Descubrir el fuego

¿Queda, todavía, credibilidad en la Iglesia? Me parece que todas las respuestas posibles encuentran lugar ante la pregunta; en los extremos encontraríamos un sí y también un no. ¿Por qué sí y por qué no? Agreguemos todas nuestras respuestas. Sí, podríamos decir, porque al resto de las instituciones les queda todavía menos credibilidad. No, podemos también argumentar, porque dentro de la crisis institucional general la Iglesia es una organización más que no sabe cómo hacer camino para el presente y menos hacia el futuro, si es que lo hay. Con todo este pesimismo, todavía podemos cantar juntxs: «Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón». La luz de la esperanza sigue encendida en la interioridad de cada corazón que se encuentra con otro corazón y va a su encuentro. Ese es el núcleo de la gran propuesta del papa Francisco para darle forma a la Iglesia–comunidad del tercer milenio: sinodalidad, escucha atenta, camino en común. Es lo que, desafortunadamente, escasea en las estructuras diocesanas y eclesiásticas, donde sigue teniendo la última palabra una organización autoritaria, insensible, lejana a la tierra, a los dolores y las alegrías de la humanidad, y por eso mismo es una estructura estéril y cobarde.

La Iglesia católica está viviendo tiempos de [oportunidad para su] transformación desde el año 2013. Un pastor que huele a oveja nos ha recordado el mensaje evangélico (de buena noticia) del Dios que «hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos»; esto último suena escandaloso, da comezón, no salen las cuentas porque nuestra justicia no funciona con esas escalas, pero los curiosos pueden encontrar la cita en sus biblias, en Mateo 5, 45. Por alguna extraña razón los católicos dejamos olvidada la misericordia del «judío marginal»(Jesús de Nazaret) que busca con amor el corazón del que reconoce que en algo falló, pero un maestro espiritual venido del fin del mundo nos ha invitado a no darnos por vencidos y seguir caminando juntos, todos, todos, todos.

Católicos y no católicos celebramos el magisterio de un religioso latinoamericano, un jesuita argentino, un papa de Roma que nos habla de la alegría, sí, ¡de la alegría! (Evangeli Gaudium, Amoris Laetitia, Gaudete et Exultate), de fraternidad y de amor (Fratelli Tutti, Dilexit Nos, Querida Amazonia, Laudato Si’, Laudate Deum), y con la claridad que necesitamos nos ha liberado del deber mal entendido, por el que tenemos cara de vinagre. Nuestra fe nos invita a sonreír, a confiar, a cuidar de la vida, a sumar nuestros esfuerzos por metas comunes, a vivir con esperanza (Spes non confundit), es decir, la fe no está destinada exclusivamente a la interioridad personalista, sino que somos creyentes por y desde una comunidad, la única dimensión para la vivencia de la fe es la vida concreta y compartida.

Un famoso científico y poeta, también jesuita como nuestro papa, nos decía: «Llegará un día en el que después de dominar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad, dominaremos las energías del amor. Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego». ¿Qué día será ese?, ese día es todos los días, cada día, en lo sencillo y pequeño, anónimo y cotidiano, se realiza en la vida de los santos «de la puerta de al lado», como nos dice el papa Francisco: «a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo (…) ésa es la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Guadete et Exsultate, 7), esos actos cotidianos llenos de amor son, cada uno, la plenitud de los tiempos y auténtica presencia y acción de Dios. ¿Cómo nos organizamos tú, yo, nosotros, para extender estas victorias del amor sobre las estructuras injustas e inhumanas en las que vivimos y que nos lastiman?

Sinodalidad, escucha, diálogo

Hay una propuesta muy clara del papa Francisco para esto, que también nos ayudaría para dejar entrar aire fresco incluso a nuestras estructuras eclesiásticas tan rígidas y anacrónicas: Sinodalidad, escucha, diálogo.

Nosotros, tú y yo, hemos sido convocados a la consulta más amplia en la historia de la Iglesia, con motivo del Sínodo de la Sinodalidad (2021–2024), y hemos tenido la oportunidad de hablar de todos los temas que nos afectan, como son: la desigualdad, el hambre, la emergencia climática y la necesidad de auténtica paz, justicia y fraternidad. El papa de todos, todos, todos, nos invitó a «no quedarnos encerrados en nuestras certezas» sino a «escucharse los unos a los otros», ¡suena tan sencillo y contiene tanta esperanza y transformación! Esta convocatoria en su interior ofrece la clave teológica del sensus fidei (sentido de la fe) que pertenece a todo el pueblo de Dios, no sólo a los presbíteros o religiosas, obispos o cardenales. Es decir, el papa no sólo pide que recemos por él, también quiere saber qué nos preocupa, cómo debería ser la Iglesia–comunidad que queremos, qué podemos hacer para colaborar a sanar nuestro mundo herido. El papa ha invitado a toda la comunidad católica, e incluso a nuestrxs hermanxs no católicxs, a sentirnos corresponsables del presente y futuro de la Iglesia–comunidad, protagonistas en la misión que juntxs acordemos, reconociendo la tarea evangélica «anunciar la buena noticia a los pobres» (Lc, 4, 18).

Me siento muy agradecido con el papa Francisco porque sin duda sus enseñanzas han transformado mi idea sobre Dios, Jesús, la Iglesia, la teología. Me alegra coincidir con un testigo de Jesús de Nazaret que tiene la grandeza de espíritu para no esconder la Buena Noticia que escandaliza, porque Dios siempre desborda nuestras estructuras eclesiásticas, sociales, intelectuales y espirituales. Me alegra que nos invite a iniciar tareas tan grandes que no podremos ver concluidas, pero con las que podemos colaborar con nuestros pequeños esfuerzos, por ejemplo, la plena unidad de los cristianos, o la invitación a regalar a la Iglesia nuevos rostros con rasgos propios, contextuales, encarnados desde sus propias necesidades y dones.

Debo decir que frente a ese desafiante y amplio itinerario ofrecido por nuestro papa Francisco la mayoría de la estructura eclesiástica no ha deseado reaccionar, quizá porque las propias crisis espirituales les han llevado a priorizar la burocracia jerárquica y sacramentalista, o porque pareciera que los autoritarismos vigentes saben callar y castigar al que se atreva a pensar diferente. Hay muchos miedos e inseguridades, sólo quiero alertar que tales incertidumbres no nos deben llevar a renegar del espíritu del Jesús que no buscó poder político o económico, sino que prefirió salir a las periferias, poner la norma al servicio de la persona, compartir no con siervos, sino con amigos. El cristianismo no puede ser un discurso de odio y exclusión.

Basta de cerrar los ojos ante la realidad, que grita en las calles por igualdad, respeto y justicia. Basta de que la oración sea ruido que repite palabras que han perdido su significado y que no comunican misericordia. Ya es hora de que el sentido común tenga lugar en la teología católica y dejemos atrás la misoginia, la homofobia, el colonialismo, el racismo y el clasismo. Dejemos de crucificarnos con la indiferencia, la soledad, el consumismo, la discriminación, la economía que mata, todavía podemos descubrir el fuego del amor. Nos pedía nuestro Ignacio de Loyola que el amor debe ir más en las obras que en las palabras.


Imagen de portada: Depositphotos.

2 respuestas

  1. gracias Mario por tu reflexión. Imprescindible en estos tiempos, reconocer nuestra humilde responsabilidad para lograr la transformación que Francisco nos llama a concretar para este Milenio. Iglesia en salida, a la escucha de todas, todos, todas. Al servicio de todos, todos, todas. Como hermanas y hermanos

  2. Estimado Mario, muchas gracias por tu reflexión. Es de las mejores síntesis de la misión de Francisco que he leído, y da mucha esperanza. Tu aporte sobre el Dios misericordia y su Hijo, el profeta de Galilea, también entusiasman. Las y los laicos, seguidores de Jesús, como tú, son quienes están encendiendo el fuego en la misión en el mundo. Gracias.

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