Encontrar a Dios en el acompañamiento ignaciano

Mi camino con Dios, desde la espiritualidad ignaciana, comenzó en la Casa de Ejercicios Espirituales de Puente Grande, donde hice por primera vez los Ejercicios. Recuerdo bien las primeras palabras del jesuita que los dirigió:

—Disponte, porque vas a encontrarte con Dios. Él va a salir a tu encuentro.
Su certeza me animó. Cada día compartía unos puntos para orar, los explicaba con claridad y me enviaba al silencio, a encontrarme con Dios.

Y el silencio fue fecundo. Algo comenzó a moverse en mí. Sin palabras, sin ruido. Como cuando el corazón se agita sin saber por qué. No lo veía, pero lo sentía con certeza. Dios pasaba… en una emoción que me sorprendía, en un pensamiento que me iluminaba de pronto, en un recuerdo que se llenaba de otro sentido, en un deseo que nacía con una ternura o una claridad que no eran mías. Era como si mi interior se volviera tierra blanda, removida con cuidado por una mano amorosa. Contundente, verdadero, íntimo, vivo. Dios me estaba hablando desde mi propia historia, en mi cuerpo, mi memoria y mi sentir. 

Desde el primer día me dijeron que tendría un acompañante espiritual. No entendí muy bien qué significaba eso, pero me alegró saber que no estaría sola, que habría alguien con quien podría hablar de lo que fuera descubriendo en este tiempo con Dios.

Expectante, toqué por primera vez la puerta del despacho donde me esperaba mi acompañante. Me recibió con una sonrisa. Nos sentamos una frente al otro. Su voz y su mirada me acogieron. Me escuchaba con mucha atención, sin interrumpir, como si cada palabra fuera importante. Me sentí en confianza. Él sabía de qué le hablaba. Había experimentado lo que yo le contaba. Conocía el lenguaje del Señor.

Preguntaba con calma, sin querer saber más de lo que yo compartía. Me ayudaba a notar lo que se me escapaba, a percibir a Dios en lo que me ocurría, a nombrar y significar lo que sentía. Más adelante, me ayudó a sacar más fruto de lo vivido. Señaló algunos engaños y me recordó que, ante esa gran consolación, no era momento de prometer nada. Cuando hablé de mi pecado, me invitó a mirar más adentro: a reconocer mi dinámica de desorden y, al mismo tiempo, la infinita misericordia de Dios. 

Sus palabras despertaban nuevos movimientos en mí. Percibí que esas entrevistas eran también oración. Allí estábamos él y yo, pero también estaba Dios. Éramos tres en esa sala. Mi acompañante solo era un mediador que me ayudaba a reconocer a Dios y a abrirme a sentir su comunicación conmigo.

Mientras yo caminaba los Ejercicios, él caminaba conmigo. Siempre atento a lo que me ocurría con Dios. Si me distraía, suavemente me guiaba de regreso. Me invitaba a fijar la mirada en Jesús y a percibir lo que sucedía en mi interior mientras lo contemplaba.

—¿Cómo percibes a Dios aquí? ¿Sientes que te está moviendo a algo?

Y, sorprendentemente, Dios se revelaba a través de ese diálogo. Ese acompañamiento inicial fue el primero de varios que, con gratitud, he recibido a lo largo de mi camino espiritual.

Tiempo después —y por absoluta gracia de Dios— me encuentro acompañando a otros y ayudando a formar acompañantes espirituales. La Compañía de Jesús me ha formado y ha confiado en mí para ello, y lo agradezco profundamente. Seguir este camino fue acoger una moción de Dios en mí.  En este servicio, he descubierto que lo que más me ayuda a acompañar es seguir dejándome acompañar: abrirme confiadamente a otros en mi propio peregrinar espiritual.

Cuando acompaño espiritualmente, valoro la importancia de ayudar a la persona a silenciarse, a disponerse al encuentro, a percibir la presencia discreta de Dios en su vida. Transmito la confianza —como lo hizo ese primer jesuita conmigo— de que Dios desea y puede comunicarse con ella. Explico que ésta comunicación ocurre en lo que le pasa por dentro y que, por eso, es necesario atender a las mociones que surgen en la oración o a lo largo del día.

Cuido que en nuestras entrevistas la persona pueda narrar esa comunicación interior de Dios, que la reconozca en sus movimientos más hondos. A menudo revisamos cómo hace sus exámenes de conciencia y de oración, para ver si está reconociendo lo esencial: la presencia viva de Dios en sus pensamientos, sentimientos y deseos. Y cómo esa experiencia de Dios va, poco a poco, encarnándose en una vida transformada.

Foto: Martadecaroli-Cathopic

En estos espacios, también yo siento a Dios. Al acompañar, contemplo una y otra vez cómo se hace presente, actúa y ama.

Cuando comparto con quienes se forman para acompañar, insisto en algo fundamental: la necesidad de cultivar una vida de oración profunda y constante. Es ahí donde aprendemos a reconocer los modos sutiles con que Dios se manifiesta. Solo desde esa vivencia auténtica podremos ayudar a otros a recorrer su propio camino hacia Él.

Invito a confiar en algo muy propio de la espiritualidad ignaciana: Dios se da a conocer, se comunica con sus criaturas. Actúa en lo concreto de cada vida. Por eso, acompañar no consiste en enseñar ni en decir qué hacer, sino en ayudar a descubrir. A veces eso implica ayudar a reconocer una moción; otras veces quitar estorbos; otras, simplemente estar ahí, ofreciendo luz cuando hay niebla… y guiar, con delicadeza, hacia la experiencia viva de Dios.

El acompañamiento espiritual no es un añadido en la experiencia de los Ejercicios, sino parte esencial de su tejido más profundo. San Ignacio lo entendió así desde el comienzo: no basta con orar en soledad, hace falta alguien que escuche, que ayude a discernir, que acompañe lo que va naciendo en el corazón.

En este servicio humilde de acompañar —y dejarse acompañar— se revela algo de la pedagogía de Dios: paciente, amorosa, respetuosa de la libertad. Un Dios que camina al paso de cada persona, que se deja encontrar en lo concreto de la vida y que habla… si alguien se dispone a escuchar.

15 respuestas

  1. Gracias, Ana Lilia por compartir tu experiencia de acompañante…muchos aspectos que compartes, lo viví contigo… Fuiste mi acompañante , así que , además de ayudarme a encontrarme con Dios, fui también adquiriendo elementos para acompañar y lo estoy haciendo en estos momentos
    Fuerte abrazo

  2. ¡Esto es hermoso!
    Me remontó a muchos años atrás cuando hice por primera vez los EE.EE. La emoción que me embargaba, la esperanza de saber que dejaba todo por algo invalorable.

  3. Ana Lilia que bella manera, profunda y fina, de expresar tu experiencia de Dios al realizar los EE y al acompañar.
    Tu testimonio es una invitación sin duda. Gracias por tu compartir.

  4. Muchas gracia Ana lilia, asi es Dios se comunica von cada uno y a su manera, es uno de los misterios mas maravillosos y sorprendentes de nuestro buen Dios. Para mi ha sido tambien yna gracia muy especial este descubrimiento en mi vida y en la de.los demás.

  5. Ana Lilia gracias por compartir tu corazón, gracias por nombrar cada una de tus experiencias y expresarlas con tanta claridad y belleza. Gracias por esta invitación a seguir acompañando!

  6. Querida Lili, que hermosa forma de describir tu relación con Dios, y de compartir esa experiencia con los demás, con esa enorme capacidad que tienes de escuchar sin juzgar, ese compromiso y entrega en tus acompañamientos y en los EE, a mi en lo personal me transmites mucha paz y confianza, gracias por mostrarme el camino con paciencia y amor. TQM

  7. Al leerte, sentí un gran gozo y a la vez una hermosa invitación para seguir orando y disponerme al encuentro con Dios. Eres un testigo del amor de su amor. Un abrazo

  8. Gracias Ana Lilia por compartir tu primer experiencia en EE con tanta dulzura, gracias también por tu acompañamiento respetuoso y sabio y por cada instante de escucha amorosa y atenta en tu servicio, quedo invitada a seguir saboreando esta experiencia de Dios que me lanza a los demás!

  9. Que bello y claro artículo en donde nos compartes tu experiencia profunda de Dios al descubrir su invitación y confirmaste tu vocación del acompañanye. Ser acompañada y dejarte acompañar. Mem confirmo leerte. Muchas gracias y saludos!!

  10. Gracias por tu compartir. Tus palabras evocaron mi experiencia primera en EE en Puente Grande.
    Que bella forma de conectar, de poder servir a otros desde el acompañamiento anhelando gastarse la vida.
    Abrazo fraterno

  11. Muchas gracias Ana por compartir esta experiencia tan linda y llena de Dios. Al leerte te siento con gran cariño, pues se nota la dedicación con que has emprendido este viaje maravilloso en los EE y de ser acompañante. Mi experiencia contigo también ha sido única. Agradezco infinitamente a Dios por ti, y le ruego te siga dotando de su gracia para seguir acompañando a tantos más a encontrar la voluntad de Dios y vivir para su mayor gloria.

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