestina o Rusia–Ucrania nos invitan a mirar más allá de las violencias visibles. Retomando a Galtung, es necesario atender las violencias invisibles —culturales y estructurales—, comprender las dinámicas propias del territorio y asumir que la construcción de paz es y será imperfecta. Además, los estudios de paz deben ofrecer una mirada crítica al sistema, pues mientras el mediador sea una persona impuesta y que actúe en beneficio de una de las partes no será posible lograr una reconciliación y resolución de raíz. Hoy más que nunca resulta urgente que nuestras universidades formen personas con capacidad de mediar conflictos, con neutralidad, y cuya brújula sea el respeto a los derechos humanos y a los valores democráticos.

Los conflictos ecológicos, de género, económicos, de movilidad humana, de gentrificación, entre muchos otros, representan grandes retos para quienes confiamos en que los cambios deben realizarse de manera pacífica. Ello no significa inmovilidad o pasividad: si el conflicto supone crisis y posibilidad de cambio, la paz es el camino para alcanzarlo mediante la redefinición de valores, creencias y prácticas sociales a través de la crítica y la deconstrucción, la formulación de nuevas normas y la formación de personas líderes en el ámbito comunitario, social y político.

La conflictividad es parte del ser humano, pero no debe confundirse con violencia. Todo conflicto nos puede llevar a un desarrollo social y humano, mientras que la violencia —en todas sus manifestaciones— atenta contra la dignidad humana. Ante la actual situación de violencias estructurales, culturales y directas, la indiferencia no es una opción: nos corresponde trabajar en la construcción de paces, reconociendo la complejidad de los conflictos.

Foto: © grimaldello, Depositphotos

Para saber más:

Guattari, F. (1996). Las tres ecologías. Pre–Textos. https://bit.ly/3JGZ03i

Lovelock, J. (1992). Gaia. Una ciencia para curar el planeta. Barcelona Integral.

Trimiño, C. (2018). Las mujeres protagonistas en el proceso de construcción de paz. Aproximaciones al caso de Colombia. Editorial UPTC. https://bit.ly/4lP25vz

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